Sidonie amanecieron hace una semana con su nombre acompañado del título de “El peor grupo del mundo”. Una confesión sin lugar a dudas, añadiendo el hecho de que esa era una crítica a la que hacían frente cuando comenzaron su andadura en el mundo de la música hace ya más de una década. Es un título que ahora lucen con orgullo y con el que ahora titulan su nuevo trabajo: El Peor Grupo del Mundo.
Este es un álbum que se puede comprender desde dos perspectivas. Por un lado, se puede observar este trabajo como la evolución y el asentamiento del peor grupo del mundo (a partir de ahora y por brevedad: Sidonie) como un referente a nivel nacional que, si bien empezó con el rock psicodélico, no ha tenido reparos de abrazar melodías más pop conforme pasó el tiempo. Llegó el momento en el que sus seguidores se polarizaron con “El Fluido García” (Sony, 2011) y sus guitarras cargadas de phaser, distorsiones y demás efectos que mucho distaban de las melodías más amigables de “El Incendio” (Sony, 2009). Y ya qué podríamos decir de la frialdad robótica de “Sierra y Canadá” (Sony, 2014), otro paso adelante que, aunque se traía sus trayazos, dejaba de lado la calidez y monotonía de melodías más sencillas.
Viendo el apartado melódico de “El Peor Grupo del Mundo”, solo existe una palabra posible para describirlo: directo. Los guitarrazos y los riffs sin pretensiones pueblan la mayor parte del álbum mientras se entremezclan con baterías que marcan un ritmo sencillo y digerible junto a un Marc Ros que se encuentra cómodo con los tonos entre los que se desenvuelve. ‘El Peor Grupo del Mundo’, tema que abre el álbum me resulta un grower. Es decir, empezó siendo un tema que me resultó demasiado simplón, pero al final lo acabas abrazando porque te acaba martilleando y resulta pegadizo. De hecho y en conjunto, Sidonie han hecho un disco simplón, sin complicaciones, y este es uno de los máximos exponentes. ‘Os Queremos’ y ‘Siglo XX’ continúan en esa línea. Guitarrazos, melodías rápidas sin pretensiones. Me tocaría destacar el segundo tema donde aparece un cuerpo de violines que me chirría levemente. Estos violines no tienen ni mucha menos comparación con aquellos tan brillantes de ‘Un Día de Mierda’.
Llegados a este punto, te das cuenta que, además de ser un álbum simple, se aprecia mucho mejor dejando las comparaciones fuera que puedan actuar en su detrimento como la que acabo de esgrimir. Solo tienes que tener presente que es maduración de lo anterior, en casi contrario te das cuenta de que hay poca novedad. Y Sidonie lo saben. Y te sorprenderán más adelante en este trabajo, pero ahora te lanzan a la cara un “¿Para qué cambiar?” justo antes de la aparición de ‘Carreteras Infinitas’, el nuevo himno pop español. Un tema más relajado con una melodía más controlada que crece en tu interior con gran facilidad. Un estribillo con el que ladeas la cabeza casi sin querer y que entonas a pleno pulmón al par de escuchas.
Con este corte da comienzo a la segunda mitad del álbum, mi favorita. Culpa de ello la tendrá la presencia los temas más diferentes de todo el álbum. Llamadme raro, pero yo soy seguidor de los Sidonie rarunos, los que amaban la frialdad robótica de su anterior álbum. ‘Los Coches aún no Vuelan’ tiene una apertura psicodélica de sitar complementado por una batería analógica (¿homenaje a aquel ‘Sidonie Goes to Varanasi’?) que deriva en un tema tranquilo de estribillo luminoso. ‘Instrucciones para Construir un Submarino’ es maravillosa, así de simple. Comienza con un ukelele en una melodía pop rock normal para entrar una estrofa después del primer estribillo que sustituye toda instrumentación por su versión electrónica y añade vocoder.
Y por lo demás, lo que hay son temas que mantienen el ánimo con melodías que ya digo son fáciles y de las que se pueden extraer algún highlight. Por ejemplo el riff de piano tan John Newman de ‘Fundido a Negro’, el toque anglosajón de ‘Por si te Sirve de Algo’ o el cierre con ‘No Sé Dibujar un Perro’, de los mejores temas que han podido hacer Sidonie. Comienza misterioso y electrónico para derivar en un tema de guitarra acústica, momentos corales y mucho buen rollo.
Al principio decía que este álbum se podía ver desde dos perspectivas. La segunda es la profesión amorosa de Sidonie hacia el pop. Ellos quieren demostrar varias cosas: que el panorama del indie no tiene que estar en una dimensión ajena a los sonidos más friendly, y que la música es música independientemente de las etiquetas con las que descubrimos las canciones. Tal vez el medio por el que han querido transmitir este mensaje no tenga un trasfondo melódico brutal digno de estudio y admiración, pero no era el objetivo de Sidonie. Su meta era hacer un álbum que reivindicase el amor hacia el pop desde el pop. ¿Lo han conseguido? De pleno. ¿Se han complicado la existencia para conseguirlo? Ni un ápice. Ahora os toca a vosotros decidir si esto es algo positivo o negativo. Personalmente, le veo fecha de caducidad cercana a la mayor parte de este álbum. Funcionará en festivales, directos y radiofórmulas ahora pero la mayor parte tiene el mismo destino que el pop, una obsolescencia programada. Ahora les toca rebatirme a Sidonie en las primeras fechas de presentación de este álbum.