mayo 15, 2025

Kiliki clava su manifiesto sonoro con «ILTZE 1»

Beñat Rodrigo, conocido como Kiliki, emerge de las cenizas del colectivo Chill Mafia con «ILTZE 1«, un EP debut en solitario que es tan audaz como un puñetazo y tan tierno como una caricia al amanecer. Este trabajo de siete canciones, coproducido con Sunny Wright 4th, es un caleidoscopio sónico que clava sus raíces en el folklore vasco mientras se lanza de cabeza a las ramas más salvajes de la electrónica, el pop y el hip-hop. Desde las calles de Arrotxapea en Iruña, Kiliki construye un universo donde el amor y la guerra se entrelazan, donde la rabia política baila con la nostalgia romántica. «ILTZE 1« no es solo un debut; es una declaración de intenciones de un artista que ha digerido la historia musical entera y la escupe con un humor euskaldun que corta como un cuchillo. Es un clavo, como dice el propio Kiliki, «uno para cada mano: en una duele, en la otra se clava pero bonito«.

El EP arranca con ‘scroll‘, un puñetazo de punk electrónico que suena como si King Tubby y Carlo Karacho se hubieran emborrachado en un sótano de Londres mientras escuchan grime. Los sintetizadores chirrían como neumáticos en una curva cerrada, y la voz de Kiliki, cruda y desafiante, escupe versos que muerden el aire: «Nire burua galdu dut pantailan / Ez dut aurkitzen nire bidea«”. Es una apertura que no pide permiso, una bofetada a la hiperconectividad que establece el tono del disco: esto es guerra, pero también un grito de liberación. En contraste, ‘como un fugitivo‘ pivota hacia una rumba callejera bañada en synth-wave, con armonías que evocan el pop gitano de Junco pero electrificado con un pulso que podría sonar en un club de Berlín. Es una canción que huye, que respira libertad, y su estribillo es de los que se pegan como el sudor en una noche de verano.

El estilo musical de «ILTZE 1« es un collage deliberadamente caótico, un diálogo entre géneros que no deberían llevarse bien pero que, en manos de Kiliki, parecen primos lejanos reunidos en una fiesta. La homónima ‘iltze 1‘ es una joya de UK garage perforada por bajos 808 que retumban como cañones, una aproximación al rap nacional que se siente tan fresca como si Sleaford Mods hubieran crecido en Pamplona. “’zerdo‘, el hit más inmediato del EP, es un homenaje descarado a la booty music de DJ Assault, creado en apenas 30 minutos pero con un groove tan infeccioso que podría llenar una pista de baile en segundos. La recta final, con ‘si m miras así‘ y ‘ya es tarde‘, baja el tempo pero no la intensidad, sumergiéndose en drum’n’bass y pop nostálgico inspirado en las baterías de Luis Miguel. Es un cierre que acaricia, que duele dulcemente, como despertar de un sueño que no quieres dejar.

Las letras de Kiliki son el alma de «ILTZE 1«, y aquí brilla su capacidad para equilibrar la poesía con el sarcasmo. En ‘la ija de un munipa‘, una venganza poético-política con un groove robado a Las Chuches, Kiliki dispara contra las estructuras de poder con un humor que es tan ácido como liberador: ‘Zure aita guardia, baina zu nirekin dantzan‘. Es un verso que resume la dualidad del EP: amor y guerra, opresión y resistencia, todo envuelto en un ritmo que te obliga a moverte. ‘si m miras así‘, por otro lado, es una confesión romántica que desarma: «Zure begiradak hiltzen nau, baina bizirik mantentzen«. La mezcla de euskera y castellano, junto con un tono que oscila entre lo callejero y lo introspectivo, da a las letras una autenticidad que conecta tanto en un bar de Iruña como en un festival internacional. Sin embargo, algunas canciones, como ‘zerdo‘, priorizan el impacto sonoro sobre la profundidad lírica, lo que puede dejar a los oyentes buscando un poco más de sustancia.

La producción, grabada en casa y pulida en los Estudios Montreal de Hans Kruger, es un triunfo de economía y audacia. Sunny Wright 4th, junto con colaboradores como Nueve Desconocidos y Xabi Esparza, aporta una textura que es cruda pero precisa, con bajos que retumban como latidos y sintetizadores que chispean como cables pelados. Cada pista tiene su propia personalidad, desde el caos controlado de ‘scroll‘ hasta la melancolía pulida de ‘ya es tarde‘, pero el EP mantiene una cohesión que habla del talento de Kiliki como arquitecto sonoro. La única crítica es que, en su afán por abarcar tantos estilos, algunas transiciones entre canciones pueden sentirse abruptas, como si el oyente estuviera cambiando de emisora en un coche a toda velocidad.

Las influencias de Kiliki son un mapa global que conecta el folklore vasco de Fermin Muguruza con el dancehall de Trojan Records, el city pop japonés y el drum’n’bass de los 90. Comparado con Mordida de Ben Yart, otro hijo de la escena urbana vasca, «ILTZE 1» es menos introspectivo pero más bailable, con un enfoque que prioriza el impacto inmediato sobre la narrativa personal. Frente a «Reverberation» de Yung Beef, Kiliki es más estructurado, menos caótico, pero igual de irreverente en su mezcla de géneros. Y si bien comparte con Rosalía en «El Mal Querer «una pasión por fusionar lo tradicional con lo moderno, Kiliki es más crudo, menos pulido, con una energía que se siente más cercana a un concierto en un gaztetxe que a un escenario global.

«ILTZE 1» está en su dualidad: amor y guerra, dolor y belleza, resistencia y rendición. El título, que significa ‘clavo‘ en euskera, es una metáfora perfecta: estas canciones se clavan en la piel, algunas duelen, otras sanan. Es un disco sobre vivir en un mundo que te empuja a pelear pero también te pide que ames, sobre encontrar equilibrio en el caos. La atmósfera es como caminar por las calles de Iruña en fiestas, con el ruido de la multitud y el eco de una melodía lejana mezclándose en el aire. Provoca una mezcla de euforia y melancolía, como bailar con el corazón roto pero los puños en alto.

Los puntos fuertes de «ILTZE 1» son su versatilidad sónica, la autenticidad de sus letras y una producción que equilibra lo casero con lo profesional. Sus debilidades están en algunas letras que podrían haber profundizado más y en transiciones que rompen el flujo del EP.

«ILTZE 1«es un debut que no suena como tal; es el trabajo de un artista que ha absorbido un mundo de sonidos y los ha hecho suyos. Escúchenlo en un coche a medianoche, con las ventanillas bajadas y el volumen al máximo. Kiliki no solo ha clavado su bandera; ha construido un campo de batalla donde el amor y la guerra bailan juntos.

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