Hace unos años desafinar estaba de moda. Sí, sí, no pongas esa cara: desafinar estaba de moda hasta tal punto que artistas consagrados comenzaron a inundar sus canciones de pequeños gallos o gorgoritos que los convertían en «indies» y les ayudaban a «alejarse del mainstream», tanto se alejaron que muchos de ellos han regresado corriendo. Muchos han visto en Las Bistecs un caso de repetición, de vuelta a aquellos tiempos.
Creo que como espectador uno no asiste a un concierto de Las Bistecs, uno asiste al show de Las Bistecs. Porque tenemos claro que este dúo barcelonés va más allá de la música, es más, la música queda relegada a un segundo (o incluso tercer plano). Sus conciertos son discursos artísticos tanto en forma como en fondo: sus referencias a otras artes, su puesta en escena o la sátira de sus letras llevan a Las Bistecs a crear su propio universo. Un universo que responde a un término propio: electro-disgusting.
Como comprenderéis lo que trato de decir es que la calidad musical de Las Bistecs no es su punto fuerte pero de la misma manera creo que quienes llenaban Radar Estudios el pasado viernes no lo hacían por cómo lo hacen Las Bistecs sobre el escenario, sino por lo que hacen.
A mitad de camino entre la burla y la crítica social Las Bistecs pusieron patas arriba Radar Estudios. El dúo abría el concierto con ‘Ano‘, así comenzaba su recorrido por «Oferta«, álbum debut del grupo que escucharíamos al completo durante la hora de duración del show.
La sala coreó cada uno de sus temas: desde ‘Problemas‘, que sonaría de nuevo en el bis, hasta sus archiconocidas ‘Señoras Bien‘ o ‘HDA‘ que sonó en diferentes tempos para locura de los allí reunidos. Entre ingeniosos monólogos y diálogos cargados de mala leche hacían felices a un público que lo tenía muy claro: era una noche para divertirse, saltar y bailar ¡e incluso mojarse con sidra mientras suena ‘Galicia‘ convirtiendo la situación en uno de los momentos más surrealistas de la noche.
Esta claro que Las Bistecs no dejan indiferente a nadie: o las amas o las odias, y no hay ninguna duda: aquí, en Galicia, se las ama mucho.