por Hay personas que creen en las segundas oportunidades. Otras, en cambio, son más de pensar eso que canta Sabina: «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver». En «Cuzco» supongo que pasan ambas cosas, una mezcla entre la voluntad de querer dar una oportunidad a algo que ya no provoca tu felicidad, que ya no. Esta obra de teatro está sucediendo en el Teatro Fernán Gómez y está bajo la dirección y dramaturgia de Víctor Sánchez Rodríguez.
Ella (Silvia Valero) y él (Bruno Tamarit) piensan que un viaje puede traer un poco de aire renovado y fresco a lo que está prácticamente roto. Por eso, Cuzco es la ciudad elegida donde ambos intentan reconducir su vida en común. La ciudad de la cultura inca, la ciudad con forma de puma como forma de protección terrenal. Un puma que proteja a ambos protagonistas, un puma que salve ese amor.
Sin embargo, nada más lejos que la cruda realidad: lo que está ya roto, aunque juntes los pedazos, no llega a quedar de la misma forma que estaba. Las calles de Cuzco no abrirán nuevos caminos a sus destinos. En el Machu Picchu no encontrarán la bocanada de aire que necesitan en su relación.
Ella y él (no llegan a concretar nombres) se cruzan en su viaje a Cuzco con varias personas que, por separado, les harán ver diferentes perspectivas de la vida, de las suyas propias. Él es afín a una pareja de españoles que también están allí de viaje, pero en unas circunstancias sentimentales totalmente opuestas a la de los protagonistas. Ella se cruzará con un viejo peruano y su hijo, exiliados en Argentina, inmersos en un viaje de redescubrimiento de su propia patria.
Los protagonistas llevan al público a pasar por diferentes estados emocionales. De un extremo a otro, sin equilibrio, vertiginoso e inesperado, como el amor que transmiten sus protagonistas. Todo un éxtasis de emociones es lo que se vive cuando estás sentado en una de las sillas de la sala Jardiel Poncela.
