Si el R&B clásico tuviera un affair ilícito con el rock and roll de camisa abierta y el dramatismo orquestal de una balada de los sesenta, el resultado sería algo muy parecido a «Plays for the Brokenhearted«, el tercer álbum de la formación barcelonesa Rambalaya. Este septeto, con su devoción casi quijotesca por un romanticismo sonoro que parece arrancado de un mundo perdido, entrega una obra que transpira sudor, lágrimas y un amor tan grande que duele. Es un disco que no se conforma con susurrar al corazón roto: lo abraza, lo sacude y lo manda a la pista de baile con una copa de bourbon en la mano.
Desde el primer compás de ‘Take Your Own Advice‘, el sencillo inaugural, Rambalaya deja claro que no está aquí para medias tintas. La voz de Jonathan Herrero, un portento que canaliza la fragilidad operística de Roy Orbison y el soul descarnado de Otis Redding, se eleva sobre un arreglo que podría haber sido firmado por Phil Spector en su apogeo: cuerdas que lloran, coros celestiales y una batería (cortesía de Anton Jarl) que golpea como un latido ansioso. Es una catedral sonora construida para los desamparados del amor, y establece el tono de un álbum que equilibra con maestría la grandiosidad de las baladas y la suciedad del rock visceral.
Musicalmente, «Plays for the Brokenhearted» es una carta de amor al R&B de los años 50 y 60, pero con un giro contemporáneo que evita que caiga en la mera nostalgia. Temas como ‘Under a Jaded Sky‘ y ‘Broken Heart‘ son pura melancolía envuelta en terciopelo, con el saxo de Pol Prats y la trompeta de Álex López añadiendo capas de soul que recuerdan a los mejores cortes de Stax Records. Sin embargo, Rambalaya no se queda atrapada en el lamento: ‘Let Me Get Out of This Place‘ es un pantano rockero que huele a gasolina y pantanos de Luisiana, mientras que ‘Telephone‘ desata un garaje ardiente que podría hacer sonrojar a los Fleshtones. Hay una dualidad fascinante aquí: la banda es tan capaz de romperte el alma como de hacerte mover los pies.
Las letras, en su mayoría obra de Jarl, Míguez y Martín, destilan una mezcla de vulnerabilidad y bravura. ‘Because of You‘ podría ser un lamento eterno, pero hay una resignación empoderada en versos como «I built my world around your flame / Now I’m ash, but I’m to blame«. Es un disco que no teme mirar de frente al desamor, pero lo hace con una elegancia que trasciende el cliché. Si Richard Hawley perfeccionó el arte de la balada nocturna con un toque de crooner, Rambalaya la lleva a un terreno más crudo, más terrenal, como si Willy DeVille hubiera decidido formar una banda de siete almas en pena.
La producción, firmada por Jarl, es otro punto álgido. Cada instrumento tiene su momento para brillar: el bajo de Matías Míguez retumba con una calidez que ancla las canciones, los teclados de Alberto Burguez salpican destellos de Burt Bacharach, y las cuerdas de Barcelona Rock Strings elevan las baladas a un plano casi cinematográfico. Sin embargo, esta ambición a veces juega en contra del álbum. En cortes como ‘The Border‘, un instrumental fronterizo con ecos de Hawaii Five-O, la mezcla se siente más como un ejercicio de estilo que como una pieza esencial del relato. Es un pequeño tropiezo en un disco que, por lo demás, mantiene un equilibrio admirable entre lo íntimo y lo expansivo.
Comparado con sus contemporáneos, «Plays for the Brokenhearted» comparte ADN con el soul retro de Leon Bridges, pero con una energía más desbocada y menos pulida. Mientras Bridges opta por la introspección serena, Rambalaya se lanza al abismo emocional con la temeridad de un Bruce Springsteen en sus días de «Darkness on the Edge of Town«. Hay también un paralelismo con los Black Pumas, aunque Rambalaya reemplaza el groove psicodélico por un clasicismo más robusto y teatral. En el panorama del R&B moderno, pocos artistas se atreven a ser tan kamikazes en su entrega como este septeto.
El mayor triunfo del álbum es su coherencia emocional. Es un trabajo que respira como una noche larga y catártica: empiezas llorando en la barra con ‘Broken Heart‘, te desahogas bailando con ‘Loaded‘ y terminas contemplando el amanecer con ‘Under a Jaded Sky‘. Pero no está exento de defectos. Algunos cortes, como el hillbilly acelerado de ‘Loaded‘, pueden verse (y sentirse) fuera de lugar entre tanta intensidad emocional, y el exceso de dramatismo en ciertos arreglos podría alienar a quienes busquen algo más contenido.
«Plays for the Brokenhearted» no es un disco para los cínicos o dubitativos. Es para los que creen que el amor, incluso cuando te destroza, merece ser cantado a todo pulmón. Rambalaya ha creado una obra que honra su legado como estandartes del R&B barcelonés mientras se aventura más allá, hacia un horizonte donde el rock, el soul y el corazón roto se encuentran. Tres hurras, sí, por estos creyentes.