julio 10, 2025

Con «Interzona», La Plata sigue caminando hacia la búsqueda de algo que trascienda

En su tercer álbum, «Interzona«, La Plata se adentra en un terreno que es a la vez un refugio y un campo de batalla, un espacio liminal donde las categorías se difuminan y las emociones se desgarran con una precisión casi quirúrgica. Este quinteto valenciano, que lleva una década moldeando su identidad en el cruce entre el post-punk y la electrónica de club, entrega aquí su trabajo más ambicioso y, por momentos, más desconcertante. Titulado en homenaje a la ciudad ficticia de William S. Burroughs (un lugar de caos creativo y fronteras disueltas), «Interzona» no es tanto una recreación literal como un manifiesto sónico de una banda que se niega a quedarse quieta, que prefiere habitar las grietas antes que conformarse con las líneas rectas de lo convencional.

El álbum arranca con ‘Cerca de Ti‘, un corte que podría ser la banda sonora de un amanecer melancólico en una carretera desierta. Las voces de Diego Escriche y María Gea se entrelazan con una delicadeza que recuerda a los duetos minimalistas de The XX, pero hay un trasfondo más áspero aquí: un riff de guitarra que corta como un vidrio roto y una percusión que late con una urgencia contenida. Es un tema que establece el tono emocional del disco: introspección teñida de fricción, una calma que nunca termina de asentarse. Le sigue ‘Ruido Blanco‘, donde los sintetizadores zumban como cables expuestos, mientras la banda coquetea con texturas ambient que evocan el drone contemplativo de Tim Hecker, solo para romperlo con un estribillo que pide ser gritado en un sótano sudoroso.

Musicalmente, «Interzona» es un collage de influencias que La Plata destila con una madurez sorprendente. Hay ecos del post-punk de Joy Division en la tensión claustrofóbica de ‘La Vida Real‘, pero también destellos del hedonismo electrónico de la Ruta del Bakalao, un guiño a su herencia valenciana, en ‘Música Infinita‘. Este último track es un punto álgido: una voz en off susurra «Es la música infinita, el sonido de Valencia» sobre un ritmo que fusiona guitarras oscuras con un trance extático, como si New Order hubiera pasado una noche en Barraca. Es un homenaje que no cae en la nostalgia barata, sino que reimagina el pasado como un portal hacia algo nuevo. Más adelante, ‘Mirar Atrás‘ se sumerge en el emotional jungle con un drum-and-bass sutil que deja espacio para líneas de piano y guitarra, un equilibrio que demuestra la habilidad de la banda para construir atmósferas sin ahogarlas en exceso.

La producción, repartida entre estudios urbanos y retiros rurales durante un año, refleja esa dualidad de caos y control. Hay una crudeza orgánica en los riffs y las percusiones que contrasta con la pulcritud de los sintetizadores, un diálogo entre lo visceral y lo cerebral que define el ADN de La Plata. Las letras, aunque a menudo abstractas, están cargadas de una honestidad cruda: hablan de rupturas internas, de la treintena como un limbo existencial, de la necesidad de escapar sin saber muy bien hacia dónde. En ‘Niebla‘, Escriche canta con una mezcla de resignación y anhelo, mientras los teclados de Patricia tejen una bruma sonora que envuelve como un recuerdo difuso. Es el tipo de canción que te hace cerrar los ojos y sentir el peso de lo que dejaste atrás.

Sin embargo, «Interzona» no está exento de tropiezos. La segunda mitad del álbum pierde algo de la chispa inicial, especialmente en cortes como ‘Bien Conmigo‘, que coquetea con un folk-country inesperado pero no termina de cuajar en el flujo del disco. Es un experimento valiente, pero se siente fuera de lugar entre la densidad emocional del resto. Asimismo, la ambición de abarcar tantos estilos del grunge al dream pop, pasando por el jungle, a veces diluye la cohesión, dejando la sensación de que La Plata está probando más ideas de las que puede pulir en 11 pistas.

Aun así, los puntos fuertes de «Interzona» eclipsan sus flaquezas. Este es un álbum que respira la evolución de una banda que ha pasado de la urgencia juvenil de «Desorden» a una introspección más compleja, sin sacrificar su instinto para los estribillos que se clavan en el cerebro. Comparado con sus contemporáneos, La Plata ocupa un espacio único: donde unos como Fontaines D.C. se aferran a la rabia del post-punk, ellos prefieren explorar las texturas y las emociones con una sensibilidad más cercana a los primeros discos de The Horrors o incluso al romanticismo roto de Beach House. La Plata sigue caminando hacia la búsqueda genuina de algo que trascienda.

«Interzona» es un viaje psicológico que refleja el avatar colectivo de La Plata: un grupo en transición, atrapado entre lo que fueron y lo que podrían ser. Es un disco que no ofrece respuestas fáciles, pero sí un refugio para quienes encuentran belleza en el desorden. Escúchalo con auriculares en una noche sin estrellas, y déjate llevar por su caos ambiguo. No es perfecto, pero esa imperfección es precisamente lo que lo hace tan humano.

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