Drew Tarves, el cerebro detrás de Young Friend, no es el típico enfant terrible del indie rock. Este nativo de Vancouver, exbailarín convertido en trovador de dormitorio, llega con «Motorcycle Sound Effects«, un debut de doce canciones que se siente como un collage de Polaroids desvaídas: instantáneas de los veintitantos capturadas con una mezcla de nostalgia bañada en sol y una crudeza que raspa como la grava bajo las ruedas. Coproducido con David Marinelli, un nombre que ha moldeado sonidos para FINNEAS y JAWNY, este álbum es un sueño febril que mezcla géneros, zigzagueando entre el indie pop efervescente y el rock desaliñado con una espontaneidad que refleja tanto la euforia como el desorden de crecer. Es un paseo vertiginoso, pero no siempre sabe a dónde va.
Desde el primer acorde de ‘Golden Rule‘, el disco te arrastra a un torbellino de guitarras crujientes y ritmos que rugen como un motor al ralentí. La voz de Tarves, con su tono desenfadado pero cargado de intención, navega por encima de la mezcla con una confianza que desmiente sus 24 años. ‘Loose‘ sigue la marcha, un himno ansioso que suena como si The Strokes hubieran pasado una noche bebiendo con Wilco en un bar de carretera: hay un filo garage-punk en los riffs, pero también una calidez melódica que te envuelve como una chaqueta gastada. Es un tema que captura la inquietud de los veinte, esa sensación de estar atrapado entre el querer ser alguien y el miedo a no serlo nunca.
Las letras de Tarves son el alma del álbum, pintando retratos vívidos con pinceladas conversacionales. ‘Soft Light‘ es una meditación delicada sobre el autodescubrimiento, con líneas como «I’m chasing shadows in the glow / Trying to find what I don’t know» que destilan una vulnerabilidad que se siente arrancada de un diario. En ‘The Real Deal‘, el amor se disecciona con una mezcla de romanticismo y autocrítica: «I’m a mess but I’m yours if you’ll take it«. Es esta intimidad lo que conecta «Motorcycle Sound Effects» con los EPs anteriores de Tarves, «How Did We Get Here?» y «Scaredy Cat«, pero aquí la escala es más grande, las emociones más crudas. Como dijo Tom Power en Q, este es un disco sobre «los años en los que descubres quién quieres ser, pero también quién no quieres ser«, y Tarves lo clava con una honestidad que no pide permiso.
La producción de Marinelli es un compañero perfecto para las ambiciones de Tarves. En ‘American Spirit‘, la chulería se despliega con un riff que podría haber sido robado de un descarte de Is This It, mientras los sintetizadores burbujean debajo como una carretera al atardecer. ‘Boyfriend Material‘, por otro lado, se tambalea con una arrogancia sexy (I’m not the one you take home to mom) que recuerda a los días más descarados de Porches, aunque con un toque de blues que le da profundidad. Sin embargo, esa variedad a veces juega en contra: ‘Sweet Tooth‘ se desvía hacia un pop azucarado que parece totalmente fuera de lugar, como un desvío innecesario en un viaje que ya tiene suficiente combustible.
Musicalmente, «Motorcycle Sound Effects» es un crisol de influencias que Tarves lleva con orgullo. Hay ecos de la introspección pastoral de Adrienne Lenker en ‘Thank You for the Ride‘, donde una guitarra acústica y un ritmo pausado crean una atmósfera de fogata al final del verano. ‘I Like Girls‘ canaliza el espíritu juguetón de The Strokes con un guiño al descaro de los 2000, mientras ‘Trouble‘ coquetea con la tensión angular de Big Thief, aunque sin la misma precisión lírica. Comparado con sus contemporáneos, Young Friend se sitúa en un terreno intermedio: no tiene la urgencia visceral de un Sam Fender ni la claridad cristalina de un Clairo, pero su encanto reside en esa imperfección, en esa sensación de estar todavía descifrándolo todo.
El significado más profundo del álbum, como explica Tarves, está en «capturar todas las caras de la moneda» de crecer: los errores, las victorias vacías, las noches que no puedes olvidar. Es un tema que resuena a lo largo de las doce pistas, desde el arrepentimiento teñido de ansiedad de ‘Loose‘ hasta la euforia despreocupada de ‘Eye to Eye‘. Pero esa ambición narrativa a veces se pierde en la mezcla. La segunda mitad del disco, aunque sólida, carece del impacto de su apertura: ‘Stranger‘ y ‘Soft Light‘ son hermosas pero redundantes, como si Tarves hubiera agotado sus mejores historias demasiado pronto.
La atmósfera de «Motorcycle Sound Effects» es puro crepúsculo: esa hora dorada donde el día se desvanece y todo parece posible, pero también un poco triste. Es un disco para escuchar con las ventanillas bajadas, el viento enredándote el pelo mientras intentas recordar por qué corrías tan rápido. Sus puntos fuertes: la sinceridad de Tarves, la producción dinámica, los ganchos que se pegan como chicle, lo convierten en un debut prometedor. Sus debilidades: una falta de enfoque en la recta final, un exceso de nostalgia que a veces bordea el cliché, sugieren que Young Friend aún está afinando su motor.
Frente a un «Sky Blue Sky» de Wilco, «Motorcycle Sound Effects» carece de la madurez estructural, pero tiene el mismo corazón inquieto. Comparado con el «Sling» de Clairo, le falta pulido, pero gana en urgencia. Es un disco que no revoluciona el indie rock, pero tampoco lo pretende: es un diario sonoro de un veinteañero tratando de encontrar su lugar, y en esa honestidad reside su poder.