Hay un espectro de música que me resulta algo inabarcable, y es el rock. Nos quedamos en la superficial, pero si uno indaga se encuentra incontables variables, desde subgéneros más suaves a otros que te atacan sin piedad pasando por mezclas experimentales y con un alto porcentaje de lisergia. Desde MizakeProd, MPLC Crew y Jagërmeister, se encargaron de llevar la parte más oscura de todo este género a Málaga, concretamente a la sala París 15, en un evento titulado La Noche de Cuervos.
Así que ahí me presenté sin demasiada idea de lo que me iba a encontrar. Todos los grupos jugarían con un factor sorpresa que utilizarían a su favor empezando por Tálamo, grupo malagueño que se encargó de abrir la jornada poco pasadas las 20:00 horas. Esta banda se encargó de meter en situación a todos los asistentes con una apuesta instrumental que viraba hacia un post-rock que te atacaba con una extremada belleza y, en otras ocasiones, te daba una hostia abrasiva de tamaño inconmensurable; eso sí, todo orquestado a la perfección en un interesante equilibrio. Dos guitarras, el bajista en el centro del escenario, y una batería fueron los encargados de transportarnos al clima que crearon en su EP “Apolo/Diana”.
Tras casi una hora de concierto llegó la primera pausa en la que me permití cambiar unas palabras con un compañero. Voy a poner el diálogo porque creo que es muy ilustrativo:
–Joder, pensaba que esta noche iba a ser algo más bestial, pero si vamos por este rollo va a ser algo delicado y bonito.
–Hombre, no iban a empezar los primeros dando caña, tú prepárate.
Y no le hice demasiado caso a esta persona, y a las nueve de la noche se subieron Boneflower a un escenario poblado de luces de Navidad mientras sonaba un sintetizador lento y bello que luego se perdió bajo los gritos desgarrados de un vocalista cuya guitarra bailaba por el aire y era seguido por un bajista que aportaba la misma intensidad. Este grupo madrileño en formato trío trajeron consigo el screamo con melodías que a veces miraban de reojo a Sigur Rós para, seguidamente, dejar atrás todo rastro de delicadeza para que entrase la crudeza y la energía desorbitada. Los diez primeros minutos me dejaron anodadado y sin palabras, pero acabé por abrazar la apuesta de estos madrileños que no dudaron en mostrarse bien agradecidos con la organización del evento así como con los asistentes. Después de esta pausa volvieron con una versión de Touché Amoré para volver a caldear los ánimos y prepararnos para el siguiente acto: Oddhums.
Oddhums son un trío de Jaén que son bien aclamados por medios internacionales. Y realmente lo pude entender. De nuevo, un trío, que presentaron una apuesta la cual viraba hacia el stoner crudo, lento y arrastrado, en la línea de grupos como Unida o los Queens of the Stone Age más áridos. La voz del vocalista filtrada creaba un efecto de lejanía, aunque los quejidos guerreros acababas por sentirlos a tu vera; y es que cada intervención vocal se alzaba como un grito de guerra con el que sentías la necesidad de unirte.
De nuevo un descanso para coger fuerzas de cara a una de las apuestas más interesantes de la noche y más extrañas de la escena rock: Pylar. Se trata de un grupo de Sevilla que explora un sonido extraño, abrasivo, distorsionado, inabarcable en definitiva. La única guía de este sonido era el concepto que subyacía bajo todo ello: el concierto era una suerte de ceremonia pagana. La primera prueba de ello fue la apariencia de los miembros del grupo, disfrazados de bruja, invocador y demás personajes que daban cierto toque de terror y misterio a una música que ya por sí misma es profundamente misteriosa. Mención especial merece cada uno de los miembros del grupo: el guitarrista esbozaba riffs y solos muy potentes y distorsionados, el batería conseguía mantener el ritmo de lo que sucedía alrededor, el bajista jugaba con una mandolina y un violín también altamente distorsionado, otro miembro tocaba la trompa y elevaba el sonido, y el vocalista, metido completamente en su papel, lo encontrabas en el suelo haciendo gestos con las manos o de pie frente al micro esbozando graznidos de pájaro o entonando sílabas incomprensibles. Los primeros veinte minutos de este espectáculo me dejaron perplejo y estático, y al final del concierto seguí sin entender qué había visto pero profundamente maravillado.
Finalmente, la guinda del pastel la puso El Altar del Holocausto, que acudieron a llamar como, si fuera una procesión, al público que se encontraba fuera fumando, bendiciendo a algún que otro infiel y cargando velas en el más puro silencio únicamente roto por un tambor que marcaba un ritmo incesante. Se subieron a un escenario lleno de cruces, se ajustaron los rosarios y las túnicas blancas con las que se ataviaron y dieron una buena lección de post y math rock con melodías calculadas al milímetro, que explotaban en los momentos justos y se mantenían tranquilas en tensión otro porcentaje de tiempo. Los de El Altar del Holocausto son otros que se meten de lleno en su papel de peregrinos que alzaban Biblias y santificaban a los asistentes. Y hablemos de lo bien que supieron orquestar el concierto. En un par de ocasiones dejaron de tocar y se quedaron parados, en silencio. El público no sabía qué estaba pasando, pero lo que en realidad ocurría es que este trío de guitarra, bajo y batería acrecentaban la tensión con los silencios que explotaban en ritmos intensos que eran seguidos por un público que no hizo más que disfrutar de una noche oscura, etérea y profundamente rockera que esperamos se repita. Larga vida a La Noche de Cuervos.