Es un error recurrir al lenguaje para hablar de Fellini. Pero tampoco es «hablar» lo que se pretende aquí, pues estaríamos redundando en lo anterior.
Sucede que las palabras, tal y como las empleamos a diario, al concadenarse mantienen una estructura prefijada por la tradición a lo largo de los siglos. Un estricto orden que contextualiza nuestras acciones, y establece los limites conscientes de lo lógico; que seguramente es necesario para convivir, para explicar lo que acontece, para intuir a distancia lo que creemos que somos. Sin embargo las consecuencias de todo esto resultan nefastas para la creatividad del individuo, que se desenvuelve en un paisaje en el que todo ha sido dicho y pensado con anterioridad, en el que las ideas, son lo heredado por sucesivas generaciones, hasta el momento en que algunos de ellos, dotados de una sensibilidad especial, son capaces de transcribirlo.
Pero ocurre que las generaciones ven reducidas estas fuentes de inspiración y sienten como el intelecto va cercando nuestra abstracción.
Es entonces cuando urge lanzarse a las aguas de lo inconsciente, donde las verdades primigenias sobreviven. Fellini supo bucear en ellas, y encontrar el modo de trascender . Y es por eso que hablar de la profundidad de su legado se convierte en un proceso ya no ambicioso, si no innecesario; puesto que la verdadera pureza se encuentra en un estado de indeterminación en el que ¨mas arriba¨ o ¨mas abajo¨ quieren decir la misma cosa.
¿Por qué esta introducción? ¿Por qué Fellini? Mis amigos y yo siempre comentábamos lo próximo que estaba Fellini a nuestra forma de ver el mundo y la forma de como lo expresaba, es decir, si estuviera vivo parecería que nos estuviese leyendo el pensamiento.
Fue con la película «Qué extraño llamarse Federico» de su gran amigo Ettore Scola, terminada en 2013 por el 20° aniversario de la muerte de Fellini (estrenada aquí en abril de 2015) cuando nos decidimos a escribirle nuestro propio homenaje.
En esta película Scola hace un ejercicio de pura amistad repasando todos los momentos que pasó con su amigo Federico a lo largo de toda su vida, a la vez que hacia referencia a la creación de sus mejores películas.
Nosotros para no alargarnos mucho vamos a hablar de «Ocho y Medio», su obra cúspide.
Para quien no haya visto antes ninguna película de Fellini, con esta podrá descubrir el mundo del genio, del visionario del cine y donde confluyen todas las artes populares, circenses, tebeos y dibujos que Fellini tanto adoraba y dominaba. Es una síntesis de su cine anterior y del que vendrá a continuación. Está «La Dolce Vita» y «La Strada» pero también películas venideras como «Amacord», «La Nave Va» o «Giulietta de los espíritus».
En «Ocho y medio» la vida de Fellini se entrelaza con la de su alter ego cinematográfico Marcelo Mastroianni. En esta obra Mastroianni encarna a Guido Anselmi, escritor y director de una película de ciencia ficción que tiene que retrasar el rodaje de la misma 15 días al sufrir un ataque de ansiedad y de crisis creativa.
Esto se refleja en la biografía del propio Fellini, ya que venía de cosechar un éxito brutal con «La Dolce Vita» y quería romper con lo hecho en el pasado (sin perder su esencia) para innovar y para que no le acusaran de repetitivo. Sentía una gran presión por parte de la crítica por ver su siguiente película y él quería estar a la altura.
Durante esos 15 días no sabremos distinguir entre lo real y lo imaginario. Da igual. A lo largo de estas dos semanas Guido se encontrará con sus recuerdos y con varios personajes que le han marcado a lo largo de su vida. Además aprovecha para convocar a todas las mujeres de su vida: su madre, su musa, su amante… ya estén muertas o vivas.
Una característica principal de todas las películas de Fellini es la relación que mantiene con la mujeres.
Para disfrutar de «Ocho y medio» hay que entrar en ella sin prejuicios, dispuesto a dejarse llevar por una catarata de imágenes, personajes y secuencias entre lo onírico y lo surrealista. Una película que rompe géneros y que durante cuarenta años a influenciado a multitud de cineastas, desde Woody Allen hasta Tarantino pasando por sus compatriotas Paolo Sorrentino y su «Gran Belleza» o Roberto Benigni y su «Vida es bella».
«Ocho y medio» es una de esas películas que no se agota nunca. Como gran obra de arte que es, con cada visionado se extraen cosas diferentes según el estado de ánimo del espectador y su metraje pasa por tu mente como si de un sueño se tratase.