enero 15, 2025

El viaje por el Litoral de Rodrigo Cuevas

Reconozco que llegaba al concierto de Rodrigo Cuevas no con prejuicios pero sí un tanto intranquilo y es que tras la aparición del ovetense en el panorama musical estatal todo han sido alabanzas, elogios y aleluyas… algo que nos lleva a generar altas expectativas que, en ocasiones, no llegan a cumplirse convirtiendo lo que sería un buen espectáculo en una decepción.

Es indudable que Cuevas genera gran cantidad de expectativas a su alrededor. A mitad de camino entre el burlesque y el folklore, entre la electrónica y el cuplé, un artista atractivo al ojo del espectador pero ¿hay algo más que una imagen? ¿Existe discurso en la propuesta de Cuevas? Fueron algunas de las preguntas que rondaban mi cabeza mientras me dirigía al Castelo de Soutomaior para zarpar hacia la primera jornada de Sinsal Litoral, una versión reducida del festival que se iniciaba con la presentación de “Trópico de Covadonga”, un lugar idílico creado por el propio artista en el que las viejas tradiciones se dan la mano con la actualidad, o bueno, con la antigua normalidad. Un paralelo cargado de personajes rurales que viven, sienten y caminan por melodías actuales.

Rodrigo Cuevas atrapa por su puesta en escena: avanzando desde el pequeño patio de armas y recorriendo la muralla del castillo Cuevas clamaba al amor y no a la guerra. Depositando claveles rojos, a juego con su kimono, arrancaba el artista asturiano un show con el que conseguiría embelesarnos durante una hora y media. Un espectáculo que va más allá de la música, el cabaret o la performance, una representación transversal con la que Rodrigo Cuevas demuestra así que hay mucho más que imagen. Que cada copla, palabra o gesto guarda en su interior un significado propio, un secreto, un enigma que el asturiano, entre risas y sátira compartirá con nosotros.

Con igual soltura recorremos la costa plagada de cesteiros, el ahora skatepark de Cimadevilla para hablar de transformismo, libertad y justicia poética en épocas oscuras (que parece amenazan con regresar) o nos sumergimos en un “ball” neoyorquino de finales de los 80 al que nos invita el propio Cuevas protegido por Mapi Quintana y Juanjo Díaz. Un trópico que no solo atraviesa Asturias y su folklore sino que consigue que nos atraviese a nosotros, meros espectadores con más de un prejuicio en muchos casos.

Al final, cuando baja el telón el show se antoja corto. Ojo, se antoja pero no lo es, sucede que somos egoístas ante la multitud de estímulos que el “Trópico de Covadonga” nos regala y queremos quedarnos allí, lejos del mundo actual de distanciamiento social, hidrogeles y demás medidas sanitarias (quizás tendríamos que comenzar por desinfectar nuestra sociedad e instituciones). Queremos vivir en ese mundo posiblemente idealizado y romantizado por Cuevas. Ese mundo rural con capital en Vegarrionda y sucursal en cada uno de sus vinilo. Un mundo que se antoja lejano, el pasado, un mundo de coplas, café, libertad y amor en todas y cada una de sus acepciones. Un mundo que tan solo artistas como él son capaces de crear y sobre todo de trasladarnos.

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