enero 18, 2025

Guns’N Rose, el camino del exceso

Cuando L.A. Guns y Hollywood Roses se juntaban para ensayar por primera vez yo comenzaba, literalmente, a caminar. Mi primer encuentro con la banda fue mucho más tarde, cuando aquella chica mayor del colegio religioso (casi masculino) en el que estudiaba vestía la camiseta de «Appetite for Destruction«, claramente, en mitad de tantos crucifijos dorados aquel llamaba la atención (ella también, visto con las perspectiva del tiempo que lastima de juventud rodeada de gañanes le tocó vivir a ella).

Han pasado más de 20 años, dos décadas, desde que aquella chica con camiseta de calaveras llamase mi atención; de ellas, desde que abandonó el colegio para ir a la universidad nada he sabido mientras la historia de la banda de las calaveras es Historia del Rock. Ha llegado el momento de dejarse llevar por la Historia.

A las ocho menos dos minutos ‘Habanera: L’amour est un oiseau rebelle’ de Bizet atronaba a un Balaídos que, no nos equivoquemos, presentaba una entrada discreta, Pretenders tan solo funcionaba como un aperitivo que se antojaba minúsculo en el mastodóntico escenario que la banda angelina había escogido para su visita a Vigo.

A la banda capitaneada por Chrissie Hynde poco se le puede reprochar. Salió a morder y tan solo un par de temas le sirvieron para encandilar al público, que no nos equivoquemos, llegaba al estadio a favor de causa. Más que cuestionable es el sonido que ofreció la banda, mucho más alto de lo necesario, incluso llegando a ser molesto en algún momento del concierto como en ‘Back on the Chain Gang’.

Con el sol amainando (y el sonido aún por las nubes) comenzaban los primeros bailes, sonaba ‘Don’t Get Me Wrong’, los 80s regresaban, como el tabaco a la grada del estadio. ‘I’ll stand by You’, un tema por que el parece que no hayan pasado los años por Hynde que a sus 71 parece tener cuerda para rato y ‘Cuban Slide’ que ponía punto y final a una hora de rock clásico engranado más allá del paso del tiempo.

Diez minutos más tarde de la hora acordada las serpientes inmóviles de la pantalla comenzaban a reptar para dar paso a una animación que terminaba con la histeria colectiva y los estadounidenses sobre las tablas. Como es habitual con ‘It’s So Easy’ comenzaban los contoneos de Axl sobre el escenario, los riffs de Slash, una magia que duró apenas cuatro temas y es que con la llegada de ‘Chinese Democracy’ comenzaban los primero achaques en la voz del omnipresente Axl Rose. Es aquí cuando surge la dualidad de un concierto de Guns’N Roses.

Los californianos coquetean con los sesenta y, no puedo demostrarlo pero no lo dudaré, han coqueteado con una cantidad imponderable de sustancias. Es ahí donde encontramos las ascuas del exceso. El exceso de guitarras (Slash hace gala de una colección de guitarras a la altura de muy pocos músicos), el exceso de minutos, el exceso de lascivos contoneos, gafas de sol y, por supuesto, maratonianos riffs que rozan la extenuación no sé si del músico pero sí de oyente pero ¿sabes lo peor? Que Guns’N Roses no engañan, transportan a la juventud (a algunos a la niñez) a quien ante ellos se coloca. Sí, sin duda están demodé pero nadie espera de ellos una reinvención de sonido, una vuelta de tuerca extra a sus temas, nadie espera nada más allá de presenciar en vivo a esa banda que formó parte de las paredes de su cuarto o de las carpetas del instituto. Sin lugar a ningún tipo de dudas esta es la mejor y mayor anotación de la banda en su haber.

Welcome to the Jungle’, se convierte en un primer gran karaoke y si ahora suena así, imaginar sus mejores tiempos pone la piel de gallina al más. Lo mismo sucede con ‘You Could be Mine’ donde entre carreras y juegos con el micro al bueno de Axl le cuesta llegar como ya había sucedido con anterioridad en ‘Estranged’. De la misma manera justo es reconocer, que incluso al borde de la jubilación ‘Civil War’ sigue sonando inmensa, no hay otro adjetivo para definirla, señoras, señores y demás seres de la galaxia: rock sin ambigüedades.

A sabiendas que la crónica, al igual que el concierto, se está convirtiendo en un exceso creo que son dignos de mención Richard Fortus, a la guitarra, Duff McKagan al bajo, Melissa Reese como dueña de los sintetizadores, Dizzy Reed en el piano y Frank Ferrer a la batería, porque sí, podríamos poner muchos peros pero Guns’N Roses, más allá de sus individuales son una auténtica banda de rock capaz de hacernos olvidar el mundo durante casi tres horas y media (esa fue la duración de un concierto que arrancaba a las 21.42 para dejar hacer valer su última nota a la 1.08) en el que no faltó ninguno de los éxitos que los han acompañado a lo largo de estas casi cuatro décadas sobre los escenarios.

Saben a qué juegan, cómo se juega y en qué categoría, y ellos lo tienen claro: en la del exceso.

Fotografías facilitadas por Livenation

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