Kerobia, el quinteto de Pamplona que lleva dos décadas tejiendo universos sonoros en euskera, regresa con «Poliorkêtês«, un álbum que no se limita a sonar, sino que respira, piensa y dialoga. Este trabajo de 11 canciones, construido sobre un relato homónimo escrito por el vocalista y guitarrista Xabi Bandini, es una obra de arte total: música, narrativa e ilustraciones de Maite Gurrutxaga se entrelazan para contar la historia de un ermitaño que se refugia en una casa mágica, discutiendo con una presencia etérea sobre el egoísmo, el genocidio en Gaza y el paso del tiempo. Grabado en Lorentzo Records con Aitor Ariño y producido con la colaboración de nombres como Manuel Cabezalí y Mikel Zorrilla, «Poliorkêtês« es el disco más sutil y ambicioso de Kerobia, un viaje que rechaza la inmediatez del consumo digital para exigir paciencia y presencia. Es un refugio sonoro que reconforta, pero también desafía, demostrando que la banda sigue siendo un faro en la cultura vasca.
El álbum abre con ‘Hauts azpian hekatonbe bat‘, un tema que se despliega como una cortina de niebla: las guitarras de Bandini y Lur Larraza tejen un tapiz de acordes delicados, mientras la batería de Eneko Requetibate pulsa con la suavidad de un latido. La voz de Bandini, cálida y quebradiza, canta sobre un mundo sepultado bajo sus propias cenizas, con una mezcla de resignación y esperanza que recuerda a los momentos más introspectivos de OK Computer. Es una entrada que establece el tono: este es un disco que vive en los detalles, en la madera de los instrumentos, en el roce de las cuerdas, en los silencios que dicen tanto como las notas. ‘Zer du egiatik…?‘, más adelante, acelera el pulso con un riff que podría haber salido de un ensayo de The National, pero filtrado a través de la sensibilidad melódica del indie vasco, con vientos de Julen Suárez y Andoni Arriola que añaden un toque cinematográfico.
El estilo musical de «Poliorkêtês« es una evolución natural del camino que Kerobia trazó desde «Rose Escargot«, donde encontraron su voz mezclando britpop, indie y una intensidad emocional que suda en cada acorde. Aquí, el sonido es más orgánico, casi táctil, con una paleta que combina guitarras acústicas, teclados de Txus Aranburu que flotan como luciérnagas, y un bajo de Alberto Isaba que ancla las canciones con una presencia serena. Hay ecos del post-rock de Sigur Rós en la expansividad de ‘Dantzan zaude olatuen artean‘, pero también un anclaje terrenal que remite al folk vasco de Mikel Laboa. La banda no teme experimentar, ‘Urtu arte‘ coquetea con texturas electrónicas que recuerdan a Bon Iver en ‘22, A Million‘, pero siempre vuelve a la calidez de lo analógico, a la vibración de la madera y las cuerdas que Bandini describe como el alma del disco.
Las letras, basadas en el relato de Bandini, son el corazón narrativo de «Poliorkêtês«. Escritas en euskera, exploran la deserción de un mundo occidental colapsado por su propia codicia, pero lo hacen con una intimidad que transforma lo universal en personal. ‘Minutu bat samurtasun hari bati heltzeko‘ es un lamento sobre la fragilidad de los momentos efímeros, con versos como ‘Denbora ihes egiten du, baina hemen nago‘ que destilan una sabiduría silenciosa. ‘Nekagarriegia da gorrotatzea‘ aborda el genocidio en Gaza con una mezcla de rabia contenida y empatía, evitando el panfleto para centrarse en la humanidad rota. La narrativa no es lineal, sino cíclica, como las habitaciones de la casa mágica que Bandini describe, lo que da al álbum una cohesión conceptual que recuerda a los discos narrativos de Sufjan Stevens. Sin embargo, algunas letras, como en ‘Poliorkêtês‘, podrían ser demasiado abstractas, pidiendo al oyente un esfuerzo adicional para conectar con su simbolismo.
La producción, liderada por Ariño y enriquecida por las colaboraciones de Gorka Armendariz y Txemi, es un ejercicio de sutileza. Grabado en Lorentzo Records, el álbum suena vivo, como si la banda estuviera tocando en tu sala de estar. Cada detalle (el crujido de una guitarra acústica, el eco de un viento lejano) está colocado con precisión quirúrgica, pero sin perder la espontaneidad de un grupo de amigos tocando por puro amor al arte. Sin embargo, esta pulcritud puede ser un arma de doble filo, la producción, en ocasiones, se presenta tan controlada que resta un poco de la crudeza que podría haber hecho un álbum más visceral.
Las influencias de Kerobia son un tapiz que conecta el indie rock de Arcade Fire con la introspección de Nick Drake y la narrativa conceptual de Neutral Milk Hotel. Enfrentado a un trabajo como «Hvarf/Heim» de Sigur Rós, es más estructurado y menos etéreo, anclado por la voz de Bandini, que actúa como un faro en la niebla. Y si bien comparte con Berri Txarrak una pasión por el euskera, Kerobia es más contemplativa, menos incendiaria, priorizando la reflexión sobre la explosión.
«Poliorkêtês« se presenta como un rechazo al ritmo frenético del consumo moderno. Como dice Bandini, este no es un disco para ‘consumir’ en una lista de Spotify; es una invitación a habitar una casa de 11 habitaciones, a darle tiempo a las cosas. Es un manifiesto sobre la cultura vasca como resistencia, sobre la belleza de lo pequeño en un mundo obsesionado con lo grande. La atmósfera es como entrar en una cabaña en invierno, con el crepitar del fuego y el eco de una conversación que no quieres que termine. Provoca una mezcla de calma y urgencia, como si el tiempo se detuviera pero el corazón siguiera latiendo.
Los puntos fuertes del álbum son su cohesión narrativa, su producción orgánica y una interpretación que destila autenticidad. Sus debilidades están en algunos momentos líricos que se presentan demasiado opacos y en una recta final que, aunque hermosa, no siempre iguala el impacto de los primeros cortes.
«Poliorkêtês« es un disco para escuchar con calma, con un café en la mano y las luces bajas. Kerobia ha creado una obra que no solo suena bien, sino que se siente como un hogar: cálido, imperfecto, eterno. Es una prueba de que, en un mundo que corre, detenerse a escuchar puede ser un acto de rebeldía.