La luz de la luna en una noche de verano invita sin duda a escuchar melodías envolventes, hipnóticas y melosas como las del sueco de raíces argentinas. El sonido evocador a la vez que trascendental de la guitarra de José González logró que, durante hora y cuarto, el público de Pedralbes permaneciera silencioso salvo cuando las melodías más animosas aparecieron hacia la mitad del concierto, cuando tanta «trascendentalidad» requería un descanso a gritos convertidos, en esta ocasión en aplausos y suspiros sonoros.
Un cantautor folk podría perfectamente ejecutar un recital solo, aunque ello requeriría un esfuerzo considerable para mantener la atención del público y el clima de ensueño de principio a fin. Así pues, José González permanecería solo durante únicamente el primer tema con el que arrancó el concierto, ‘Crosses‘, de su primer disco, «Veneer» (2003), para seguidamente acompañarse de cinco músicos que contribuirían a formar un ambiente más envolvente aún, si cabe, a la vez que ligeramente menos metafísico. El atuendo de José González, con camisa roja, en contraste con los tonos sombríos del resto de sus acompañantes, dejaba no obstante claro que el dueño y señor de las composiciones que allí se desarrollaron es el cantautor.
Aunque las composiciones más sosegadas fueron bien recibidas en silencio, degustándolos como se disfruta la sobremesa de una comida con amigos en una terraza a la sombra de árboles frondosos, el público agradeció abiertamente los temas de intensidad medio-elevada como ‘Leaf Off / The Cave‘.
Además de repasar los temas más destacables de su repertorio, y acompañarlos de algunas palabras ocasionales de agradecimiento, pues poca contextualización hubo de sus temas, José González se arrancó por sus personales versiones de populares canciones electropop y trip hop tales como ‘Hand on your heart‘ (Kylie Minogue), ‘Teardrop‘ (Massive Attack) y ‘Heartbeat’ (The Knife) que, tras pasar por su filtro, adoptaron un significado totalmente nuevo. El mismo del José González que, acompañado de unos timbales con cuerpo sin llegar a tomar demasiado protagonismo, una caja china deliciosa, unas maracas sutiles, un xilófono de lo más tierno, una guitarra de apoyo y unos dulces coros logró hacer de la noche del martes el sueño que cualquiera querría tener en una noche de verano. En su dosis justa e
intensa.