abril 25, 2024

Que venga Dios a intentar bajarla de aquí

Tres son los motivos, como tres venenos, para tratar con el sumo tacto que se requiere las siguientes líneas. El primero de todos, porque aquí entre nosotras se encuentra una persona profundamente admiradora de la trayectoria de Miren Iza. El segundo, porque una de las voces más personales, divergentes y reconocibles de nuestra escena bien lo merece, y, por último, pero no menos importante, el hecho de haber sido testigos y partícipes de un golpe de estado emocional perpetrado en la Sala Apolo, en una fecha tan carismática.

Tulsa dice no creer en un dios intervencionista, pero como una reencarnación de Poseidón se subió al escenario de la Apolo [2], vigía en el Matxitxako, bajo un cielo cuasi-lluvioso de Barcelona, con los pies sobre un suelo plagado de claveles. Allí se plantó Miren, bailando sobre nuestras almas, dejando a un lado la mediocridad del día a día y repasando himnos descorazonadores de sus anteriores trabajos como ‘Oda al amor efímero‘, ‘Bilbao‘ o ‘Los amantes del Puente‘, lanzando “flores frente a bombas nucleares” y repartiendo a la vez pequeñas dosis controladas de ese éxtasis (‘Autorretrato‘ o ‘Yo no soy Penélope‘) que, hasta el momento se trata de su último LP.

Para ser alguien que, presuntamente tiende a calcular mal las distancias entre seres, se presentó en el escenario de manera distinguida, ataviada con los útiles y materiales del mejor cartógrafo para acertar de pleno con nuestras sensibilidades, inseguridades y conciencias. Realmente, no podemos decir que no nos lo esperáramos, conocíamos la teoría, hemos estado en alguna que otra clase práctica, unas más que otros, pero además habíamos disfrutado de una magistral tutoría de repaso con la entrevista que nos concedió para Hipsterian Circus la semana pasada. En ella, Miren aborda las claves de la evolución a lo largo de su carrera, manifiesta una predilección entre imprudente y acertada por salirse de la vía de lo estrictamente musical para seguir carreteras secundarias hacia otros ámbitos de la creación y señala de forma sutil esa densa niebla patriarcal que ha ralentizado el trayecto de muchas de sus compañeras, como Mariana Mott o Clara Collantes, para las que no escatima en elogios. Cuando hablamos sobre los recursos del mejor cartógrafo, aparte de lo etéreo e inmaterial, nos estamos refiriendo directamente a Clara y Mariana, además de Javier, aka Betacam, que sobre el escenario emergen igualmente en figuras principales y esenciales para plasmar la propuesta de Tulsa en su magnitud exacta. Su presencia es un ingrediente vital que deambula por el desfiladero de alcanzar un planteamiento paritario, integral e inclusivo. Cada uno de ellos adquiere su cota de protagonismo precisa, marcando la diferencia en su minuto exacto y todo ello sin el más mínimo atisbo de ego, es un don al alcance de pocos. En ese sentido, como bien afirma: “estamos un poco mejor que antes, pero peor que dentro de un tiempo”.

Puede que nos encontremos ante uno de esos periodos tan prolíficos y activos de Miren. La guipuzcoana nos ha adelantado que en otoño verá la luz su nuevo trabajo y a pesar de que no parece terminar de estar cómoda con los tiempos y determinados formatos que maneja la industria musical, este será su séptimo álbum de estudio. Además, recientemente han salido colaboraciones con otros proyectos como A Banda con los madrileños Tigres Leones (sonido muchacho), o sobre todo, la simbiosis musical con Ana Arsuaga (Verde Prato) versionando ‘Yo no soy Penélope‘ en euskera.

Cuando vamos a conciertos de artistas con tanta trayectoria a sus espaldas, vemos con nostalgia cómo el tiempo pasa para todos inevitablemente, pero es un placer comprobar que en el caso de Tulsa, dieciséis años después de “Solo me has rozado” la actitud, las letras, la seguridad que transmite, su expresividad e incluso el color de su voz han evolucionado de forma constante, mejorando como el buen vino que se sirve en la calle San Pedro.

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