Chéjov, ay, Chéjov, cuánto naturalismo hay dentro de tu dramatismo creativo. Cuánta ironía dentro de tu arte. Lo siento, me pongo nostálgica al recordar la obra teatral de Las Tres Hermanas del genio ruso que fuimos a ver el pasado 18 de febrero, casi en los últimos días de su interpretación en el Teatro Fernán Gómez.
Las Tres Hermanas es una de las obras capitales de la dramaturgia universal, basada en la decadencia de la clase social privilegiada de la Rusia del siglo XX. Ambientada e interpretada en un inmenso salón, donde podemos ver un sillón, varias sillas, un piano de cola y siete relojes de pared. Sí, siete, para que el fatídico paso del tiempo se haga más latente. En esta casa vive la familia Prózorov, compuesta por las tres hermanas protagonistas (Olga, Masha e Irina) y su hermano, Andrei, aunque éste último no aparece en ninguna escena.
En este sentido cabe destacar la peculiar adaptación que José Sanchís (autor) y Raimon Molins (director) han realizado, reduciendo y acotando el número de personajes, es decir, dejando en escena únicamente a las tres hermanas, para que los mecanismos perceptivos de los espectadores queden modificados.
Es por ello que los personajes principales se reducen a estas tres hermanas:
- Ólia (interpretada por Marta Domingo): la mayor de las tres con 28 años de edad. Rígida y conservadora, representando la figura patriarcal de la familia.
- Masha (interpretada por Mireia Trias): la mediana, con 25 años, es una persona valiente y se encuentra desengañada de su matrimonio por lo que muestra síntomas de querer liberarse.
- Irina (interpretada por Patricia Mendoza): la hermana pequeña de 20 años. Joven y radiante de ilusiones, soñadora con viajar a Moscú y empezar de nuevo.
Entre ambas representan trayendo al escenario el final de la época rusa que se estaba viviendo entre finales del siglo XIX y principios del siguiente, donde las clases privilegiadas se vieron abrumadas por la situación mundial y social que estaba teniendo lugar.
El resto de personajes que Sanchís deja fuera de esta escenografía (Tusenbach, Chebutikin, Vershinin, entre otros) no quedan apartados del todo en la obra, ya que las tres hermanas juegan con las idas y venidas en el tiempo. En este sentido, el recuerdo, la imaginación y la vivencia de las hermanas cobra fuerza entre estos personajes ausentes.
La ausencia de éstos otros personajes dan a la obra la rapidez justa para no perder la intensidad dramática que caracteriza esta adaptación. Masha se encuentra entre Ólia e Irina, poniendo ese punto de equilibrio que a veces parece perderse entre la parte más conservadora de Ólia y la parte más soñadora de Irina.
Gracias a la Compañía Atrium y a su trabajo de romper con el «método clásido» de producción, el efecto involucrador que tiene Chéjov sobre sus obras es superior. Si ya con Vania nos pasó algo similar, esta obra de Las Tres Hermanas ha venido a confirmar lo que ya sabíamos.