El 31 de julio, Robert Wilson, el visionario dramaturgo y director estadounidense que transformó el teatro y la ópera con su estética minimalista y su audacia interdisciplinaria, falleció a los 83 años en su casa de Water Mill, Nueva York, tras una breve enfermedad. Conocido por obras como Einstein on the Beach con Philip Glass, The Black Rider con Tom Waits, y sus colaboraciones con Lady Gaga, Wilson fue un arquitecto de lo imposible, un artista que expandió el tiempo y el espacio escénico con luz, movimiento y silencio.
Nacido en Waco, Texas, en 1941, en una comunidad conservadora donde el teatro era un pecado, Wilson superó un tartamudeo infantil gracias a la bailarina Byrd Hoffman, quien le enseñó a moverse con intención. Tras estudiar diseño y arquitectura en el Pratt Institute, fundó la Byrd Hoffman School of Byrds en Nueva York en los 60, un colectivo que dio vida a obras como Deafman Glance, un ‘ópera silenciosa’ de siete horas inspirada en un adolescente sordomudo que Wilson adoptó tras presenciar su abuso policial. Este acto de empatía definió su carrera: un arte que no narraba, sino que evocaba. Su obra maestra, Einstein on the Beach, creada con Philip Glass y Lucinda Childs, rompió con la ópera tradicional: sin narrativa lineal, sus cuatro horas y media de tableaux abstractos, repeticiones minimalistas y danza matemática redefinieron el género. “Bob nos deja con su brillante visión”, escribió Glass en Instagram.
Wilson no se limitó a la ópera. Su trilogía en el Thalia Theater de Hamburgo —The Black Rider con Tom Waits y William S. Burroughs, Alice con Waits, y Time Rocker con Lou Reed— fusionó música, literatura y teatro con una estética que mezclaba cabaret, expresionismo y punk. The Black Rider, basado en un cuento de 1810, llevó la voz rasposa de Waits a un escenario gótico, con un impacto que resonó en su álbum homónimo de 1993. Wilson también colaboró con Laurie Anderson, David Byrne, Marina Abramović y Mikhail Baryshnikov, y se aventuró en el pop con Lady Gaga, diseñando el set de su actuación en los MTV Video Music Awards de 2013 y creando los Video Portraits en el Louvre, donde Gaga encarnó pinturas de David e Ingres. “Su concentración es total”, dijo Wilson sobre Gaga.
Su estilo (minimalista, con iluminación onírica y movimientos inspirados en el teatro asiático) rechazó el naturalismo. “Actuar natural en escena es artificial”, afirmó en 2021. Sus adaptaciones de Shakespeare, Brecht, Beckett y Woolf, junto a proyectos como Animals (24 de julio, Winston Wächter Fine Art), mostraron su versatilidad. El Watermill Center, fundado por Wilson, sigue siendo un laboratorio para artistas jóvenes. Sin embargo, su enfoque polarizó: algunos criticaron la inaccesibilidad de obras como Einstein, y su deuda tras alquilar el Metropolitan Opera en 1976 ($90.000) reflejó los riesgos de su ambición.
En el contexto momento de consumismo exacerbado, Wilson representa una resistencia al mainstream. Su capacidad para colaborar con iconoclastas (Waits, Reed) y popstars (Gaga) demuestra que el arte puede trascender fronteras sin perder su esencia. Sin embargo, su muerte plantea preguntas: ¿quién llevará la antorcha de la experimentación radical? El legado de Wilson (luz, espacio, tiempo) sigue siendo un faro. Su última obra, Animals, inaugurada días antes de su muerte, es un testamento a su inquebrantable creatividad. Como un coreógrafo del vacío, Wilson nos enseñó a ver lo invisible, y aunque su voz se apaga, sus escenarios seguirán iluminando el futuro.