Que la vida no es justa y que el mundo está mal repartido no es novedad. Como tampoco lo es que muchas celebrities, entre ellas estrellas (o no tanto) de la música, aprovechan su posición o reciben trato especial en su propio beneficio: vestidos prestados por prestigiosas marcas, cenas de alto copete gratis, invitaciones VIP a espectáculos a que, a menudo, no llegan ni a asistir… Todo ello nos puede causar un poco de rabia o, por qué no llamarlo por su nombre, envidia, pero de la verde. De haberlo, es nuestro problema saber gestionar ese resentimiento, mal que nos pese. Ahora bien, ¿qué pasa cuando esas mismas estrellas de la música hacen (ab)uso de su posición y, en consecuencia, el resto de humanos, el pueblo llano, tú y yo, nos vemos afectados por ello objetivamente hablando?
Concretemos: de un tiempo acá, muchos de los actos principales de los conciertos empiezan, por norma, de 15 a 20 minutos tarde según la hora de inicio impresa en la entrada. Tras el telonero de turno, con hora de inicio cumplida con puntualidad británica, el público se halla esperando durante, en ocasiones, casi una hora en total a contar del fin de la actuación del telonero, sin percibir ni un solo movimiento en el escenario salvo un puntual ajuste de micrófonos. El objetivo de tal espera, aparentemente sin razón de fuerza mayor, podría ser, quién sabe, hacer ver que el concierto dura más, cuando por ejemplo, el repertorio es escaso (o que se lo pregunten a artistas con un solo álbum, como es el caso de Hozier). Psicológicamente, no es lo mismo que un evento termine a las 22:45h, habiendo empezado “teóricamente” a las 21:00h (añádele los 20 minutos de retraso), que ese evento termine a las 22:20h, cuando rápidamente podemos contar que hemos pagado 30€ (más del triple que una entrada de cine) por poco más de una hora de espectáculo. Así lo demuestran también los numerosos estudios de la psicología de los precios que prueban lo fácil que es dejarnos embaucar por precios atractivos, redondeados y fáciles de procesar a partes iguales. Pero, ¿qué son 20 minutos de más (o, según los cálculos anteriores, de menos) cuando uno se lo pasa bien? Pues probablemente, no demasiado. Aunque no olvidemos que 20 minutos de espera pueden ser hasta cansinos, mientras que de cinco a diez contribuirían a aumentar la expectación.
Sin embargo, algunas grandes estrellas del pop (léase Ciara, Bieber, Rihanna y Madonna, entre otras) han hecho de esperas bastante poco justificadas de duración que pasa en ocasiones de castaño oscuro su carta de presentación. Estas esperas, que afectan a decenas de miles de personas, tienen consecuencias que van más allá del “he perdido tres metros o un autobús”. Recordemos el concierto de Shakira en el Estadi Olímpic de Barcelona en 2011 un domingo 29 de mayo que empezó con casi una hora y media de retraso por el simple hecho de esperar a Gerard Piqué y compañía para que pudieran dar cuatro saltos mal sincronizados en el escenario tras llegar de la celebración de la Champions. La canción de arranque del concierto: ‘Why Wait’, para más recochineo. ¿Disculpa por el retraso de parte de Shakira? Pues por “disculpa” no nos viene nada. Hasta qué punto estaba justificado ese retraso por ver aparecer a los jugadores del Barça en una escena patética anecdótica, lo dejamos a juicio del lector, pero lo que sí sabemos es que entre los asistentes se encontraba público infantil y adolescente (es lo que tiene el machaque del ‘Waka, waka’), un tipo de público que a la mañana siguiente tenía que levantarse para dar el callo en la escuela habiéndose ido a dormir a las quinientas mil. Por no hablar de los taxis o alternativas varias de transporte de que tuvieron que echar mano padres e hijos por el cierre de transporte antes del fin del show.
El motivo de los retrasos sistemáticos de Rihanna, Ciara, Bieber y Madonna, al no estar justificados por la organización, lo dejamos a la imaginación del lector. Solo podemos decir que en muchos casos, mientras se producía el retraso, aparecían fotos en las cuentas Instagram de los susodichos en actitudes festivas. Y hasta aquí podemos leer. No por ello dejaremos de ahondar en el más reciente caso, y me atrevería a decir, el más escandaloso retraso, de lo que llevamos de 2016. Nos referimos a las 5 horas que Madonna hizo esperar a sus fans bajo la lluvia, tras, cómo no, una retahíla de retrasos que iban de una a tres horas en todos y cada uno de sus shows en Australia y Nueva Zelanda. Ojo, que no me refiero a esperar antes de un concierto con antelación de motu proprio para conseguir la mejor posición en primera fila. ¡Ah, que el show era gratis! ¿Pero no dicen que el tiempo es oro? El mío, lo es, y si me dicen que un show, por mucho que sea gratis, empieza a las ‘x’, lo normal es que empiece a las ‘x’, y no a las ‘x’ más lo que la Reina del Pop considere oportuno. Si bien uno de sus retrasos en Australia se vio justificado (si encontramos que ese es el término para referirnos a ello) por el disgusto de acabar de recibir la noticia de haber perdido la custodia de su hijo de 15 años Rocco, ¿cómo se justifican todos y cada uno de los demás retrasos? Y ya que estamos, ¿quién es mejor artista, el que finge estar al 100% y ofrece su espectáculo con un retraso razonable o el que lo justifica de ese modo y empieza a trabajar tres horas tarde además de incumplir las órdenes del juez de no publicitarlo en redes sociales como Instagram? ¿Forma eso parte también del “espectáculo”? Al menos (¿!) – y a diferencia de Shakira –, Madonna bromeó en uno de sus conciertos diciendo que no es que ella llegara tarde, sino que los fans llegaban demasiado pronto. ¡Tate! Sin embargo, a pesar de que algunos fans mostraron su enojo en las redes sociales, no faltaron aquellos que defendieron a Madonna a capa y espada. Pues “es la reina y su talento bien vale una espera”. Efectivamente, si no respetas su retraso, es que no eres un fan verdadero. Faltaría más.
Y aquí viene el gran meollo de la cuestión: los fans, satisfechos por haber visto a su ídolo endiosado, pronto se olvidan de los retrasos y contratiempos que se desprenden de la situación y probablemente vuelvan a asistir a un concierto de su admirada estrella a pesar de su incumplimiento de contrato según la entrada. Es más, esperarían la vida entera, si hiciera falta.
Renfe, aun completando su servicio, aplica una política de devolución si incumple su compromiso de puntualidad establecido en el billete, política que cumple a rajatabla si el viajero la solicita, con la consiguiente pérdida de ingresos para la empresa a pesar de haber completado el servicio. Pero ahora me pregunto, ¿cuántas quejas formales se han producido tras tales retrasos en conciertos? ¿Cuántas devoluciones de entradas se han efectuado? El artista se ve penalizado por multas provenientes ya sea del promotor o de la empresa que regenta el recinto. De acuerdo, pero… ¿el fan, el principal afectado, cómo se ve recompensado? Por otra parte, ¿puedes tú, lector, llegar tarde al trabajo una hora y media sin que se te descuente en la nómina de fin de mes? Mucho me temo que la respuesta es un no rotundo. Pero, pensemos: ¿qué nos hace diferentes de Rihanna, Shakira, Bieber o Madonna? ¿Es su trabajo más provechoso para la sociedad por aparecer en videoclips que el de un doctor, un maestro o un conductor y, por ende, pueden aparecer en el escenario cuando les plazca? Espero que tu respuesta sea no, pero entonces está en la mano de los fans penalizar o pasar por alto lo que, a mi ver, es una falta de respeto hacia el cliente. Puesto que el sistema actualmente no contempla ninguna compensación por verse afectado por el retraso de divas y demás “estrellas”, quizás ya es la hora de que los fans empezáramos a quitarnos el velo de los ojos y dejar de asistir de los conciertos de las estrellas que, por sistema, incumplen la parte del contrato relativa a la hora de inicio del espectáculo. Yo, por mi parte, ya lo estoy haciendo. Hasta nunca, Madonna. Hasta nunca, Rihanna. Hasta nunca.