En su cuarto álbum, «Amor y Resiliencia«, la banda ibicenca Joven Dolores destila una energía que parece haber estado fermentando desde sus días más crudos en la escena indie rock española. Este no es un disco que se contenta con susurrar; más bien, ruge con una urgencia que recuerda los días en que el rock era tanto un refugio como un arma. Construido sobre un armazón de guitarras afiladas, baterías que golpean como martillos y una voz que equilibra vulnerabilidad y desafío, el álbum es un regreso a las raíces rockeras del cuarteto, pero con un pulso modernizado que lo sitúa firmemente en el presente. Si sus trabajos anteriores coqueteaban con la introspección y el pop indie, aquí hay una apuesta clara por himnos que resuenan en el pecho, diseñados para ser gritados en un concierto sudoroso o tarareados en la soledad de una noche inquieta.
Desde el arranque, «Amor y Resiliencia» se siente como una declaración: Joven Dolores no solo ha sobrevivido, sino que ha encontrado una manera de canalizar la lucha y la pasión en algo tangiblemente catártico. Las guitarras de Joan Barbé cortan el aire con una precisión que evoca el filo de bandas como The Killers en sus momentos más viscerales o el brío melódico de los primeros Foo Fighters, mientras que la sección rítmica (con Frederic Torres al bajo y Joan Carles Marí en la batería) sostiene cada tema con una solidez que no teme acelerar hacia el caos. La voz de David Serra, por su parte, es el hilo conductor emocional, oscilando entre la rabia contenida y una ternura que nunca cae en lo empalagoso. Hay un eco lejano de Chris Cornell en su forma de estirar las notas hasta el borde del desgarro, pero con un matiz mediterráneo que lo hace distintivamente suyo.
Líricamente, el álbum navega por territorios familiares (amor, lucha, libertad) pero lo hace con una sinceridad que esquiva los clichés más gastados del rock. Este trabajo nos guía a través de una narrativa de resistencia que atraviesa el álbum, un diálogo entre la fragilidad y la fuerza que resuena con el ethos de bandas como Idles, aunque sin su abrasiva crudeza post-punk. En cambio, Joven Dolores opta por estribillos que invitan a la comunión, diseñados para ser coreados por una multitud con las gargantas en carne viva.
La producción es otro punto alto. Pulida pero no aséptica, logra capturar la electricidad de sus directos (un sello distintivo de la banda, forjado en festivales como Sonorama Ribera) mientras añade capas de texturas que enriquecen la experiencia auditiva. Los sintetizadores, usados con moderación, aportan un brillo contemporáneo que recuerda a los experimentos de Arctic Monkeys en ‘Tranquility Base Hotel & Casino‘, aunque aquí sirven más como adorno que como protagonista. Las colaboraciones con Jesús Cifuentes de Celtas Cortos e Iván Torres de Efecto Pasillo inyectan un toque de familiaridad ibérica, pero no desvían el foco de la identidad sonora del grupo. Es un equilibrio delicado: modernidad sin traicionar la esencia.
Sin embargo, en «Amor y Resiliencia» no todo es brillo. En su afán por construir himnos, algunos cortes caen en una predictibilidad estructural (verso tenso, estribillo explosivo, puente introspectivo) que puede sentirse repetitiva hacia el final del disco. Donde bandas como Love of Lesbian logran disfrazar esa fórmula con giros poéticos, Joven Dolores a veces se conforma con la comodidad de lo probado. Además, las influencias del hard rock, aunque efectivas en su potencia, ocasionalmente eclipsan la sutileza que podría haber dado más profundidad a las composiciones. Hay momentos en que el disco parece gritar cuando un susurro habría bastado.
Aun así, sus puntos fuertes eclipsan estas flaquezas. «Amor y Resiliencia» brilla más cuando abraza su dualidad: la rabia del rock junto a la calidez del indie español. Comparado con sus contemporáneos, está más cerca del fervor emocional de Leiva que de la introspección cerebral de Nudozurdo, pero con un músculo que los distingue de ambos. En el contexto de su discografía, este álbum se presenta como una culminación un puente entre el nervio punk de sus inicios y la madurez melódica de discos como «Galopa los días» y, al mismo tiempo, una promesa de lo que está por venir.
En última instancia, «Amor y Resiliencia» es un disco para quienes encuentran consuelo en el ruido, para los que ven en el rock no solo un género, sino un estado de ánimo. No reinventa la rueda, pero tampoco lo pretende. Lo que ofrece es una colección de canciones que vibran con una honestidad visceral, un recordatorio de que, incluso en tiempos inciertos, el amor y la resiliencia pueden coexistir en un mismo acorde. Para los fans de Joven Dolores, es una afirmación de su poderío; para los novatos, una invitación a subirse al tren antes de que acelere aún más.