La gira continúa y yo tengo que aprovechar los pocos huecos que tenemos para sentarme con el ordenador y un café tamaño bombona de butano, para escribir todo lo que estamos viendo para que no se me escape detalle. Os recuerdo que Elora estamos «en un follón que no sabemos ni dónde nos hemos metío«: 22 conciertos en 28 días en USA.
Continuamos con la vuelta de Bethlehem a Nueva York. Empezó el día feo y el cansado viaje en autobús no ayudó demasiado, pero volvíamos a Nueva York y en esta ocasión tocábamos dentro del CMJ, un maratón musical que se organizaba en toda la ciudad entre el 13 y el 17 de octubre. Nos íbamos cruzando con decenas de grupos que iban cargados con todos los bártulos igual que nosotros. Nos saludábamos en plan colegueo. Al final del día ya no tanto, porque nos dolían los brazos de tanto cargar con las cosas.
De vuelta a casa en metro vi mi primera rata neoyorkina. Digamos que era más grande que el perro de mi hermana. De hecho, era más grande que mi hermana a la edad de 5 años. Teníamos un par de horas antes de ir al concierto, así que aprovechamos para hacer nuestra primera colada en Estados Unidos. Todo aquí parecía más interesante. Incluso poner una tonta lavadora. Pero que no os engañe mi entusiasmo: poner una lavadora es un rollo aquí y en la China popular. Sobre todo cuando tienes que utilizar 500 ciclos de secadora para que la ropa no salga chorreando. Menos mal que en las lavanderías tienen televisores y máquinas recreativas para ayudarte a pasar el rato. Si no hubiera sido por ese rato majo que me pasé allí, jamás me hubiera enterado de que una mujer había celebrado su 106 cumpleaños viendo un partido de los New York Mets ¡Qué cosas!
Fue el momento entonces de ir a tocar. Esa noche actuábamos en una sala muy muy apañada llamada The Paperbox. Un sitio auténtico como pocos. Lo pasamos de lujo con las otras tres bandas que tocaron aquella noche. El nivel de las bandas era muy alto. Todos tenían su “nosequé, quéseyo” que les hacían un grupo digno de apuntarte para escuchar en casa con más detenimiento. Destacaron entre ellos Lady, una banda con un rollazo muy interesante en directo y A Deer a Horse, un trío enérgico que me dejó noqueado.
Al día siguiente nos tocó coger un bus a Providence. Dave se torró más de la cuenta y eso nos hizo tener que recurrir a un caro taxi hasta la estación de buses. Íbamos justicos justicos. Nada más montarnos, el taxista se saltó un semáforo en rojo y una patrulla de policía se coscó de todo. Nos retuvieron como unos 20 minutos. Yo me bajé del taxi para decirles que llevábamos prisa y teníamos que cambiar de taxi para poder llegar a tiempo a la estación de bus. El policía, que estaba tranquilamente indicándole a un anciano cómo llegar a la peluquería más cercana, me dijo que me callara y me metiera de nuevo en el coche. Un amor.
¿Qué pasó? Que perdimos el bus. Lógico, ¿no? El pobre taxista estaba a punto de llorar y nos pidió mil veces perdón mientras le pedíamos una solución para poder llegar a tiempo. El problema es que Dave nos había hecho creer que salían solo dos buses al día hacia Providence, cuando en realidad pasaba uno cada hora. Problema resuelto. El viaje fue larguico y llegamos poco antes de la hora del concierto. Tocamos en una galería de arte en pleno barrio guay de la ciudad. En el poco tiempo que tuvimos para pasear por allí dimos con un par de murales impresionantes en plena calle. Era una lástima no poder pasar más tiempo en aquellos sitios, pero la cosa seguía y no podíamos dormirnos en los laureles.
Al día siguiente nos tocó viajar a Lowell. Pasamos la noche anterior en un Motel 6. Ese tipo de moteles de carretera que te cobran 3 euros por tener wifi. Majos todos. Desayunamos a lo guarro en un Dunkin Donuts que había en la gasolinera de en frente y a correr. De camino, preguntamos al conductor si sabía la localización exacta de la primera hamburguesería de la historia, ya que nos habían dado un chivatazo de que se encontraba allí. No hubo suerte.
Tras un par de horas ya estábamos en Lowell. Dejamos todos los trastos en el almacén del local en el que tocábamos y fuimos a por las copias del disco, que las habían enviado a un restaurante vegetariano en el que trabajaba un amigo de Dave. Al llegar allí nos dijeron que nos habíamos equivocado. El disco lo habían enviado a un restaurante de la misma cadena, pero en Boston. Menos mal que íbamos el día siguiente para allá, que si no… Nos quedamos a comer allí y acabé con la cabeza como un bombo. Era un restaurante demasiado “buenrollero” para mí. Todo era “awesome”. Mi camisa, mi pelo, ¡Hasta mi tarjeta de crédito! Esa gente no hacía más que elogiarse entre ellos sin parar. ¡Que puto sitio más empalagoso! Tras dar un breve paseo por allí nos dimos cuenta de la obsesión que tenían con el término Middlesex por allí. Todo allí era Middlesex y awesome. De pura casualidad nos metimos en un pequeño parque y descubrimos que Jack Kerouac nació allí. La ciudad nos gustó mucho, era realmente preciosa y estaba muy bien adaptada a la naturaleza que le rodeaba, pero entre tanto Middlesex, awesome y carteles en los que te avisaban de que los vecino podían avisar a la policía si te veían hacer algo fuera de lo normal, nos entraron muchas ganas de tocar e irnos.
De esa noche nos llevamos como positivo el conocer a un grupo llamado Today Junior, que nos gustó mucho y las patatas fritas que nos pusieron antes de tocar. Qué cosa más rica. La verdad es que ese concierto marcó un antes y un después en la gira. Se nos empezaba a notar que los temas salían solos y había un feeling entre los tres que no había antes.
Al día siguiente salimos temprano del hotel para ir a Boston, pero perdimos media mañana de camino en una sola calle. Primero porque nos pegamos un desayuno/almuerzo/comida/merienda que no se lo salta un gitano y segundo, porque encontramos abierta la tienda del sello RRR. Una tienda hasta arriba de discazos a precios más que buenos. Me arrepiento muchísimo de no haber comprado cosas allí, pero ya íbamos demasiado cargados. El que sí que se compró algo fue Dave. Un disco muy raro de Thurstone Moore, cantante fundador de Sonic Youth que, casualmente, sacó RRR. Lo particular de ese disco es que Thurstone Moore le pidió al dueño del sello que le hiciera un par de fotos con una polaroid a cada uno de los compradores y se las enviaran por correo para que pudiera ver las caras de todos sus seguidores. Recuerdo que nos dijo que no subiéramos nada de eso a internet. Ahora tengo la duda de si está bien eso de contarlo. ¡Bah! Que me quiten lo bailao.
La cosa es que como nos liamos mucho esa mañana allí, llegamos bastante bastante tarde a Boston. Llegados a este punto he de contaros una manía que tenía Dave: cuando se producía algún silencio incómodo en el taxi o en el “check in” del hotel, él lo disolvía con la siguiente pregunta: ¿Cuál es tu personaje preferido de Star Wars? Las respuestas eran normalmente muy frikis, pero en Boston se llevaron la palma. La primera fue con nuestro taxista del hotel al concierto. Era un hombre jordano de casi unos 70 años que estaba enganchado a una bombona de aire. Viendo que Dave no sacaba la pregunta, me hice el valiente y le pregunté yo. Con la respuesta que me dio se me quitaron las ganas de volverlo a hacer. El tipo me dijo que su personaje favorito de la saga era el príncipe Abdallah II de Jordania. Todos nos quedamos un poco locos y le creímos. Acabo de mirarlo aquí en casa y dicho príncipe salió en Star Trek. Nos la metió doblada el jodío.
Qué decir de aquel bolo… Fue una bajona encontrarse con uno de los peores grupos que habíamos visto tocar jamás. Versiones a diestro y siniestro y bueno, mejor no hablemos de la ejecución. No es que me guste hablar mal de compañeros de profesión, pero es que no considero que esa gente se dedicara muy en serio a lo que hacía. Al final del bolo se nos acercó un profesor de la Universidad de Harvard para preguntarnos si podía incluir uno de nuestros temas en uno de sus documentales. ¿Por qué no, perla?
Nuestro paso por Boston fue muy fugaz, no sin dejarnos antes otra contestación memorable a la pregunta de los personajes de Star Wars. Un hombre ya mayor, quizás en edad de chochear, que viajaba con nosotros a la estación de autobuses, nos dijo que su personaje preferido era Mickey Mouse. Su mujer le dio una colleja.
Nos tocaba ya el último día de autobuses, metros y contracturas en la espalda. Llegamos a Philadelphia y Dave protagonizó su habitual huída a un bar en el que estuvieran poniendo el béisbol. Nos pasamos la tarde entera dentro de una cafetería hipster porque afuera hacía un frío que pelaba. Una vez en el bolo la cosa se puso calentica. El sitio estaba petado y con ganas de que empezaran los conciertos. A nosotros nos tocó abrir la lata y la gente respondió con ganas. Tanto que Marco pilló cacho. O eso dice el muy fantasma.
Una vez acabó el concierto nos fuimos directos a la estación de autobuses, ya que el nuestro salía a las 7 de la mañana. La sorpresa llegó cuando no nos dejaban entrar y en Philadelphia hacía como unos 3 grados. Menos mal que somos unos tiarrones y gracias a nuestra cara de pena y llantos de nenaza desesperada nos abrieron… para echarnos 15 minutos después. Era solo para hacer algo relacionado con el recuento de monedas o algo así. Imaginaos si aquí les diera por echar a toda la gente de un centro comercial cada vez que fuera el de Prosegur con las bolsicas de monedas. Pues allí lo hacen. Con dos cojonazos. Estuvimos el rato de la gestión dentro de un Seven Eleven en el que nos compramos unos cafés de 2 litros con sabor a calabaza. Allí todo tiene sabor a calabaza en estas fechas. Como si tener que ver todo cubierto por telarañas falsas no fuera suficiente tormento. También tenemos que tomarnos las cosas con sabor a calabaza (A esas horas, el único café que quedaba era de ese sabor . Normal). Dave nos contó que lo de las cosas con sabor a calabaza es un boom relativamente jóven. De unos 3 o 4 años. Antes era un poco más normales. Solo un poco.
Dave estuvo ligoteando con una muchachuela que estaba en la estación mientras que nosotros intentábamos dormir un poco, pero había una puta máquina de los Minions que no paraba de pegar flashazos y gritar con una voz repelente algo así como: «Ey! Look at me!» Finalmente cogimos el bus y no recuerdo mucho más de ese viaje. Dormía intervalos de media hora. El tiempo que tardaba mi cabeza en resbalar desde el respaldo del asiento hasta el cristal y helarme la cara. Luego vuelta a empezar y así durante 8 horas.
Finalmente llegamos a Virginia y conocimos a el gran e inigualable: Dave Dembitsky. Nuestro chófer para el resto de gira. Era el complemento perfecto al nuestro otro Dave. Juntos son Last Remaining Pinnacle. Dos tipos duros, pero con un corazoncito dentro. Los padres gays que jamás tuve. Enseguida nos entendimos entre bromas tontas y recomendaciones de grupos. Nos tocaba descansar un par de días en casa de Dave, pero ya estábamos todos para afrontar la segunda parte de la gira. Faltaba celebrarlo, ¿Cómo? ¡Camarera, hamburguesacas para todos!