Era una tarde apática de pre-mudanza y nos asaltó por medio segundo la idea de quedarnos en casa y descansar… se nos fue rápido de la cabeza y menos mal, porque se notaba que había ganas de vivir ambiente de sala, con murmullos en la parte de atrás y chasquidos de botellines. Esa noche jugábamos en casa, El Gran Café de León.
Allí se presentó el bueno de Luís Brea, sin el miedo que le acompaña en otras ocasiones, pero con su inseparable gorra que no termina de concordar del todo con esa melódica voz de tintes y giros julioiglesianos. Después de algunos intentos desde finales de los noventa (Los Hijos de Han Solo y Los Sitios), recogió la recompensa del reconocimiento a las ácidas letras de su primer EP «De lo dicho nada«. A partir de ahí, una fructífera habilidad para la composición, reflejando la cotidianidad de los fines de
semana y los ambientes nocturnos, le han permitido construirse un repertorio más que interesante con el que girar por toda la geografía defendiendo su propuesta.
Con su guitarra acústica y un gamberro don de gentes entre canción y canción, iba sacando adelante la velada en una sala en la que fieles admiradores le pedían a él las “botellas de mahou” en lugar de a la camarera. Con ese viento a favor parece más sencillo, pero después de una dilatada carrera con sombras y luces, hacerse con una legión de seguidores así de entregados tiene su mérito y más en un mundo tan complicado en el que el talento o el buen hacer nunca parecen suficientes credenciales, pero el músico madrileño tiene un don para detenerse en el instante y observar lo inerte del día a día, la simpleza de la escena, lo elemental de lo rutinario y además ser capaz de explicarlo con las palabras adecuadas. Títulos como ‘After Crisálida‘, ‘Automáticamente‘ o ‘Discotecas‘ son una buena muestra de su inteligencia musical, no se puede hacer más con menos, se le nota cómodo en el formato acústico (será porque luego no hay que repartir, pero el viaje seguro que es más aburrido) es un obrero de los bares, un aliado de la música en directo, alguien al que le hizo frio en el infierno las dos veces que fue y continúa intacto.
Nosotros tuvimos la suerte de disfrutarlo, aunque una vez más nos regateó el lado bastante punk que esconde. Aún así nos dio más de mil razones para salir satisfechos, para volver a verle y para seguir disfrutando y apostando por esas pequeñas salas de conciertos que pelean, se esfuerzan, sobreviven y tanto hacen por el ocio local y la cultura de proximidad.