mayo 15, 2025

«El Sonido Bastardo» de Danzón el Gato

Danzón el Gato, el dúo madrileño formado por Javier Adán y Santiago Rapallo, llega con «El Sonido Bastardo» como si hubieran desenterrado un tesoro perdido en un mercado de pulgas global, un artefacto sonoro que podría haber sido grabado en un sótano de Suanzes hace una década o en un futuro distópico donde los géneros musicales se han mezclado hasta volverse irreconocibles. Este debut, publicado bajo el sello Lovemonk, es una celebración de la promiscuidad musical, un crisol donde el jazz se enreda con el funk, la música tropical abraza el Magreb, y las raíces ibéricas coquetean con ritmos caribeños. Es un álbum que no pide permiso para existir, que desafía las etiquetas con una confianza que desarma y seduce. En sus 10 pistas, Danzón el Gato construye un monolito polifónico que es tan enigmático como adictivo, un viaje que ilumina un nuevo espacio sonoro mientras te hace mover los hombros sin darte cuenta.

Desde el primer compás de ‘La Tarara‘, una relectura mística del clásico folclórico español, el dúo establece su manifiesto: tomar lo conocido y retorcerlo hasta que revele algo nuevo. Las guitarras serpentean con un groove que recuerda a los devaneos psicotrópicos de Khruangbin, mientras percusiones que podrían haber sido robadas de un ritual andalusí pulsan con una urgencia contenida. La voz, cuando aparece, es más un susurro que un grito, guiando la canción como una brújula en un desierto de texturas. ‘Twangy Marocco‘ sigue el camino, inyectando el espíritu de la bomba puertorriqueña con un funk que huele a mercado de especias en Tánger. Es un track que podría sonar en un club subterráneo de Marrakech o en una fiesta callejera en San Juan, y esa ambigüedad es el superpoder del álbum: nunca sabes dónde estás, pero quieres quedarte.

El estilo musical de «El Sonido Bastardo» es un collage deliberado, un diálogo entre tradiciones que se niegan a quedarse en su carril. El jazz se cuela en los fraseos sueltos de ‘Funk Magrebí’, donde los teclados de Rapallo evocan el espíritu de Mulatu Astatke jugando con Fela Kuti en un bar de La Latina. La música tropical, con sus caderas sueltas, pero está atravesada por un bajo que suena como si hubiera sido desenterrado de un disco perdido de Can. Hay momentos que suenan como una carta de amor al raï argelino, pero filtrada a través de la sensibilidad melódica de Ko Shi Moon. Esta mezcla no es caótica; es quirúrgica, sostenida por la experiencia de Adán y Rapallo, veteranos del underground madrileño que han pulido su oficio en proyectos como Dead Capo y UMD.

Las letras, cuando están presentes, son más evocativas que narrativas, funcionando como pinceladas en un lienzo sonoro. En ‘La Tarara‘, las palabras se disuelven en un mantra que parece invocar algo ancestral, mientras que en ‘Patio de Leones‘ actúan como un llamado a la liberación física y espiritual. La ausencia de una narrativa lineal es intencional: este no es un álbum que te cuenta una historia, sino uno que te invita a habitar un estado de ánimo. Esa decisión es tanto una fortaleza como una limitación; aunque la atmósfera es hipnótica, algunos oyentes podrían echar de menos un ancla lírica que dé más peso emocional a las canciones.

La producción, grabada en un estudio de Suanzes que ya no existe, es un triunfo de economía y audacia. Adán y Rapallo, con su enfoque artesanal, logran que cada instrumento tenga su momento: los platillos chispean como brasas, los bajos retumban con una calidez analógica, y los teclados flotan como humo en un zoco. Hay una crudeza que recuerda a los discos de campo de los 70, pero con una claridad moderna que evita que el álbum se sienta como un ejercicio de nostalgia. Sin embargo, esta claridad puede ser un arma de doble filo: en pistas como ‘Una Epopeya tranquila‘, la pulcritud resta un poco de la suciedad que podría haber hecho que el groove se sintiera más urgente.

«El Sonido Bastardo» está en su celebración de la bastardía como acto de creación. En un mundo obsesionado con la pureza y las fronteras, Danzón el Gato abraza la mezcla, el mestizaje, como una forma de resistencia y de invención. El álbum es un diálogo entre padres y madres putativos (jazz, funk, cumbia, raï) que dan a luz algo que no pertenece a nadie y a todos a la vez. La atmósfera es como caminar por un mercado global al atardecer: caótico, vibrante, lleno de aromas que no puedes identificar pero que te hacen sonreír. Provoca una mezcla de euforia y calma, como bailar lentamente bajo una lluvia cálida.

Los puntos fuertes del álbum están en su cohesión sonora, su groove infeccioso y una producción que equilibra lo orgánico con lo moderno. Sus debilidades son menores pero perceptibles: la falta de letras más sustanciosas puede dejar a algunos oyentes buscando un ancla emocional, y la segunda mitad, aunque sólida, no siempre iguala la sorpresa de los primeros cortes. Comparado con «Jalam» de Boom Pam, este álbum es más melódico y menos frenético; frente a «Fun House» de The Stooges reimaginado por un combo tropical, es más estructurado pero menos visceral.

«El Sonido Bastardo» es un debut que no suena como tal; es el trabajo de dos artesanos que han destilado años de experimentación en un disco que respira vida. Escúchenlo con una copa de vino tinto en la mano, las ventanas abiertas y el volumen alto. Danzón el Gato no solo ha iluminado un nuevo espacio sonoro; ha construido un hogar donde todos los bastardos son bienvenidos.

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