Si alguna vez te has preguntado cómo suena la nostalgia destilada en un cóctel de guitarras melódicas, estribillos pegadizos y una producción tan pulida que parece sacada de un catálogo de IKEA, Malmö 040 tiene la respuesta con su segundo álbum, «Cuando Éramos Felices Sin Saberlo«. Esta banda barcelonesa, que ha pasado los últimos años surfeando la ola del pop-rock español con una mezcla de carisma juvenil y ambición comercial, entrega un disco que se siente como un viaje en coche por los suburbios adinerados de cualquier gran ciudad con las ventanillas bajadas y el volumen a tope. Sin embargo, detrás de su fachada brillante y sus colaboraciones estratégicas, hay un tufo a refrito que no se puede ignorar: influencias que van desde el pop más azucarado de los 2000 hasta un discurso que podría encajar en un mitin de esos partidos de gente con chalecos e ideario anterior al nacimiento de estos chavales (o incluso de sus padres), todo envuelto en un paquete que grita privilegio y autocomplacencia.
El álbum arranca con ‘Llévame a Casa‘, el focus track que la banda ha promocionado como la esencia emocional del proyecto. Y sí, cumple: una guitarra melancólica serpentea entre versos que rezuman añoranza por un hogar que probablemente nunca fue tan idílico como lo pintan. Las letras, cortesía del vocalista y líder creativo de la banda, son directas hasta el punto de la obviedad, «quiero volver donde todo era más fácil», pero hay una sinceridad torpe que las salva de caer del todo en el cliché. La producción de Paco Salazar (quien ha trabajado con nombres como Dani Martín) es impecable, con capas de sintetizadores sutiles y un brillo que hace que cada coro suene listo para llenar un estadio. Es el tipo de canción que podría sonar en un anuncio de Coca-Cola navideño, y esa es tanto su fortaleza como su cruz: es efectiva, pero carece de riesgo.
Musicalmente, «Cuando Éramos Felices Sin Saberlo» se apoya en una fórmula que Malmö 040 ha perfeccionado desde su debut: un pop-rock de manual con ganchos inmediatos, estribillos coreables y un toque de melodrama adolescente que recuerda a los días de gloria de El Canto del Loco o Pereza. Las colaboraciones con Pignoise y Maren añaden un poco de sabor a la mezcla (la primera inyecta una dosis de energía punk-pop noventera, mientras que la segunda aporta una suavidad etérea que contrasta con la testosterona del resto del disco) pero no logran disimular que estamos ante un ejercicio de reciclaje. Escuchar este álbum es como hojear un greatest hits de la radiofórmula española de la última década, con ecos de Izal, Vetusta Morla en sus momentos más accesibles y hasta un leve guiño a los Coldplay de «Viva La Vida«. Sin embargo, donde esas bandas arriesgaron o al menos encontraron una voz propia, Malmö 040 se conforma con pulir una plantilla preexistente.
Líricamente, el disco se sumerge en la nostalgia como si fuera una piscina climatizada: cómoda, cálida, pero sin profundidad real. Hablan de juventud perdida, amores que se desvanecen y la inevitabilidad del paso del tiempo, temas universales que aquí se tratan con la sutileza de un martillo. En ‘Los de Siempre‘, por ejemplo, hay un intento de capturar la camaradería eterna de la amistad, pero las líneas sobre «las noches que nunca terminan» y «los bares de siempre» suenan más a postureo de Instagram que a una reflexión genuina. Es un álbum que mira al pasado no para entenderlo, sino para venderlo como una postal brillante a un público que prefiere no cuestionar demasiado.
La atmósfera general es agridulce, con un tono que oscila entre la euforia de los veranos pasados y la melancolía de saber que no volverán. Las guitarras, siempre cristalinas, y los arreglos de teclado crean un paisaje sonoro que es tan evocador como predecible. Hay momentos de belleza simple, como en los puentes de ‘Llévame a Casa‘, donde la banda deja que el silencio y una línea de bajo mínima hablen por sí solos. Pero esos destellos se ven opacados por una tendencia a sobrecargar las canciones con coros grandilocuentes y efectos de estudio que parecen gritar “¡éxito comercial!” en lugar de “arte”.
En el contexto de la obra de Malmö 040, este disco marca una evolución en términos de ambición y madurez sonora, se nota que han aprendido a manejar mejor los estudios y las expectativas de su creciente base de fans, pero también una estandarización. Donde su debut tenía un encanto más crudo y desgarbado, «Cuando Éramos Felices Sin Saberlo» se presenta como un producto diseñado para encajar en playlists de Spotify y festivales veraniegos.
Los puntos fuertes del álbum están en su innegable capacidad para enganchar (escucharás ‘Llévame a Casa‘ y te descubrirás tarareándola horas después) y en una producción que, aunque genérica, es técnicamente impecable. Los puntos débiles, sin embargo, pesan más: la falta de originalidad, la repetición de tropos gastados y una sensación de que la banda está más interesada en complacer que en desafiar.
En última instancia, «Cuando Éramos Felices Sin Saberlo» es el sonido de una banda que sabe exactamente lo que su público quiere y se lo da sin pestañear. Es pop-rock para los barrios altos, para los que ven la vida a través de un filtro sepia y prefieren no rascar demasiado bajo la superficie. Malmö 040 ha consolidado su lugar en la escena española, pero a costa de sonar como un eco de todo lo que ya hemos oído antes. Si este es el precio de la felicidad sin saberlo, tal vez sea hora de que despierten.