octubre 22, 2025

Adiós al cronista de la lengua irlandesa y los paisajes del alma

Manchán Magan, esa voz singular que convertía las palabras olvidadas de la lengua irlandesa en portales hacia lo sagrado y lo cotidiano, ha muerto este miércoles 2 de octubre en Dublín, a los 55 años. Diagnosticado con un cáncer de próstata que se extendió a pulmones, hígado y cerebro, Magan enfrentó su final con la misma serenidad filosófica que impregnaba sus libros y documentales: «La muerte es algo con lo que siempre he estado muy cómodo», confesó en una entrevista en radio el pasado 13 de septiembre, apenas tres semanas antes de su fallecimiento. Nacido en Donnybrook, un barrio dublinés de clase media, en 1970, Magan no era solo un narrador, era un puente entre el pasado gaélico de Irlanda y un mundo globalizado que, en su visión, había perdido el hilo de sus propias raíces. Su obra, impregnada de un humor irónico y una curiosidad insaciable, inspiró a generaciones a redescubrir su herencia lingüística y ambiental, convirtiéndolo en un «embajador cultural involuntario», como lo describió el trío de rap de Belfast Kneecap en un emotivo tributo.

Hijo de un padre diplomático y una madre descendiente de hablantes nativos de gaélico, Magan creció en un hogar donde el irlandés era un «token honorífico» en memoria de The O’Rahilly, el líder de la Rebelión de Pascua de 1916 que inspiró a su familia. Educado en el Gonzaga College de Dublín, donde este jueves se celebró su funeral, el joven Manchán rechazó inicialmente la lengua de sus ancestros –»me di la vuelta ante ella», admitió en charlas a estudiantes–, optando por una vida nómada que lo llevó de los cow sheds en las colinas del Himalaya a las selvas del Congo. En 1996, viviendo entre tribus en Uttar Pradesh, su hermano Ruán, cineasta, lo «despertó» para rodar Manchán san India, el primer de una serie de documentales para TG4 que lo catapultarían como un cronista de lo exótico y lo propio. Aquel viaje no fue solo geográfico: marcó el redescubrimiento del gaélico como herramienta para descifrar el mundo, un tema que devendría el eje de su carrera.

Su bibliografía, un mosaico de ensayos poéticos y exploraciones lingüísticas, es un testimonio de esa epifanía. Thirty-Two Words for Field, su obra más vendida y premiada, desentrañó la multiplicidad semántica del paisaje irlandés a través de 32 términos gaélicos para «campo», revelando cómo el idioma codifica no solo la tierra, sino la relación espiritual con ella. Le siguieron Manchan’s Travels, un diario de periplos globales; Listen to the Land, que invocaba mitos celtas para defender la biodiversidad; y Awake: Pilgrims of the Night, un viaje nocturno por la isla que fusionaba folclore y ecología. Su último libro, Ninety-Nine Words for Rain (and One for Sun), ilustrado por Megan Luddy, surgió de lo que él llamó su «cáncer de creatividad»: una explosión de palabras gaélicas para la lluvia que celebraban la resiliencia irlandesa ante el clima y la pérdida. «Cada palabra es un mundo», solía decir Magan, y en sus páginas, el lector no lee; se sumerge, como en un ritual druídico moderno.

En televisión y radio, Magan fue un mago de la imagen y la palabra. Sus series para TG4 –Ros na Rún, Manchán’s Holy Week o The Wild Irish Year– y documentales para RTÉ y el Travel Channel, como Manchán’s Atlantic, lo llevaron a explorar desde las costas gallegas hasta las tradiciones indígenas de América, siempre con el gaélico como brújula. Columnista en The Irish Times y presentador en RTÉ Radio 1, su voz ronca y reflexiva invitaba a la introspección: «Nos ayudó a maravillarnos con las cosas a nuestro alrededor», escribió la editora de TG4, Proinsias Ní Ghráinne, en un homenaje que subraya su don para «hacernos ver el mundo y nuestras tradiciones bajo una nueva luz». Como primer embajador en Irlanda del Rivers Trust, defendió los ríos como venas vivas de la biodiversidad, alertando contra la contaminación en un país donde el agua es, para el gaélico, un sinfín de matices emocionales.

La influencia de Magan trasciende lo literario: fue un catalizador para el renacimiento del gaélico en una Irlanda bilingüe pero anglificada, inspirando a jóvenes a abrazar su herencia sin nostalgia empalagosa, sino con curiosidad juguetona. Michael D. Higgins, quien lo recibió en Áras an Uachtaráin para lecturas y podcasts, lo recordó como un hombre que «inspiró a todas las generaciones a conectar con nuestra lengua nativa, su riqueza cultural y, a través de ella, con nuestro paisaje natural y ambiente». El Taoiseach Micheál Martin lo llamó «un apasionado defensor de nuestra lengua y cultura», mientras que el músico Liam Ó Maonlaí, amigo de tres décadas, lo describió como «gentil y de otro mundo», evocando una plegaria callejera en Kilkenny la noche antes de su muerte. Incluso el cómico Dara Ó Briain, visitado por Magan en un documental, lamentó la «pérdida prematura de un escritor y cineasta que iluminaba la riqueza de la historia y el paisaje irlandés».

En su última entrevista con Brendan O’Connor en RTÉ Radio 1, Magan habló de la muerte sin dramatismo: «Podríamos tener un año o dos, o al menos unos meses más», dijo, riendo ante la ironía de un cáncer que, como bromeó, parecía haber colonizado «cualquier miembro de mi cuerpo». No sentía desesperación, sino gratitud por un ciclo vital que, en su visión animista, era solo un capítulo más. Instalado desde 1997 en Collinstown, Westmeath, donde compró un terreno para reconectar con la tierra, Manchán Magan vivió como escribía: inmerso en el mundo, no como observador distante, sino como partícipe devoto.

Como él mismo diría, no es un adiós, sino un «slán abhaile» –un regreso a casa.

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