Panchiko es una banda que no debería existir en 2025, y sin embargo, aquí están, floreciendo como un árbol de ginkgo en un paisaje postapocalíptico de nostalgia digital y sueños adolescentes resucitados. «Ginkgo«, su segundo álbum tras el renacimiento improbable que comenzó con el descubrimiento de su demo «D>E>A>T>H>M>E>T>A>L» en una tienda de caridad hace casi una década, es un testimonio de lo que sucede cuando el pasado y el presente colisionan con una mezcla de asombro y madurez. Este no es el sonido de unos chicos de Nottingham tocando en sótanos vacíos a finales de los 90; es el eco de esos chicos, ahora adultos, revisitando su juventud con una perspectiva que oscila entre la melancolía y una euforia contenida. Con «Ginkgo«, Panchiko expande su paleta sonora (una fusión de dream pop etéreo, post-Britpop y guiños al trip-hop) mientras lidia con la pregunta que plantea Line Of Best Fit: «¿Qué viene después cuando tus sueños se hacen realidad?» La respuesta es un disco que brilla con momentos de introspección cinematográfica, pero que a veces se tambalea bajo el peso de su propia ambición.
El álbum arranca con ‘Florida‘, un lamento suave que se despliega como una Polaroid desvaída: el falsete de Owain Davies flota sobre un piano delicado y guitarras acústicas que evocan el aire brumoso de OK Computer-era Radiohead, pero con un calor más humano, menos alienado. Pero es la cancion titular, ‘Gingko’, la que nos lo deja claro: «You command the leaves to fall / The Ginkgo bends at will«, canta Davies, y hay una resignación poética en esas líneas, como si estuviera contemplando el paso del tiempo desde una ventana empañada. Es un inicio que establece el tono: este es un Panchiko que ha dejado atrás la crudeza lo-fi de su demo de 2000 por una producción más pulida, cortesía de Andy Wright, que eleva la mezcla sin sacrificar la arenilla emocional que los hizo un culto en primer lugar.
Esa evolución brilla en cortes como ‘Chapel of Salt‘, el corazón palpitante del disco. Aquí, la banda desata una masterclass de tensión y liberación: las melodías vocales serpentean con una cadencia burlona, sostenidas por una guitarra nerviosa que parece susurrar secretos antes de lanzarse a un muro de distorsión pesada, casi nu-metalera. «Obsolescence, greatest lessons / You can’t afford to miss«, entona Davies, y la sabiduría de esas palabras (forjada por décadas de vida fuera de los reflectores) se presenta ganada con esfuerzo. Es como si Guster hubiera pasado ‘Keep It Together‘ por un pedal de overdrive, y el resultado es tan catártico como desorientador. En contraste, ‘Honeycomb‘ rebosa con un pop-rock exuberante que recuerda a ‘Mr. Blue Sky‘ de ELO, sus armonías brillantes y su ritmo saltarín ofreciendo un respiro bienvenido en medio de la densidad del álbum.
Las influencias de Panchiko son un tapiz rico y desordenado. Hay destellos de The Jesus and Mary Chain en la reverberación brumosa de ‘Vinegar‘, un corte lo-fi que abraza la imperfección con una melodía dulce y áspera. ‘Shandy in the Graveyard‘, con la inesperada participación de billy woods, canaliza un flujo hip-hop malhumorado que podría encajar en un disco perdido de Rage Against the Machine, mientras las guitarras vampíricas de dos acordes (como señaló The New York Times) evocan un Marvin Gaye distorsionado y amenazante. Es un giro audaz que funciona, uniendo el ADN de los 90 de la banda con un presente más ecléctico. Sin embargo, no todo aterriza con la misma gracia: ‘Formula‘, una reelaboración de un tema antiguo, se siente fuera de lugar, su indietronica chirriante chocando con la cohesión del resto del disco como un experimento que no termina de cuajar.
La producción de «Ginkgo» es un paso adelante respecto a «Failed at Maths«, grabado en su propio estudio en Nottingham con un lujo que sus días de adolescencia nunca permitieron. Los sintetizadores de Wright flotan como niebla sobre colinas, las baterías de John Schofield golpean con una precisión que ancla el caos, y las guitarras de Robert Harris añaden capas de textura que dan al álbum una escala cinematográfica. Pero esa ambición a veces juega en contra: en la segunda mitad, temas como ‘Subtitles‘ y ‘Rise & Fall’ se diluyen en una nostalgia demasiado confortable, careciendo del filo que hace que cortes como ‘Chapel of Salt‘ o ‘Lifestyle Trainers‘, con su coro etéreo y meditativo, se sientan urgentes.
Comparado con sus contemporáneos, «Ginkgo» ocupa un espacio extraño pero fascinante. Frente a la precisión quirúrgica de los Lemon Twigs, que destilan psicodelia pop con un brillo impecable, Panchiko opta por una aproximación más desaliñada, más humana. Donde Black Country, New Road construye catedrales de post-rock con una intensidad intelectual, Panchiko prefiere iglesias pequeñas y ruinosas, llenas de eco y memoria. No tienen la frialdad distante de un Radiohead moderno, pero comparten con The Bends una habilidad para convertir la vulnerabilidad en algo expansivo. Sin embargo, a diferencia de esas bandas, Panchiko carga con el peso de su propia historia: cada nota está impregnada de la improbabilidad de su resurgimiento, un milagro digital que los ha convertido en héroes improbables para una generación que ni siquiera había nacido cuando grabaron su demo.
El significado más profundo de «Ginkgo» radica en esa dualidad: es un disco sobre el tiempo (perdido, recuperado, y el que aún queda por delante). No es un lamento por la juventud, sino una reconciliación con ella, un reconocimiento de que los sueños adolescentes pueden florecer de nuevo, aunque con raíces más profundas y ramas más torcidas. ‘Innocent‘, el cierre, lo captura perfectamente: un bajo funky y un Davies desenfadado cantando con una ligereza que contrasta con la gravedad del resto del álbum, como si finalmente hubiera soltado el aliento que llevaba conteniendo 30 años.
«Ginkgo» no es perfecto. Su ambición a veces lo lleva a tropezar, y su segunda mitad no siempre mantiene el fuego de su arranque. Pero cuando acierta, y lo hace con frecuencia, es un recordatorio de por qué la historia de Panchiko resuena tan fuerte: es la prueba de que el arte, incluso el descartado, puede encontrar su momento. Este es un disco para quienes han sentido el peso del tiempo pero aún creen en la magia de un acorde bien tocado. Escúchenlo con las ventanas abiertas, dejando que el aire fresco se mezcle con el polvo de los recuerdos. No los decepcionará.