Dave Ball, el cerebro electrónico detrás de ‘Tainted Love‘ y otros himnos de Soft Cell, ha fallecido a los 66 años en su hogar de Londres. Su muerte, pacífica en el sueño, cierra un capítulo de innovación sonora que definió el synth-pop, pero su legado (de garajes universitarios a colaboraciones con Kylie y Bowie) resuena como un beat eterno en la cultura clubera
Imagina un club subterráneo en el Leeds de finales de los 70: luces estroboscópicas, humo de cigarrillos y un sintetizador ronroneando como un gato en celo. Ahí, entre el polvo de un sótano y el aroma a cerveza rancia, nació Soft Cell, el dúo que transformó un cover olvidado en el himno más vendido del Reino Unido en 1981. Dave Ball, el hombre detrás de esos teclados que hacían gemir a las máquinas, ha muerto este miércoles a los 66 años, según confirmó su compañero Marc Almond en un emotivo tributo: «Era un genio musical brillante, el corazón de Soft Cell. No estaría donde estoy sin él». Ball falleció en paz en su casa londinense, sin causa oficial revelada, aunque sus problemas de salud (incluyendo una caída grave en 2023 que le fracturó la columna) lo habían mantenido en silla de ruedas en sus últimos shows. Días antes de su partida, completó «Danceteria«, el sexto álbum de Soft Cell, un cierre poético que saldrá en 2026 como homenaje. Pero Ball no era solo el socio de Almond: era el mago que fusionó el punk con la electrónica, pavimentando el camino para una era de pop sintético que aún bailamos en fiestas retro.
Nacido Paul Daniel Ball el 3 de mayo de 1959 en Chester, hijo de madre soltera, Dave fue adoptado por una familia en Blackpool, esa meca de luces de neón y algodón de azúcar salado en la costa inglesa. Criado junto a una hermana adoptiva, Susan, creció en un hogar modesto donde la música era un escape: guitarra en la secundaria, pero el flechazo llegó en 1975 con ‘Autobahn‘ de Kraftwerk, que oyó en un programa de ciencia de la BBC. «Eso fue el punto de inflexión», contaría años después a The Quietus. «Pasé de rasguear cuerdas a acariciar sintetizadores». A los 18, se mudó a Leeds para estudiar arte en el Polytechnic, un hervidero de ideas radicales donde conoció a Marc Almond en 1977. Almond, un performer excéntrico que se untaba con comida para gatos en espejos, vio en el tímido Dave (con su moño desaliñado y su obsesión por los Moog) el complemento perfecto. «Éramos como tiza y queso», bromeaba Almond. En 1979, formaron Soft Cell: él cantando sobre sexo, soledad y clubes sórdidos; Dave tejiendo paisajes electrónicos que sonaban a futuro crudo.
Su demo inicial, grabado en un sótano con un Roland System-100 y un casete barato, capturó esa química: letras de Almond como puñales cabareteros, envueltas en los loops hipnóticos de Ball. Firmaron con Some Bizzare Records, un sello indie que apostaba por lo raro, y en 1981 explotaron con un cover que nadie vio venir.
Soft Cell no inventó el synth-pop (Depeche Mode y Human League ya lo cocinaban), pero lo hizo sexy, sucio y adictivo. Su debut, «Non-Stop Erotic Cabaret«, fue un escándalo sonoro: ‘Tainted Love‘, el cover de Gloria Jones de 1964 que Ball reprogramó con un bajo sintético pulsante y ecos que gemían como un amante rechazado. Era el segundo single más vendido del año, solo superado por ‘Don’t You Want Me‘ de Human League. «Vivíamos en un piso cutre en Leeds y de repente volábamos en Concorde», recordaba Ball con una risa irónica. El disco, con joyas como ‘Bedsitter‘ y ‘Sex Dwarf‘, destilaba la decadencia de los clubes londinenses: letras sobre prostitución emocional, música que fusionaba el cabaret de Weimar con el krautrock alemán.
El éxito fue un torbellino. «The Art of Falling Apart» y «This Last Night… in Sodom» mantuvieron el pulso, con hits como ‘Say Hello, Wave Goodbye‘ o ‘Torch‘. Ball, el cerebro técnico, producía y mezclaba todo: sus 12″ extended mixes (pioneros en el dancefloor) estiraban ‘Tainted Love‘ a seis minutos de éxtasis electrónico. Vendieron 20 millones de discos, llenaron estadios y aparecieron en MTV como pioneros del video pop, pero la fama los devoró. Droga, agotamiento y tensiones internas (Almond quería más arte, Ball más experimentación) los llevaron a disolverse en 1984 tras un adiós épico en el Royal Albert Hall. «Éramos cometas que ardieron demasiado rápido», diría Dave.
Pero este punto y final no apagó a Ball, lo reinventó. En 1988, formó The Grid con el productor Richard Norris, un dúo acid house que irrumpió en los 90 con ‘Floatation‘ y ‘Swamp Thing‘. Álbumes como» Electric Head» fusionaban techno con gospel y world music, vendiendo medio millón. «Era mi laboratorio», decía Dave, que remixeaba para Pet Shop Boys y Erasure.
Los 90 y 2000 lo vieron como productor estrella: tracks para Kylie Minogue en «Impossible Princess«, como ‘Breathe‘, colaboraciones con David Bowie en «Earthling» y trabajos con Psychic TV o Gavin Friday. Discreto, con cuatro hijos de relaciones previas, Ball evitaba los focos: «Marc era la cara; yo, el motor». En 2000, Soft Cell revivió para shows en vivo, lanzando «Cruelty Without Beauty» con ‘The Night‘. El dúo se separó de nuevo en 2005, pero Almond y Ball orbitaron en proyectos paralelos.
La pandemia los reunió para «Happiness Not Included«, con singles como ‘Heart Like Honey‘. Ball, ya con problemas de espalda, produjo desde su estudio londinense, tejiendo beats que Almond llamaba «su magia inmortal».
Dave Ball no era el frontman carismático, pero sin sus sintetizadores, el pop de los 80 habría sido más plano. Soft Cell (y Ball) democratizaron la electrónica: hicieron que los Moog fueran tan accesibles como una guitarra Fender, inspirando a Depeche Mode, Pet Shop Boys y hasta al EDM actual. ‘Tainted Love‘ sola ha sonado en 100 películas y series, de Glee a The Bear, y acumula mil millones de streams. Su influencia: el synth-pop queer, el clubbing como catarsis, la fusión de high art y low life.
Almond lo resumió: «En algún lugar del mundo, alguien baila o llora con una canción de Soft Cell ahora mismo». Con «Danceteria» en camino (un disco de «patch púrpura» creativa), Ball se va en su zenit. De Blackpool a los altares electrónicos, Dave fue el pulso invisible que hizo latir la noche. Su música no muere: remixa, evoluciona, seduce. Como un loop eterno, nos susurra: «Say hello, wave goodbye… and dance on«.

