septiembre 14, 2024

The Book of Mormon: Y mañana Dios dirá

Cualquiera que conozca un mínimo a Trey Parker (la cabeza detrás de South Park) sabe que hay dos cosas que le apasionan: los musicales y la religión mormona. Y dos cosas que no soporta: que Phil Collins le quitase el Oscar a “Mejor Canción Original” y a Bono, en general.

En 2011 todo eso confluyó, y de la mano del compositor de Frozen (sí, sí, South Park y Frozen) nació el libreto satírico de The Book of Mormon, que más de una década después acumula una veintena de premios, entre los que destacan 9 Tony, y continúa de gira por todo el mundo.

Madrid no se ha destacado por la rapidez, y entre Mamma Mías, Pretty Womans, Matildas y 43 temporadas de El Rey León (número aproximado, tal vez sean más), por fin recibe el Libro del Mormón con producción propia, en castellano y con elenco local.

¿Qué tal?

Yo llegué sabiendo a lo que iba: dos mormones, uno creído e inteligente y el otro un nerd obsesionado con la cultura pop, que llegan con inocencia a Uganda y se encuentran con un pueblo lleno de sida, blasfemias y ablación de clítoris de la mano del General Puto Culo Desnudo. Claro, tengo un tatuaje de South Park, ya no podemos ir más hacia abajo, estamos metidos de lleno en esta fantasía meta- Broadway que se ríe de sí misma pero sobre todo se ríe de los demás.

Hay varios momentos en los que el propio Jesús aparece entre el público acompañado de ángeles y profetas para explicar en qué consiste la religión mormona: vamos a aclararlo porque no es un spoiler, es la forma de vida de dieciséis millones de personas.

Jesús viajó en barco a Estados Unidos y enterró unas planchas de oro en una colina, las cuales conformaban el “secreto” tercer testamento. En el siglo XIX, esa colina era la casa de Joseph Smith, el profeta americano. Este las encontró con ayuda de un ángel, que le advirtió que nunca las enseñase, solo difundiera la palabra sin que nadie viera las planchas (¿Aunque eso signifique que no me crean porque les resulta absurdo y lo único que puedan hacer sea creerme incondicionalmente? Bueno, supongo que eso es justo lo que quiere Dios). Long story short, los mormones siguieron las enseñanzas de Joseph Smith hasta llegar a Salt Lake City, Utah, la tierra prometida y el lugar de donde, según las planchas, eran Adán y Eva.

Esta es la historia que los misioneros tienen que explicar a los ugandeses y al público del Teatro Calderón, con el objetivo de bautizarlos y convertirlos a esta religión “que sólo quiere que seamos buenos los unos con los otros”.

Hasa diga eebowai

Dos horas y cuarto de musical (más veinte minutos de descanso) de blasfemias religiosas, canciones sobre el sida, la leucemia, violar bebés y deseos homosexuales reprimidos. Imagina qué divertido cuando te das cuenta de que en las primeras filas están los fans del teatro que van tanto a escuchar a Mufasa cantar “un ciclo sin fin que lo envuelve todo” como a Elder Price recitar “soy mormón, creo en Dios, creo que Él me ha mandado aquí y creo que en 1978 cambió su opinión sobre las personas negras”.

No hay un solo momento de silencio o aburrimiento. Cuando no hay baile hay risas, y cuando no hay risas hay un sonoro suspiro de asombro: “¿cómo ha podido decir eso?”. Si tienes la piel fina o fuertes sentimientos hacia Dios, puede que no sea tu sitio. Pero será el sitio para todos los demás.

Soy África… como Bono

No debe ser fácil adaptar los detalles de una “cultura” tan intrínsecamente americana a un país completamente diferente. La traducción tiene que explicar las características de los mormones a un país que cuando llaman al timbre con un libro “que te cambiará la vida” solo recibe a los Testigos de Jehová (en mi opinión, mucho menos optimistas y divertidos que los mormones. Ellos ni siquiera tienen banda sonora).

Entre las canciones, en castellano, observamos cambios en las referencias pop: mantenemos a los Jedi de la Guerra de las Galaxias y a otras muchas sagas frikis, pero cambiamos el juicio de O.J. Simpson por Silvio Berlusconi. Son dos criminales, supongo.

Los escenarios, la voz en off, los bailes exagerados con purpurina, donuts gigantes, Hitler en lentejuelas: todo se cierra en un mensaje amable hacia la religión. Puede que sea ridícula, pero une pueblos y busca la bondad de las personas para protegerlas de lo malo del mundo.

Trey Parker y Matt Stone han aguantado más de veinte años con un musical que cualquiera diría “imposible de hacerse hoy”, combinando escatología con blasfemias, ritmos africanos con claqué. The Book of Mormon tiene por delante, al menos, algo más de dos meses en España. Sobre el éxito que le aguarda, mañana Dios dirá.

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