«Las personas creen que soy un intelectual porque llevo gafas y creen que soy un artista porque mis películas tienen pérdidas.» (Woody Allen)
Con Woody Allen pasa un poco como con el traje nuevo del emperador: cubierto de un aura de autoridad cinematográfica, el director no tiene más que sentarse en su trono con la minga al aire para que todos empecemos a alabar su flamante nueva vestimenta, pues por supuesto nadie de entre la multitud se atreve a señalar su desnudez en un tono que pueda parecer más inapropiado de la cuenta para los demás. Sin embargo, que la carrera del director ha visto tiempos mucho mejores no debe de ser ningún secreto ya para nadie. De hecho, él mismo se tachaba en 2005 de director “mediocre”, afirmando que, a lo largo de su carrera, solo había dirigido tres películas que merecieran realmente la pena, a saber: ‘La Rosa Púrpura del Cairo’, ‘Hannah y Sus Hermanas’ y ‘Match Point’.
Mientras que esta afirmación puede resultar algo más dramática de la cuenta, sí que se puede decir que el que un día realizó maravillas como ‘Manhattan’ no ha destacado precisamente por ser selectivo en lo que merecía y lo que no merecía la pena hacer. Gracias al ritmo insano de película por año que el autor de Brooklyn ha seguido casi sin excepción desde su debut en 1971, Allen cuenta a día de hoy con un total de 46 títulos en su historial (casi el doble de películas que Billy Wilder), una cifra ingente que hace cuestionarse hasta qué punto tal abundancia es necesaria o incluso beneficiosa para su carrera, pues este fordismo cinematográfico no sólo hace que sus películas sean mediocres, cutres y a medio cocinar, sino que también lleva a una repetición machacante de los mismos temas manidos de siempre, fruto sin duda del escaso tiempo de reflexión y creación que el autor se concede entre una producción y otra. Filmes como ‘Irrational Man’ (2015) son la prueba de ello: adulterio, existencialismo descafeinado y asesinato… que levante la mano a quien no le suene.
Esto, sin embargo, no parece hacer mella en los críticos de cine, que pueden llegar a afirmar barbaridades como que (y cito textualmente) ’Irrational Man’ “es de una seriedad abrumadora” y “rigurosamente intelectual”, o que en ‘Blue Jasmine’ “los personajes están empapados de profundidad” … Cuando leo cosas como estas, no puedo evitar hacerme la misma pregunta una y otra vez: ¿Qué es lo que hace falta para que se acepte por fin que Woody Allen no hace ya buenas películas? ¡Si es que lo dijo hasta él!
La respuesta es incierta, pero después de que se haya estrenado ‘Café Society’ podemos afirmar con seguridad que una decepción más no será suficiente al parecer. Después de ver la última película del director, solamente tengo una cosa que decir con todo el dolor de mi corazón: ‘Café Society’ no es (y cito de nuevo) “una demostración de trascendencia a partir de la sencillez”. ‘Café Society’ es ‘Bridget Jones’ con jazz de Nueva Orleans y un filtro sepia, y quien no quiera verlo es porque está cegado por un barroquismo escénico que en el fondo no hace más que ocultar una de las tramas más simples de la historia del director, en la que éste ni siquiera se toma la molestia ya de añadir al menos un atisbo del toque intelectual que siempre le ha caracterizado.
Aunque lo cierto es que la película tiene potencial y ciertos momentos de lucidez, esto queda empañado por una atmósfera que no deja de parecerme artificial y mecánica, como si, a pesar de la genial ambientación, nadie se creyera realmente lo que está sucediendo, ya no solo el espectador, sino tampoco los actores ni incluso el propio director. Todo se desarrolla por mero protocolo: cada escena y cada conversación parecen intentar convencernos de que estamos viendo algo bueno y profundo, simplemente porque lo ha hecho Woody Allen.
Lo peor de todo este tema es que, el año que viene, Woody Allen volverá a sacar una película precocinada, los críticos la volverán a ver con una sonrisa complaciente, Cannes volverá invitarlo para que haga pasar una comedia romántica de toda la vida por “la pequeña obra maestra de un octogenario” y directores con un cuarto de su experiencia se verán negros para financiar sus películas que, por supuesto, la crítica crucificará con gusto.
Estoy de acuerdo con que al director se le reconozcan sus méritos, que son muchos. Pero también creo sinceramente que se debería ser más punitivo con él. Y esto se debe no a que haga películas mediocres, algo que le puede pasar a cualquiera; sino a que, incluso después de haber reconocido él mismo su bajo nivel creativo, el neoyorquino se empeñe en anteponer la cantidad a la calidad, cuando seguramente si se diera más tiempo podría llegar a hacer algo mínimamente interesante. Woody Allen está desnudo porque él quiere, y cuanto más le sigan la corriente los demás, más autocomplaciente se hará su trabajo (si cabe).
“Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo no gozo de buena salud.” (Woody Allen)