El 6 de septiembre, el mundo de la música perdió a Rick Davies, el alma detrás del teclado y la voz fundacional de Supertramp, fallecido a los 81 años tras una década de lucha contra el mieloma múltiple. Su partida en Long Island marca el fin de una era para el rock progresivo y pop, un género que él ayudó a moldear con un sonido que aún resuena en las ondas. Nacido en Swindon, Inglaterra, en 1944, Davies no solo fue el ancla constante de Supertramp desde 1969; fue un arquitecto de cambios, un músico cuya mezcla de blues, jazz y rock desafió las normas de su tiempo. Su legado invita a mirar atrás y cuestionar: ¿qué dejó Davies en el paradigma musical, y cuánto de eso sigue vivo?
Davies no era solo un músico; era un narrador con teclas. Junto a Roger Hodgson, con quien formó Supertramp tras un anuncio en Melody Maker, creó un sonido que fusionaba la crudeza de su barítono áspero con la melódica sensibilidad de Hodgson, un contraste que dio vida a himnos como ‘Goodbye Stranger‘ y ‘Bloody Well Right‘. Su uso del piano Wurlitzer, con su timbre distintivo, se convirtió en la columna vertebral de álbumes como «Crime of the Century» y el icónico «Breakfast in America«, que vendió más de 18 millones de copias y dominó las listas globales. Estos trabajos no solo catapultaron a Supertramp a la cima; redefinieron el rock progresivo al inyectarle accesibilidad pop, un giro que desafió la elitista complejidad del género y lo abrió a masas hambrientas de algo más que virtuosismo vacío.
El cambio de paradigma que Davies impulsó fue sutil pero revolucionario. Supertramp, bajo su liderazgo tras la salida de Hodgson en 1983, abandonó la fórmula de dueto creativo para explorar sonidos más oscuros y experimentales, como en «Brother Where You Bound«, con su épica pieza homónima de 16 minutos y la colaboración de David Gilmour. Esta evolución mostró que el rock podía ser introspectivo y comercial a la vez, un puente entre la experimentación de los 70 y la síntesis de los 80. Su decisión de compartir regalías con compañeros no escritores como Dougie Thomson o John Helliwell también marcó un precedente ético, aunque las disputas legales posteriores con Hodgson revelan las grietas de ese ideal. ¿Fue un acto de generosidad o una estrategia para mantener la cohesión? La historia sugiere ambas cosas, dejando un legado agridulce.
La importancia de Davies trasciende estadísticas. Su música, cargada de cinismo y humanidad, reflejó las tensiones de una generación atrapada entre idealismo y desencanto, un eco que aún encuentra eco en oyentes jóvenes. Tras su diagnóstico de mieloma en 2015, que canceló la gira de reunión de Supertramp, su espíritu persistió en actuaciones más íntimas con Ricky and the Rockets, un testamento de su devoción hasta el final. Su muerte no cierra su influencia; la amplifica. En un mundo donde la autenticidad se debate, Davies nos dejó un recordatorio: el verdadero cambio en la música nace de la pasión, no del postureo. Su piano sigue latiendo, un pulso que redefine el rock más allá de su silencio.

