En una sociedad interconectada como la nuestra, es fácil que el usuario de a pie obtenga información de cualquier persona. Basta con deambular un rato por las grandes redes sociales (Twitter o Facebook) y darse cuenta de la gran cantidad de información que suministramos: Qué plan hemos tenido esta semana, nuestra postura ante una situación de actualidad, cómo nos va con la pareja…
Pero llegamos a una nueva cuestión: ¿y si esta información resulta de utilidad para alguien? Entonces tomaríamos una serie de medidas para evitar dar tantos datos o capar la cuenta. De lo que no nos damos cuenta es que en la mayor parte de las ocasiones el enemigo se encuentra en casa.
Pongamos un ejemplo muy claro. Una aplicación de Android de carácter totalmente inocente como Brightest Flashlight se enfrentó a una querella muy seria por no informar al usuario de que sus datos eran recopilados y clasificados para la posterior venta de información. Porque el problema está en esa falta de advertencia a la hora de recopilar datos del usuario. No es ilegal la venta, ya que la mayoría de servicios o aplicaciones se encargan de cubrirse las espaldas en un punto imperceptible dentro del mar insondable que son las páginas de términos y condiciones.
Cuando instalamos una aplicación en el móvil, en muchas ocasiones nos pregunta si le concedemos permiso para acceder a la cámara, localización…Nosotros, raudos y ansiosos por hacer uso de la nueva compra, aceptamos sin pensar en las consecuencias de esta acción: nos hemos expuesto a los data brokers, es decir, entidades encargadas al almacenaje de datos de los cibernautas para proceder a su análisis o venta (más información aquí o aquí para evitar que esto parezca una teoría conspiranoica).
Cuando se descubrió todo este tema hace un par de años, no pudimos evitar preguntar: “Vamos a ver, ¿para qué querría leer el presidente de los Estados Unidos mi correo electrónico?”. Tal vez él no, pero empresas encargadas de conceder créditos se encargan de analizar una serie de datos obtenidos a través de estos data brokers como “ayuda extra” para decidir quién es válido o quién no. U otro ejemplo concreto: Mapfre se encarga de analizar una serie de datos para comprobar el riesgo que tiene un asegurado.
Dejando esta parte que parece sacada de un telefilme, este análisis de información tiene una repercusión positiva. Por ejemplo, tenemos la aplicación Mooverang, desarrollada por la OCU, que se encarga de recoger nuestros gastos y organizarlos para “evitar sustos”. Con una seguridad que cuenta con el sello de Norton Secured y el aval de la OCU, es de pensar que estos datos que recopile (y en este caso, es el propio usuario quien los aporta) tendrán un buen uso. Por ejemplo, en la publicación de estudios sobre el consumo de los españoles que lleva a la reflexión y a pensar en la realidad social-económica.
En definitiva, tenemos que tener cuidado con lo que publicamos y con lo que aceptamos, con el sonido y con el silencio. Pero aún sabiendo lo que se hace con nuestra información, seguiremos teniendo el gen que nos hace aceptar tras haber leído los términos en condiciones en un tiempo récord de tres segundos.