El 1 de febrero de 1979, pasadas las 3 de la madrugada, Sid Vicious se metía en la cama de Michelle Robinson aquella sería la última vez que alguien lo viese con vida. Para muchos, con la muerte de Vicious, aquella noche moría el punk.
Aquellos jóvenes hastiados y aburridos que quemaban sus noches a principios de los 70 decidieron bailar al ritmo de Iggy y de los New York Dolls pero serían cuatro jóvenes quienes incendiarían por completo el panorama musical, su nombre: Los Ramones. Cazadoras de cuero, lacias melenas y mucha mala leche, ese era el explosivo cóctel. Las cosas estaban cambiando, el pacifismo hippie estaba trasnochado y la llama prendía: Blondie, Television, el CBGB… el punk era una bestia imparable.
A este lado del charco las cosas no eran demasiado diferentes: altos indices de paro, absurdas e incomprensibles guerras y sobre todo una desilusionada visión del futuro. El caldo de cultivo ideal para aquel virus nacido en las entrañas del CBCG, un virus que esta estaba a punto de asolar Europa de la mano de Malcolm McLaren y su pequeña criatura: los Sex Pistons.
Sonaba ‘God Save the Queen‘ y en la BBC se escuchaba por primera vez “fuck”, los Sex Pistons se convertía en la banda más radical y controvertida de la historia mientras firmaba astronómicos contratos con las discográficas más atrevidas del panorama.
The Clash, Dammed o los Buzzcocks repetían aquello de “vive rápido, muere joven”. Algunos como Sid Vicious cumplieron a la perfección con ese lema, vivieron entre rudimentarios y rápidos acordes, desafiaron lo políticamente correcto con sus discursos nihilistas y malsonantes pero sobre todo vivieron cada noche como si se tratase de la última.
En su última noche Sid Vicious celebró su puesta en libertad tras casi dos meses (52 días) encarcelado en la prisión de Rikers Island con una gran fiesta en la que consiguió unos gramos de heroína que como tantas otras veces se inyectó. Sería su última noche mecida por el opio.