Un título algo rimbombante quizás, para acompañar un texto menos poético de lo esperado. Cualquier combinación análoga habría tenido igual sentido para describir un concepto simple: Night Beats es como escuchar rock rítmico y endulzado, para mover las caderas y beber coca-cola, y a su vez, puedes desquiciarte con sus breves aunque intensos ataques puntuales de psicodelia violenta y añadir una doble ración de ron a ese refresco.
Pero antes de que el trío de Seattle se desfogase frente a varias decenas de asistentes en la sala RockSound de Barcelona, tuvimos como teloneros a Thee MVPs, que ya su artículo y nombre nos evoca a los siempre presentes en cuanto garaje y distorsión, Thee Oh Sees.
El cuarteto llega desde Londres y su concierto fue tan confuso como histérico y divertido. Comenzaron rezumando melodías pop con un instrumental surfero y eléctrico de fondo, aunque fueron aumentando en cuanto a energía y descontrol hasta que algunos de sus temas parecían una alocada epopeya punk disfrazada de distorsiones. Hacia el final su sonido se acercaba más a King Tuff o Ty Segall. Una vez embalados, los cuatro jóvenes ya perdían el freno, y allí fue cuando realmente su sonido superó la timidez inicial y la banda se vio cómoda y desenvuelta. Nos regalaron (y yo como siempre agradecido) algunos momentos instrumentales potentes y una demostración de buen gusto, incluso un guiño a nuestra música patria entre uno de los artistas: el batería, con una camiseta de la banda madrileña The Parrots.
Tras ellos llega un breve descanso, para refrescar nuestras gargantas, limpiar el sudor, escupir las flemas y todo lo que haga falta para re-estabilizarse y dar lugar al paso 2. Llegan los tres bajo una burbuja de humo azul, cigarrito en mano y una gruesa botella con un vertido marrón difícil de identificar. Los Night Beats comenzaron potente con uno de sus temas del nuevo disco «Who Sold My Generation» (2016) llamado ‘Power Child’, muy de la vieja escuela de psicodelia y distorsión, cercanos al sonido de The Velvet Underground. Siguió la intensa ‘No Cops’, potente, fuerte y destructiva. Los chicos malos pedían más volumen, tocaban cada vez más rápido y pesadamente, bailando en la oscuridad bajo focos verdes y azules, nos movíamos y saltábamos todos al mismo ritmo, empapados en sudor y cada minuto un poco más apretados. La sala era ya un hervidero de nostalgia por los años sesenta y una hipnosis desde la oscuridad que reside en su música, atrapándonos y encerrándonos en un caos sinfónico sinfín.
Siguieron sin prisa ni pausa, con temas como ‘Right/Wrong’, ‘Bad Love’ y la insuperable ‘Outta Mind’, la vibrante y más colorista canción, llena de riffs surferos y notas suspendidas que nos introducen a su imaginario psicodélico. De su mismo segundo disco, «Sonic Bloom» (2013) nos sorprendieron con otro tema agresivo y veloz, ‘Rat King’, con los tres miembros ya dando vueltas por el escenario sin poder estar quietos. Finalizaron, pero esto no había terminado, pues llegaron dos bises gracias a un invencible mar de aplausos, gritos y silbidos. El alcohol y el goce se escapaban por el cuerpo de todos los presentes a través de miles de gotas de sudor.
Se despidieron con la mística ‘Egypt Berry’, un canto a Osiris, el desierto árido y la magia oculta, tan encantadora como visual, la música en ese momento ya era palpable en el ambiente. Bajaron del escenario y cruzaron a través del público, moviendo el sombrero para decir adiós y hasta la próxima, dejando un halo de vida y armonía tras ellos.