enero 23, 2025

Meatbodies y Go!zilla, vibrante y enérgico aperitivo para el GetMAD!

Queda tan solo un mes para que GetMAD! Festival despegue con su primera edición, presentando un cartel repleto de bandas y decenas de talentos, además de ofertas culturales de todo tipo, así como exposiciones, actividades gastronómicas, cinematográficas, artísticas… Pero hasta entonces, este sólido festival ha decidido organizar eventos y conciertos para ir promocionando su carismática marca y sello personal, como el del pasado viernes 22 de abril en la sala Wurlitzer Ballroom de Madrid.

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Foto: Iñigo de Amescua

Si el 9 de abril la primera cita fue con Holy Wave acompañados de Solo Astra, esta vez no se han desencaminado demasiado y han repetido una semejante pero a mi parecer, mejorada fórmula, con lo mejor del garage rock plagado de tintes psicodélicos: Meatbodies como impresionante grupo principal, pero acompañados de unos sobresalientes Go!zilla, los encargados de encender las primeras ascuas de lo que terminó siendo un tremendo y destructivo incendio de pasión y descontrol.

Poco sabía yo de este grupito italiano, recordándoles vagamente por una o dos canciones perdidas en alguna que otra de mis listas superfluas de Spotify, esa noche descubrí al verdadero azote de Japón. Los Go!zilla no se asemejan a un dinosaurio mutante de 100 metros, pero sí tienen fuerza suficiente como parar una bomba atómica.

Salidos de Florencia, su estilo navega entre el garage rock más distorsionado, el fuzz y la psicodelia con violentos riffs de guitarra que rozan la violencia del punk. Así pues, la banda se presentó en el escenario como una especie de grupo experimental mezclando percusiones étnicas y tribales con punteos de guitarra hipnóticos, consiguiendo en cuestión de pocos segundos un perfecto ambiente oscuro y atmosférico junto a un público cada vez más atento.

Su tema ‘Xilitla’ funcionó perfectamente como toque de atención y después de esta salvaje presentación, empezaron a sonar multitud de temas pegadizos y bailongos procedentes de su último «Sinking in Your Sea» (2015), un disco que, no sabes muy bien cómo, te desplaza de un estado de ánimo al otro como una pelota de ping-pong según la canción que toque. De la misma forma, el concierto fue subiendo y bajando según el ritmo y energía del tema interpretado, pero siempre con esos instantes análogos entre el caos y la paz, constantemente diferenciados.

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Foto: Iñigo de Amescua

Rápidamente, pasaba de la misma histeria colectiva junto al resto del público hasta el individualismo más absoluto, con largos instantes de introspección y concentración musical para acabar visualizando dulces y lúcidas alucinaciones al ritmo de la percusión y los sintetizadores.

Sonaron temas que agradecí reconocer, como el fascinante estribillo de ‘Looking In The Mirror’, la distorsión apabullante de la destructiva ‘I Hate All The Time’ y la divertida ‘Pollution’. Un concierto que duró poco más de 40 minutos y con el que noté fuertes conexiones a los ritmos de The Ohh Sees, la experimentación de The Brian Jonestown Massacre, todo mezclado con los siempre inspirativos versos de The Kinks.

Salí a echar un respiro cuando terminó el bolo y a reflexionar sobre como iba a sobrevivir a otro chute de locura como ese. Me convencí de que el proyecto de Chad Ubovich era un tema más personal e íntimo, que iba a sonar más light y que, con toda probabilidad, no me gustaría tanto como lo habían hecho Go!zilla. Pasé con un poco de impaciencia por ver qué me esperaba y todavía con las rodillas doliéndome, para colocarme discretamente en la parte de atrás de la sala. No sé como pasó, pero a los 5 minutos no llevaba jersey ni chaqueta y me estaba empapando con el sudor de alguien ajeno, disfrutando del potente tema ‘Mountain’ y ya nada me importaba.

Vibrantes hostias de guitarra, la percusión rebotaba por todas las paredes y el rock and roll se extendía a cada canción más furiosamente.  Tanto sus integrantes como el público,  ninguno podía reprimir la contagiosa onda de garage rock, a cada canción más loca y potente que la anterior. Y es que su disco homónimo de 2014 «Meatbodies» sonaba extraño, quizás por las pinceladas de Ty Segall, parecía que el proyecto era una extensión más suave de Fuzz con un aspecto más casero, pero plagado de experimentación y sonidos cósmicos por doquier.

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Foto: Iñigo de Amescua

Pero hasta que uno no vive ese extraño cocido en directo, no puede darse un veredicto de lo que son en realidad Meatbodies: una hostia guarra y ruidosa de puro rock, con coros cálidos y divertidos que animan el cotarro como los de su tema ‘Wahoo’; pero también plagado de una furia que activa los instintos más bestias de aquellos que están ahí viviendo y sintiendo su brutal grito de guerra. Además, tuvieron momentos magistrales de pura conexión entre los músicos, con muy largos temas instrumentales que me dejaron flotando durante minutos, improvisaciones sobre la marcha debido a ciertos problemas técnicos de la sala (saltaron los plomos dos veces… ¿demasiada electricidad consumida?) y que en general, transformaron la Wurlitzer de Madrid en una insana fiesta de saltos, crowd surfing, coros infinitos, sudor, gritos, risas e incluso sangre.

Las fuerzas me duraron lo justo como para acabar empujándome con todo quisqui en el epicentro de la violencia y bailar sacudiendo la cabeza una media hora más. Los Meatbodies se despidieron de Madrid después de una larga ovación demostrándonos que la música de garaje todavía no ha muerto, que la experimentación y los sonidos psicodélicos siguen conquistando a aquel que decida escucharlos con la mente abierta y que el underground tiene su hueco en Madrid, gracias a GetMAD! Festival y los de siempre, Holy Cuervo.

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