En un mundo saturado de conexiones digitales que prometen cercanía pero entregan aislamiento, Henko, el cuarteto de Daimiel, ofrece un antídoto con «Espacio Sináptico«, su tercer álbum y el más ambicioso hasta la fecha. A través de ocho canciones que fusionan rock, electrónica y un toque de psicodelia manchega, Jesús Arroyo (voz y guitarra), Raúl Arroyo (sintetizadores), Félix Fernández (batería) e Irene Calahorra (bajo) exploran las conexiones que realmente importan: con uno mismo, con los demás, con el latido de las emociones crudas. Producido por Manuel Cabezalí, Víctor Cabezuelo y el propio Arroyo, el disco es un viaje introspectivo que brilla por su atmósfera envolvente, aunque a veces tropieza con su propia intensidad. «Espacio Sináptico» no es solo una evolución del sonido de Henko; es un manifiesto sobre la necesidad de desconectar para volver a sentir.
El álbum arranca con la canción nominal, rodo un puñetazo sónico que establece el tono desde el primer segundo. Los sintetizadores rugen como un motor futurista, mientras la batería acústica de Fernández irrumpe para anclar la rabia digital en algo terrenal.
Este tercer álbum se presenta como una declaración de guerra contra la hiperconectividad, y la banda la ejecuta con una precisión que hace que el caos suene liberador. El estilo musical de «Espacio Sináptico» es una destilación de las raíces de Henko, el rock atmosférico de «La Edad del Plástico» y la introspección de «Mar de Terciopelo«, elevada por una experimentación más audaz. Los sintetizadores analógicos de Raúl Arroyo añaden una capa de frialdad electrónica que contrasta con las guitarras cálidas y las percusiones orgánicas, creando un equilibrio que es tan cerebral como visceral. ‘Mapas‘, el tercer sencillo, es un punto álgido: su base rítmica galopa con una urgencia post-punk, mientras las guitarras recuperan el protagonismo en un crescendo que suena como una huida desesperada de la rueda del progreso. La canción captura la inercia de una sociedad obsesionada con la meta final, un tema recurrente en el álbum que se siente más pertinente que nunca.
Las letras son el nervio central del disco, y aquí Henko demuestra una madurez lírica que va más allá de sus trabajos anteriores. Arroyo escribe con una mezcla de poesía y confesión, abordando la desconexión moderna con una claridad que nunca cae en el sermón. En ‘Estrella azul‘, con los coros etéreos de Teresa Martínez, canta: «Somos chispas en la noche / Buscando un lugar donde arder«, una imagen que encapsula la búsqueda de significado en un mundo que nos bombardea con estímulos vacíos. ‘Puente rectificador‘, con saxofones improvisados enviados por WhatsApp, es más abstracta pero igual de evocadora, explorando la necesidad de transformar el caos interno en algo coherente. Sin embargo, algunas canciones, como ‘El jardín de nuestras almas‘, tienden a apoyarse demasiado en metáforas familiares, lo que puede diluir el impacto de su mensaje.
La producción, a cargo de Cabezalí (Havalina), Cabezuelo (Rufus T. Firefly) y Arroyo, es un triunfo de texturas. Grabado entre La Sala del Manantial y El Lado Izquierdo, el álbum suena expansivo pero íntimo, con detalles que recompensan las escuchas repetidas: el slide de Vega en ‘El jardín‘, el pulso electrónico que late bajo ‘Sinapsis‘, o el brillo cristalino de las voces en ‘Estrella azul‘. La mezcla logra que cada instrumento respire, desde los platillos que chispean como luciérnagas hasta los bajos de Calahorra, que anclan las canciones con una presencia casi física. Sin embargo, esta pulcritud puede ser un arma de doble filo: en momentos como ‘Nudo‘, la producción se siente demasiado controlada, sacrificando la crudeza que podría haber elevado la canción a un nivel más visceral.
Las influencias de Henko son un mosaico que conecta el post-rock de Explosions in the Sky con la electrónica introspectiva de Boards of Canada, pasando por el rock alternativo de los 90 de bandas como Smashing Pumpkins. Comparado con «Un día en el parque» de Rufus T. Firefly, «Espacio Sináptico» es menos psicodélico pero más narrativo, con una estructura que guía al oyente a través de un arco emocional claro. Frente a la frialdad cerebral de «Carrion Crawler/The Dream» de Thee Oh Sees, Henko ofrece más calidez emocional, aunque a veces carece de la imprevisibilidad que hace que esos discos se sientan peligrosos. Donde sí coincide con sus contemporáneos es en su rechazo a las modas efímeras: como Viva Belgrado en «Bellavista«, Henko apuesta por la autenticidad sobre la accesibilidad.
El significado más profundo de «Espacio Sináptico» radica en su exploración de la conexión como antídoto al vacío moderno. No es un disco sobre la tecnología per se, sino sobre lo que perdemos cuando dejamos que nos defina. Cada canción es un intento de cerrar la brecha (sináptica, emocional) entre el ruido externo y el silencio interior. La atmósfera es como un amanecer manchego: vasto, silencioso, pero cargado de una energía que promete despertar algo dormido. Provoca una mezcla de melancolía y esperanza, como mirar una foto antigua y darte cuenta de que aún puedes escribir el futuro.
Los puntos fuertes del álbum están en su cohesión temática, su producción impecable y una evolución sonora que consolida a Henko como una banda con voz propia. Sus debilidades son menores pero notables: algunas canciones podrían arriesgar más en lo lírico o estructural para evitar momentos de confort, y la recta final, aunque sólida, no siempre iguala el impacto de los primeros cortes.
Estamos ante un disco para escuchar con auriculares en una noche sin luna, dejando que sus texturas te envuelvan como un abrazo eléctrico. Henko ha creado algo que no solo suena bien, sino que se siente necesario: un recordatorio de que, en un mundo que nos desconecta, la música sigue siendo un puente hacia algo real.