Tratar de definir a Ty Segall de manera genérica es totalmente imposible. Este compositor multiinstrumentista de 28 años lleva desde 2008 complaciendo a su público con la publicación de un álbum al año o inmerso en alguno de sus numerosos otros proyectos y colaboraciones en bandas como Epsilons, The Tradicional Fools y The Perverts.
Fuzz se presentó ayer en la Sala But de Madrid explosivamente como una tormenta eléctrica en pleno verano. La banda que abrió el espectáculo, Siberian Wolves, no dejó el listón bajo precisamente. El dúo valenciano hizo arder los amplificadores con una guitarra chirriante y una batería pesada y violenta que arremetía contra los tambores con una violencia que haría cagarse en las bragas a los mismos Black Pistol Fire. De la misma forma que hacían temblar nuestros tímpanos conseguían con delicadeza y ritmo metamorfosear el hard rock más sucio en un sonido lisérgico y suave que me hizo levitar por momentos.
Después de la notable introducción llegaba el momento esperado. El estrafalario trío llegó con maquillajes y ropas coloridas; Ty Segall apareció en un interminable mar de aplausos y se acomodó en la batería, centrada y al frente del escenario. Como un cañonazo de salida, Fuzz hizo honor a su nombre y empezó a sonar la primera distorsión de notas junto a una batería imparable y alocada con uno de sus nuevos temas que hace poco adelantaron: ‘Rat Race’. La energía que desprendía el grupo se desató en un maremoto de lujuria entre el público y empezaron los saltos, brincos y gritos. El espectáculo siguió imparable y pronto enlazaron el tema con ‘Fuzz Fourth Dream’, en el que Segall empezó, ahora así, a cantar con su carismática voz y consiguió que el público bailase y vitorease con alegría. La alegría se tornó furia demente cuando llegó el identificable estribillo de ‘Sleigh Ride’, primer tema perteneciente a su disco y que todo el mundo identificó tras el primer acorde. La locura se había desatado en la sala cuando decenas de personas se volvieron una única y gigantesca supernova de brazos, piernas y contorsiones. Los alocados cambios de ritmo retumbaban en nuestros oídos y cerebro mientras las vibraciones golpeaban nuestro circuito gracias a un sonido nostálgico, desde el heavy metal más oscuro e inevitablemente familiar a los primeros Black Sabbath hasta el garage más sucio y ruidoso de los Thee Oh Sees.
A continuación, presentaron un tema nuevo con el que enlazaron milimétricamente su sonido más veloz y pesado con sus siguientes temas, ‘Raise’ y ‘What’s In My Head’, un bombazo de pura psicodelia con el que lentamente empecé a flotar, hipnotizado por las notas que Charles Moothart acertaba con total precisión, como lo haría un flautista hindú con una cobra.
Frescura y, sobre todo, un perfecto control de ritmos en constante subida y bajada protagonizaron el resto de la velada. Fuzz demostró ser un perfecto huracán de melodías infernales que tiñe el ambiente de colores y sonidos, que arrasa y destroza, que empuja, desliza y que de vez en cuando, deja lugar a algún un sutil y luminoso fogonazo de alegría. Si tras la tormenta llega la calma, Fuzz sería un conjunto preciso y exacto de tormentas que arremeten y chocan una contra otra, caótico y a su vez, armónico y ordenado.
La banda anunciaba su último tema cuando nos sorprendió con una intensa canción de largos tramos instrumentales que duró unos deliciosos e intermitentes quince minutos. Tras un breve bis, la banda volvió para cerrar el concierto como más se merece: ‘Hazemate’ estalló y la gente aún desbordaba energía para un último tema con una fuerte presencia instrumental. Sin duda, una enorme despedida.
Segall y sus chicos supieron manejar el tiempo meticulosamente y ofrecer un espectáculo de pura electricidad y dinamita que duró casi hora y media, con tan solo un álbum editado. Decididamente, dejaron al público satisfecho y con varias agujetas que durarán una semana entera.