Que el Primavera Club es un festival lleno de sorpresas lo sabe todo el mundo. De hecho, es como un menú degustación de los que sirven en esos restaurantes que hay ahora de cocina creativa. Vas sin saber exactamente de qué te vas a nutrir, pruebas cosas que no imaginabas ni que existían y casi siempre acabas con buen sabor de boca. Pues bien, el Primavera Club es eso mismo.
Comenzamos con una sorpresa, y no precisamente de las agradables: minutos antes de su inicio, el ayuntamiento clausura el teatro Principal (una de las cuatro salas del festival) por no tener permiso para hacer conciertos y vender alcohol. Bien, no es aquí el lugar para debatir el tema pero, ¿no sabía ya la organización lo de los permisos? ¿No podía el ayuntamiento clausurar el teatro con más antelación? En todo caso, después del susto inicial vuelve la calma: con una rapidez extraordinaria aparecen los nuevos horarios en la aplicación y comprobamos con alivio que se han reubicado todas las bandas en el resto de salas. No habrá cancelaciones pero hay que replantear la ruta.
NAKED tocan en el teatro Latino ante un público todavía desorientado por el misterioso cierre y la consiguiente adaptación a los nuevos planes del fin de semana. Agnes Gryczkowska adquiere todo el protagonismo con su imagen de personaje manga siniestro y sus constantes sacudidas hacia delante y hacia el suelo. Su sonido es mucho más duro, afilado y orgánico que en sus sencillos y la voz de Agnes adquiere un protagonismo notable comparado con estos.
A continuación llega Deradoorian. La voz de los Dirty Projectors presenta junto a una compañera su original proyecto en solitario. Sintetizadores, percusión, el bajo Höfner que popularizó Paul McCartney y dos voces femeninas aparentemente educadas en la tradición clásica son los elementos de una propuesta que empieza tímidamente y que va cogiendo ritmo, forma y presencia a medida que pasan los minutos. Desgraciadamente hay que llegar a la sala Apolo antes de que finalicen y temo que me pierdo lo mejor.
Formation debutan en Barcelona cuando sale su primer vídeo ‘All the rest is noise’. Dos hermanos jovencísimos del sur de Londres lideran una banda que se preveía bailonga, lo que no se sabía es hasta qué punto. En pocos minutos el bailómetro está a tope. Suenan a !!! con una pizca de LCD Soundsystem y una porción de Delorean. Son cinco chicos (cantante, batería, bajo y dos a los sintetizadores) que parece que lleven media vida en los escenarios. Cuando ya tienen al público en el bolsillo el cantante remata el recital bajando a bailar a la pista entre los presentes sin dejar de golpear su cencerro funky.
A Roosevelt les tengo ganas, y no defraudan. Los germanos han heredado lo mejor de Caribou, New Order y Hot Chip y lo han pasado por un filtro disco delicioso. Sólo son tres y su actitud es bastante comedida pero su directo muy contundente: hacen bailar al público tanto o más que los anteriores. Su gran ‘Elliot’ no se hace esperar y lo mejor de ello es que el nivel no baja hasta que tocan la última nota. Para acabar la jornada el productor londinense Moiré viene con su trabajo de Ninja Tune bajo el brazo y con él crea una atmósfera hipnótica, cambiante y oscura con instantes que abarcan desde el deep house al ambient en un espectáculo de techno exquisito.
El teatro Latino abre el sábado con Hazte Lapón. Una actitud distante a la par que y distinguida, la delicada musicalidad de Le Mans y las mejores letras de Astrud se aúnan en una de las bandas más interesantes del pop español contemporáneo. Presentan “No son tu marido”, un álbum que no tiene ni quince días y que la banda liderada por la pareja compuesta por Manuel González Molinier y Saray Botella defienden a la perfección. Con joyas como ‘Cómo funciona el corazón’, ‘El cielo protestó’ y la excelsa ‘Odiar’, a la que le dan un toque rumbero, tocamos el cielo.
A continuación viajamos al pop de guitarras fuertes de los noventa con Bastante, que aun solapándose con Fraser A. Godman y tocar en la grande de Apolo consiguen ganarse al público con un recital enérgico e impecable y una voz que recuerda levemente a la de Enric Montefusco de Standstill.
Ahora es el turno de U.S. Girls. La carismática Meghan Remy, líder y dueña de la banda, va acompañada de una corista y… nada más. Toda la música está pregrabada y en el escenario sólo está Meghan, de blanco, y su compañera, de negro. Meghan resulta ser una mujer de armas tomar que no duda en regañar al público cuando habla más de lo cortés. También se queja en al menos tres ocasiones del volumen de su voz y, a pesar de todo ello, el entusiasmo de los asistentes va en aumento a medida que pasan los minutos. No es hasta ‘Damn That Valley’ que la unión entre platea y escenario se hace evidente.
El lío de los cambios de sala afecta a Shura, que acaba recolocada ya de madrugada en la [2] de Apolo. Todavía faltan cinco minutos para el inicio del show y nunca esta sala había estado tan abarrotada. Desde luego, ha corrido la voz de lo de la nueva promesa del pop y nadie se quiere perder a la estrella que nace en la sala más pequeña del festival. Escondida tras su enorme cazadora vaquera y su media melena la londinense desgrana a partes iguales baladas y temazos tecno pop que nada tienen que envidiar a la Madonna de sus inicios. Agradable y tímida a la vez, triunfa con hits como ‘Nothing’s real’, ‘Just once’, ‘2Shy’ o ‘Indecision’.
Con Ninos Du Brasil, un par de italianos gamberros, inauguramos el horario de invierno. Su propuesta, a base de tecno y batucada recuerdan inevitablemente a los Safri Duo de antaño. Tocan las baterías con tanta potencia que uno de ellos llega a caer del esfuerzo. Sube una chica al escenario y le siguen el juego, hasta cogerla a modo de saco de patatas y no dejar que se vaya. Sólo dejan la percusión para rapear y no paran de moverse compulsivamente. Van tan a saco que saturan los altavoces. Te pueden gustar o no, lo que es indudable es que te harán bailar.
Llega el domingo y en el mismo lugar donde acabamos la noche aparece un piano de media cola con Lubomyr Melnyk al mando. Es increíble el virtuosismo de este señor que toca piezas de hasta veinte minutos a una velocidad supersónica. El público, completamente hechizado, no dice ni pío. Sólo se oye a la Siri de alguien cuando acaba una de las piezas y dos botellas de cerveza que caen al suelo en todo el recital. Incluso entre tema y tema el medidor de decibelios está por debajo del mínimo, algo nunca visto en el Apolo.
Aún así, lo más sorprendente y cautivador de este pianista ucraniano son los discursos que suelta entre pieza y pieza. Con la excusa de contar de qué va el siguiente tema hace unos alegatos entrañables sobre la magia de la música, la importancia de amar o el sinsentido del capitalismo. Unos discursos tan bellos que durante unos instantes creo que voy a llorar. No soy la única: a mi izquierda hay una chica sollozando durante medio concierto. Realmente me siento afortunada de disfrutar tan cerca –estoy en primera fila– de uno de los pianistas más rápidos y cándidos del mundo.
Empress Of lo tienen difícil después de lo que acabamos de presenciar pero el grupo de la hondureña Lorely Rodriguez se presentan con el bombo más duro de lo que llevamos de festival. Su voz llena de texturas, un sonido excelente y los bajos gordísimos del Moog enamoran al personal. Ella tiene una energía descomunal que contagia a todo el mundo. Sonríe tímidamente cuando ve a la legión de fans que tiene en primera fila y con su ‘How Do You Do It’ que la sala entera se sabe ya no esconde para nada su satisfacción. Que sea el primero de muchos más conciertos en nuestras tierras.
Los del Primavera saben lo que hacen y han reservado a Algiers como broche de oro de la edición. Estéticamente no tienen desperdicio. Imaginad que Ian Curtis resucita y se pone a tocar el bajo y los pads con su look y sus movimientos de sobra conocidos. Ahora se llama Ryan Mahan. Al lado tiene al cantante del grupo Frankie James Fisher que tiene una voz de blues espectacular pero que si lo ves desde lejos, por el atuendo –camiseta con un escote de vértigo con americana– y el físico parece el hermano gemelo de Kanye West. El guitarrista, por su parte, tiene un look estándar pero toca la guitarra eléctrica con un arco de violín y de fondo, para no desentonar, está el ex batería de Bloc Party dándolo todo con sus gafas empapadas por el sudor de su melena. Suenan a blues, a góspel, a punk, a rock industrial y todo ello de forma impecable. Se tiran al suelo, marcan el ritmo con golpes de talón a la tarima y también prescinden del micrófono para cantar en un momento íntimo. ‘Blood’, ‘Black Eunuch’ y ‘Irony. Utility. Pretext’ nos hacen flotar. Están políticamente comprometidos, hacen bailar y el Apolo entero se olvida de que es ya la última hora de un domingo otoñal. ¿Qué más se les puede pedir?
«Incluso entre tema y tema el medidor de decibelios está por debajo del mínimo, algo nunca visto en el Apolo.»… Em… jo vull royalties d’això XD