El lunes, Morrissey canceló su concierto en Estocolmo previsto en el Hovet Arena, dejando a miles de fans con el corazón en pausa. La noticia, un susurro que se coló como un trueno, citó “fatiga” tras una gira que, en siete días, atravesó seis países. Pero detrás de la palabra “cansancio” late un grito más profundo: el de un artista que, en 2025, se siente abandonado por una industria que ya no escucha. “El dolor de no llegar a Estocolmo es atroz para la banda y el equipo,” escribió Morrissey en Instagram, desnudando una verdad cruda: su amor por conectar con ciudades como Reykjavík, Trondheim o Aarhus choca contra la indiferencia de sellos discográficos y radios que ignoran su música, mientras sus entradas se agotan. Este no es solo un concierto cancelado; es un manifiesto contra un mundo que ha olvidado cómo venerar a sus poetas.
Morrissey, el eterno trovador de Manchester que dio voz a los desamparados con The Smiths, sigue siendo un faro para quienes encuentran refugio en su melancolía. Su sonido, un tapiz de jangle pop y lirismo mordaz, evoca a Oscar Wilde cantando bajo la lluvia de ‘There Is a Light That Never Goes Out‘. Pero en 2025, su lucha es más quijotesca que nunca. Sin un nuevo álbum desde «I Am Not a Dog on a Chain«, y con «Bonfire of Teenagers» atrapado en el limbo por la falta de un sello, Morrissey depende de la devoción de sus fans. “No hay apoyo financiero de sellos imaginarios,” lamenta, mientras su gira, alimentada por “ventas sensacionales”, prueba que el público aún lo abraza. En Estocolmo, donde habría cantado himnos como ‘Suedehead‘ o ‘Everyday Is Like Sunday‘, la fatiga no es solo física; es el peso de un arte que sobrevive a pesar de todo.
La cancelación, que incluyó también su aparición en Allsång på Skansen, no es un capricho. Es el eco de una gira extenuante, de un hombre de 66 años que se niega a rendirse. “Estamos agotados más allá de lo creíble. Apenas podemos ver,” confiesa, pintando una imagen de una banda al borde del colapso, soñando con Escandinavia pero atrapada en un sistema que no los sostiene. Morrissey, con su corazón “condenado” pero aun activo, ofrece precisamente eso: un alma que sangra por el arte, que se niega a ser silenciada.

En 2025, mientras el carro de Morrissey avanza hacia Berlín el 27 de junio, su cancelación en Estocolmo no es una derrota, sino un rugido. Nos desafía a preguntarnos: ¿qué significa el arte cuando solo los fans lo sostienen? En la penumbra de Hovet, donde las luces no se encendieron, queda una promesa: mientras haya un escenario, Morrissey cantará. Y nosotros, con los ojos nublados por su verdad, seguiremos escuchando, porque su luz, aunque titile, nunca se apaga.