Kiko Evia, el hombre tras Gitano de Palo, no es un extraño en el arte de tejer contrastes. Desde su base en Barcelona, con raíces coruñesas y un corazón que late al compás del Sur, este debutante en largo formato entrega «Alaiar«, un disco que no solo lleva el nombre de un verbo gallego-árabe que significa gemir o aullar por un dolor profundo, sino que encarna ese grito en cada surco sónico. Es un lamento electrificado, un quejío flamenco que se cruza con beats de club y reverberaciones de sintetizadores, como si Rosalía y Burial hubieran decidido compartir mesa en un tablao clandestino. Pero Alaiar no se conforma con ser un experimento de fusión: es un manifiesto de identidad, un collage de opuestos que encuentra su fuerza en la tensión entre lo analógico y lo digital, lo sagrado y lo profano, el Norte y el Sur.
El álbum arranca con ‘¿Qué es lo que quieres de mí‘?, un corte que ya desde sus primeros compases establece el tono: palmas que resuenan como disparos rítmicos, una línea de bajo que repta como el calor de una noche andaluza y la voz de Evia, grave y cargada de duende, preguntando con una mezcla de desafío y vulnerabilidad. Aquí está el ADN de «Alaiar«: flamenco deconstruido, pasado por el filtro de la electrónica downtempo, pero sin perder esa chispa primal que hace que el género sea tan magnético. La producción, a cargo de Gorka Molero, es impecable en su precisión quirúrgica, equilibrando el calor orgánico de las percusiones con el frío brillo de los sintetizadores. Añade a la ecuación el toque de Alberto Pérez, un mezclado de lujo con credenciales Latin Grammy, y tienes un sonido que podría sonar tanto en el Sónar como en una caseta de la Feria de Abril.
Líricamente, «Alaiar« es un terreno de sombras y espinas. Evia no escribe canciones; escribe procesiones internas. Hay un misticismo pagano en temas como ‘Tequila y camarones‘, donde el hedonismo de la fiesta se tiñe de melancolía, o en ‘Isabel‘, que flota entre lo terrenal y lo etéreo con una cadencia que recuerda a los lamentos de Camarón pasados por un vocoder. Las letras no son narrativas lineales, sino fragmentos de un estado de ánimo: quejas, suspiros, gritos contenidos que resuenan con el significado mismo de “alaiar”. Es como si Evia hubiera destilado el dolor moral y físico de sus influencias—el flamenco, la saudade gallega, el desgarro de la diáspora—y lo hubiera transformado en un ritual bailable.
Las influencias aquí son un crisol fascinante. Hay ecos de la experimentación krautrock de Neu! en los bucles hipnóticos de ‘Arsa y Dalle‘, mientras que ‘Feria Feira‘ podría ser un primo lejano de las exploraciones mediterráneas de El Último de la Fila, pero con un giro más oscuro y nocturno. La comparación más obvia sería con C. Tangana, otro artista que ha jugado con el flamenco y la modernidad, pero donde Tangana abraza el pop con un guiño comercial, Gitano de Palo se sumerge en texturas más abstractas, más cercanas al trip-hop de Portishead o al minimalismo emocional de James Blake. Imagina a Thom Yorke, como el propio Evia bromeó, intentando capturar el alma de un fandango: ese es el espíritu que recorre «Alaiar«.
Sin embargo, el álbum no está exento de tropiezos. Su ambición conceptual a veces lo lleva a perder foco. Tracks como ‘Neón y Abanico‘ se ven más como ejercicios de estilo que como piezas plenamente realizadas, con sus capas electrónicas apilándose sin un clímax claro. Y aunque la cohesión temática es admirable, la repetición de ciertas ideas (el lamento, el contraste cultural) puede hacer que la segunda mitad del disco pierda algo de la urgencia que define sus primeros cortes. Es un debut que brilla más en sus momentos individuales que como una narrativa sostenida de principio a fin.
Aun así, los puntos fuertes de «Alaiar« eclipsan sus debilidades. La atmósfera que crea es densa y embriagadora: el aire caliente de una plaza andaluza mezclado con el neón parpadeante de una rave urbana. Hay una autenticidad cruda en cómo Evia canaliza sus raíces y las retuerce en algo nuevo, algo que no suena a pastiche ni a apropiación barata. La producción, con su interplay de tambores, panderetas y sintetizadores, es un logro técnico que nunca sacrifica el alma por el artificio. Y en un panorama musical donde el flamenco fusión corre el riesgo de volverse cliché, Gitano de Palo encuentra un camino propio, uno que aúlla y gime con una voz inconfundible.
Para los oyentes dispuestos a sumergirse en este grito de guerra, Alaiar ofrece una experiencia que es tan catártica como cerebral. No es un disco fácil, ni pretende serlo, pero en su tensión entre lo viejo y lo nuevo, lo sagrado y lo eléctrico, hay una belleza punzante que se clava como una corona de espinas. Gitano de Palo ha llegado, y su procesión apenas comienza.