Encaramos la última sesión del Primavera Sound con una coincidencia respecto al jueves: un Primavera Sound en clave femenina. Nuestro objetivo, dos primeras filas para dos mujeres: Jane Birkin y Lorde. Prueba superada. Premio asegurado. Dos conciertazos.
Lo de Jane Birkin en el Primavera Sound fue delicia pura. Acompañada de la Orquestra Sinfònica del Vallès, y con la misma elegancia, sobriedad y la misma pose de mano en el bolsillo que la de su hija Charlotte Gainsbourg (de tal palo, tal astilla) el día anterior, Jane Birkin se ganó al público nada más salir al escenario y sonreír. Esa sonrisa. Natural, sencilla, sincera, agradecida. Vimos a una Jane Birkin agradecida con el público, del que recogía los halagos y besos y se guardaba en el bolsillo; agradecida con su marido, padre de sus hijos y compositor de sus temas Serge Gainsbourg (sus palabras de recuerdo a él mirando al cielo arrancaron más de una lágrima); agradecida con el director y la orquesta entera, para los que tuvo palabras de reconocimiento y derroche de complicidad; agradecida con el tiempo extra que le regaló la organización, gracias a la cual pudimos disfrutar de los bises.
Jane Birkin brilla con luz propia, demuestra que la arruga es bella, que el «menos es más» del que hablábamos el viernes se puede aplicar a muchos estilos, incluida la chanson française con arreglos de orquesta. Siempre que haya talento y clase, claro está.
Se podría decir que el Fórum donde acaece el Primavera Sound no es el lugar más indicado entre tanto griterío, cervecerío y muchedumbre (de hecho, la explanada de los escenarios SEAT y Mango se los conoce como Mórdor), pero Jane Birkin, con su traje chaqueta negro y camisa blanca, lo transformó en un Palau de la Música multitudinario que amilanó, y esperemos que reclutara también, las almas de los muchos que allí se reunían también para tener un lugar privilegiado para la señora que la seguiría: Lorde.
A Lorde tuvimos ocasión de verla en el Sant Jordi Club unos nueve meses atrás. Nueve meses suficientes para dar a luz un nuevo espectáculo con la misma efectividad que el del Sant Jordi Club a pesar de las dimensiones de este nuevo escenario mastodóntico.
Apareció Lorde en el SEAT del Primavera Sound con un vestido de gasa de esos que hacen vuelo cuando te meneas y que que, cuando los luces, disfrutas por su caída y versatilidad, aunque los pantalones de debajo le causaran algún que otro problema de descoloque que no tuvo ningún reparo en alegrar allí en medio sin ningún pudor. Es que es Lorde. Tan natural y sencilla como Jane Birkin. Un estilo distinto, sin duda, pero auténtico. Inconfundible. Lo que distingue las del montón de las que apuntan – y terminan llegando – alto. Tras un par de temas, Lorde avisó de que en su casa se baila, y así fue. Empezando por ella, en la que notamos una coreografía trabajada y, a diferencia de su show de octubre, cohesionada perfectamente con la de los bailarines que la acompañaban. Lorde ha sabido incorporar, por fin, los elementos coreográficos en su trabajo, abandonando progresivamente sus movimientos a destiempo más «ella» (aunque los recuperara en uno de sus «viejos temas», como denominó a «Royals»). Vamos a ver, alma de cántaro, si ya llamas «old song» a un tema de tu primer disco teniendo solo dos, ¿cómo los vas a llamar cuando tengas seis?
Si alguna pega le tenemos que poner a su show, siendo muy exigentes, es que quizás le sobraban un par de metros de largada de escenario y un poco de conexión con los dos músicos que la acompañaban (las bases pregrabadas estaban a la orden del día), pero la incorporación de vídeos en el fondo, su conexión con el público (bajó y saludó a las primeras filas, incluida aquí la que escribe), y su savoir faire, fruto de la experiencia de años y años de trabajo incansable sin perder la frescura de su juventud (divino tesoro), hicieron que con solo dos álbumes y la crítica positiva tanto del público como de la industria (que a veces apoyan incomprensiblemente a artistas por las que no daríamos ni un duro), no solo se ganara ser cabeza de cartel del Primavera Sound sino que se lo mereciera y pasara a la historia como una de las mejores actuaciones de esta edición.
Solo nos quedamos a las dos primeras canciones de Arctic Monkeys, pero os aseguramos que la percepción del ambiente, a pesar de la ultraaglomeración de público, no era ni la mitad de positivo del que la neozelandesa se ganó. Oh, Lord(e).