Ya el jueves, un nombre sobresalía en el cartel del festival, no era otro que Prodigy (o por lo menos lo que queda de ellos). En esta ocasión accedimos al recinto (esta vez sin esperas) para disfrutar del tramo final de Nowhete to be Found y prepararnos para la presencia de suecos Millencolin.
La verdad es que el concierto de Millencolin fue un tanto desilusionante. El volumen no acompañó al punk de los escandinavos, cierto es que han pasado los años y ya no estamos un 2007 y el punk ha dejado espacio al rock más canalla. Suena infantil, pero seguimos saltando con los temas de aquel «Pennybridge Pioneers» como si lo descubriésemos por primera vez. Seamos realistas, los temas de la banda no han envejecido muy bien, pero nos da igual por esa hora de felicidad que aportan a nuestra cotidianidad.
Llegaban tras ellos Prodigy dejando claro desde el primer segundo que la sombra de Keith Flint es demasiado alargada. Además, se enfatiza con diversas proyecciones de su figura en las pantallas. Es realmente interesante ver cómo la banda ceba ese momento de explosión llamado ‘Smack my Bitch Up‘ lanzando pequeñas ráfagas del tema en momento puntuales del concierto y, sí, por supuesto, terminó con desatando la locura colectiva. 55 minutos más tarde de salir al escenario los británicos lo abandonaban ¿Era el final? Tras unos instantes de silencio la banda, ahora lidera por Maxim Reality, tomaba posiciones de nuevo para soltar un encore cargado de luces laser y electrónica convirtiendo Vilar de Mouros en una rave dirigida por sonidos del pasado milenio.
¿Llegaron al mismo nivel que Limp Bizkit? No. Al colocarse ante Prodigy en la actualidad sentimos que al puzle que nos presentan los británicos le fala una pieza, una marcha más, un intangible que convierte la nostalgia en pena.
Bloody Beetroots continuaba, bajo su mascara, con la rave propuesta por Prodigy en mitad de la noche lusa.