Todo lo bueno acaba, se acabó lo que se daba, donde no hay mata no hay patata… Podría pasarme todo el post así, pero como aún hay mandanga por narrar, vamos a ello.
Como ya sabéis (si habéis leído las anteriores entregas, claro) Elora estuvimos el mes pasado de gira por EEUU y en Hipsterian me han dejado un huequecico para que os lo contara. Aprovecho este último capítulo para hacer un poco de promo, que tampoco está mal ya, para decir que podéis escuchar nuestro nuevo disco, «Tú«, aquí mismico. También en Spotify si os da por buscarlo.
Nos habíamos quedado en Nashville, la gira ya estaba en su recta final y nosotros estabamos algo así como tristones, pero esa noche las gentes del lugar nos levantaron mucho el ánimo. Nos tocó parar en Bowling Green, en el estado de Kentucky. El concierto era en una casa en la que vivían miembros de tres bandas diferentes. Como Bowling Green es una ciudad universitaria, lo que hacían muchos jóvenes era montar salas de conciertos en sus propias casas. Los vecinos, en vez de quejarse, se iban a los conciertos de gratis. Allí la gente no pagaba por entrar, sino que depositaban su dinero en una jarra de cerveza que había junto al grupo si el concierto te había gustado.
Desconozco cuánta pasta había en esa jarra (estaba hasta arriba, pero lo mismo todos los billetes eran de dólar), pero estoy seguro de que la gente se lo pasó pipa. Como nosotros. Mucha gente se nos pegaba y gritaba mientras agitaba la cabeza como si estuvieran viendo a su grupo favorito. Supongo que habían bebido demasiado. Nosotros también. La cosa es que Marco se vino arriba y se tiró a la gente en el último tema y el final lo tocó un chaval que le quitó la guitarra en plena confusión.
Justo después de nosotros tocaba la banda anfitriona, que se marcó toda la banda sonora de Rocky Horror Picture Show. Por supuesto, iban customizados para la ocasión. Fue una pasada y lo hicieron de lujazo. Yo dejé la GoPro por allí para grabarlo entero, porque quería dedicarme a pillarme un buen pedal. Todo el mundo llegaba a esa casa con una caja grande de cerveza. Nosotros hicimos lo propio y metimos Coronas, que volaron cual pajaricos, así que me dediqué a recuperar mi inversión robándole cervezas a otros. En pleno caos apareció un tío con pinta de profesor Bacterio. Iba vestido de traje y llevaba con él un maletín muy raro. Empezó a sacar botellas y vasos raros de él y el tío se marcó unos jagerbombs que iba regalando a todo el mundo. No sé cómo regalando sus bebidas a todo el mundo fue él el que acabó más borracho que nadie y con la camisa abierta cual Camarón Hipster de Kentucky. El anfitrión travelo nos contó que hace unos meses habían tocado allí Thee Oh Sees. Canela. No me quiero imaginar cómo se pondrían con ellos, si en el nuestro ya estaban al borde del colapso.
Debía hacer mención especial al sitio en el que tocamos, que era un salón amplio conectado a una pequeña habitación en la que se habían montado un mini estudio de grabación con el que grababan a otras bandas y los conciertos en directo también. En el salón, al fondo, tenían un par de máquinas recreativas muy molongas. Una de Pac Man y otra del Beat em Up de X-Men.
Al día siguiente, con toda la resaca del mundo, nos pusimos en marcha para ir a Louisville, que realmente se pronuncia de cinco formas diferentes. Descubrimos que era la ciudad natal de gente como Hunter S. Thompsom, conocido como el padre del periodismo gonzo, el gran Mohamed Ali o My Morning Jacket. Esa noche actuábamos en el Third Street Dive. Un sitio acogedor en el que sonaban los Stary Cats a todo trapo nada más llegar. Nos tuvimos que comer un micro abierto antes de actuar que no tenía desperdicio, tanto que decidimos dar una vuelta por la ciudad con la banda que actuaba con nosotros esa noche. Era una de las bandas que actuó con nosotros la noche anterior en Bowling Green, Heron & Crane. Un trío muy muy recomendable.
El concierto estuvo muy bien, pero la resaca no es buena amiga de la música a tope, aún así debimos hacerlo bien, porque un tío nos echó un puñado de dólares mientras estábamos actuando. Más tarde nos enteramos de que era el dueño del bar. Se ve que utiliza ese sutil gesto para mostrarle su apoyo a las bandas que le gustan. Nosotros no teníamos queja, vamos. Dave esta noche estaba felizote porque los Royals estaban imparables. Parecía que el campeonato se lo iban a llevar después de 30 años en dique seco.
Al día siguiente nos despertamos en otro Motel 6. En esta ocasión habían desaparecido los Daves y nos sentimos algo tirados en la cuneta, pero resulta que se habían ido a desayunar por ahí al ver que no dábamos señales de vida. Nosotros nos metimos, no sin antes jugarnos la vida para cruzar la carretera, a un Wendy’s. Ese día tocaba probar el Baconator. Una especie de hamburguesa de aspecto poco imponente, pero que te dejaba lleno como si te hubieras comido a un caballo con pezuñas incluidas. Nos sorprendió la megafonía del sitio cuando avisaba a un cliente de que la ducha estaba disponible para él. El restaurante compartía techo con un área de servicio que ofrecía duchas a los camioneros. Sentí curiosidad por cómo tendría que ser ducharse con unos cuantos camioneros americanos con sobrepeso. Mi yo heterosexual se impuso y me fui al hotel de nuevo.
Pusimos rumbo a Lexington, sin movernos de Kentucky. Cuando estábamos llegando dije: «Espero que no toquemos en otro puto bar rollo irlandés como ese de ahí.» Ahí fue donde aparcamos. ¡Bingo! No es que tenga nada contra ese tipo de bares, pero es que en Estados Unidos abusan un poco de esa decoración y normalmente la gente que hay dentro suele ser algo deprimente. Me alegro de haberme equivocado con el Best Friend Bar. Era un bar con ese aspecto por fuera, pero por dento tenía un rollazo impresionante. Muy punky todo, con un pedrusco delante del bombo de la batería, para que no se moviera en pleno concierto. Había mucha juventud por ahí de cerveceo. El dueño era clavado a Jimmy Fallon, pero con el pelo larguísimo y barba. Parecía que se iba a quitar la peluca y la barba de un momento a otro para darnos la sorpresa, pero nunca pasó. Eso sí, el tío tenía un gustazo musical que se parecía al mío en un 97%. Me puso todas las canciones que llevo en el móvil. Al final de la noche fui a darle la enhorabuena por cómo sonaba la sala y por su gusto musical y me dijo que dos años atrás había metido en su bar a Ty Segall y que la gente decía «está bien pero jamás llegará a nada«. ¡Miradlo ahora, cabrones! En ese momento me di cuenta de por qué se llamaba Best Friend Bar. El universo había puesto al mando de un bar de Kentucky a un doble de Jimmy Fallon para que fuera mi mejor amigo de toda la vida. El problema es que no recuerdo su nombre para agregarlo al Facebook. Puta vida.
A todo esto, el bolo fue muy muy bien. Justo antes de nosotros tocó una banda de tíos que iban con polos de marcas caras con unas pintas de hacer pop sosainas que tiraba para atrás. De hecho, el guitarra tocó un poco de Sultans of Swing mientras ajustaba su volumen. El concierto duró 13 minutos. Tocaron 11 canciones. ¡Fue el grupo más punkarra que había visto en mi vida! Nos pilló totalmente desprevenidos. Se ve que a Marco le entró la vena punky cuando les vio y acabó el concierto embistiéndome con su guitarra. Yo lo pegué con la batería. Le di algún mamporrazo que otro.
Al acabar el concierto nos hicimos una foto con unos de esos carteles luminosos de open que había en la fachada. Un hombre que iba por la calle se nos acercó. Pensábamos que era para ofrecernos hacer la foto, pero solo nos dijo maricones y se fue con las mismas.
Tan solo nos quedaba una fecha más antes de irnos a Nueva York y cerrar la gira. Cerramos el círculo pasando por Ohio. Concretamente en Kent. Era nuestro último bolo en eléctrico y echamos el resto. El Stone Street Tabern era un bar con mucha obra de arte colgada de la pared, con un apartado de tienda de discos. Estaba bastante molongo todo, menos la tentación de ver discos raros a precios apetecibles. Dani se puso la botas. Estaba allí como un crío.
Como era la víspera de Halloween, la gente ya iba con sus pintas raras. El tipo que organizó el bolo era algo peculiar. Iba con un jersey de cuello y unos pelos de excéntrico. Era una mezcla entre Philip Seymour Hoffman y el personaje de Tristeza en la película de Píxar, «Del Revés». Cuando se subía al escenario se convertió en un guitarrista de heavy de lo más raro. El cantante de su banda era para mear y no echar gota. Un negraco de 2 por 2 que se había puesto una capa de Drácula. El tío no cantó en ningún momento. Se dedicaba a recitar con una voz profunda sobre una maraña de bajo y guitarra de los más heavy experimental.
Nos tuvimos que ir muy pronto, porque al día siguiente teníamos que madrugar, y no poco, para llegar a Nueva York, que estaba como a unas 8 horas de allí. Nos pusimos pelis, música en los móviles y, además, rematamos con un juego de decir 10 bandas con la letra que nos diera el acompañante que teníamos a la izquierda. Cualquier cosa valía para tener despierto a nuestro Dave. Al entrar a Nueva York lo hicimos callejeando un poco por Nueva Jersey y me sentí como el puto Tony Soprano. Solo que yo llevaba una mochila de 20 kg chafándome la cabeza y un dvd clavado en los riñones, así que tampoco me sentí muy fucker.
Por fin llegamos al Hi Fi Bar y nos pusimos a buscar algo de picar antes del concierto. Un 80% de la gente iba disfrazada. Allí se tomaban muy en serio el rollo Halloween, sobre todo en los establecimientos que te pedían que te quitaras cualquier tipo de careta que impidiera identificarte para pedir allí, ya que seguramente los antecedentes de atracos en Halloween eran muy típicos. Yo intenté no mezclarme mucho con el gentío. No quería acabar la gira con un segundo ombligo.
Richard Lloyd hizo su aparición por allí y nosotros estuvimos con la boca abierta un rato hasta que nos preguntó que cómo estábamos. Tragamos saliva y contestamos como pudimos. Era un tío muy campechano y enseguida se sintió interesado por la afinación rara que llevaba Marco en su guitarra. Estuvimos un rato de charleta mientras que hacíamos una mini prueba de sonido y yo terminé preguntándole por las clases de guitarra que le dio a Jeff Tweedy. Me dijo que aún a día de hoy le da clases por Skype. Dice que tienen mucho contacto y que comentan, a menudo, sobre cómo rematar alguna parte instrumental de los temas. Ahí estaba el tío hablándome de cómo daba y recibía consejos al líder de Wilco y yo haciéndome caquica encima de la ilusión.
El concierto fue en el reservado del bar. Con un ambiente muy íntimo. Los asistentes nos ayudaron con algunas percusiones y tarareos que hacían que los temas andaran mejor en formato acústico. El propio Lloyd se arrancó con unos coros en alguna canción.
El momento más duro de la gira se produo justo al acabar el concierto. Nuestros Daves tenían que volverse para Virginia esa misma noche. Lo peor fue enterarme en ese mismo momento. Cosas de la devolución de la furgoneta y mierdas varias. La cosa es que solté una pequeña lágrima por cada palmada que me daban en la espalda. Y no me dieron pocas. Me dejaron el lomo tierno a golpes. La cosa se acababa ya, nenes. Me fui a casa cabizbajo y me comí unos Froot Loops antes de dormir. Menos mal que ellos aún estaban ahí para mí.
Hasta aquí toda la gira, pero aún nos quedaban un par de días por la ciudad para monear. Dani se metió entre pecho y espalda unas cuantas tiendas de discos y de juguetes (regalos familiares). Marco se fue a la peña del Nápoles a ver el partido a las nueve de la mañana. Como era lógico sólo aparecieron 3 personas. El presidente de la peña, también dueño del restaurante italiano en el que se ven los partidos del Nápoles, Marco y el hermano mayor de Higuaín, que según Marco era un personaje de cuidado. Se pasaron el día juntos por ahí, hasta que Marco le pudo dar esquinazo para no ver el partido del hermano menor, que jugaba ese día también con el Columbus.
Yo me dediqué a vagar por Brooklyn. Ese día me pegué una buena paliza, andando 18 km desde donde dormíamos hasta Coney Island. Me vi todos los barrios de Brooklyn. De todos los colores, olores y sabores. Rusos, indios, pakistaníes, judíos ortodoxos, latinos, más rusos y chinos. Al final me entró miedico y me cogí el metro de vuelta. Decidí documentarlo con la gopro y todo fue bien hasta la misma calle en la que teníamos el apartamento, en la que un tipo se me abalanzó. Yo, como iba grabando, decidí pasar de él y seguí andando como si nada. Cosicas raras que le pasan a uno por ir con algo que despide luces en una zona chunga de Brooklyn.
El último día lo dediqué a ver cosas típicas y no tan típicas como la Estatua de la Libertad o el apartamento de Seinfeld, el bar en el que siempre comía o una tienda de equipamiento para superhéroes. También visité el edificio Dakota y el homenaje a John Lennon en Central Park, pero no me puse la audioguía de Yoko Ono. Eso hubiera sido demasiado para el body.
Hasta aquí todo, queridos míos. El resto fue lo típico. Dejarnos toquetear por el personal de seguridad del aeropuerto de Newark, botellas de agua a 4 dólares, facturar la guitarra de Marco completamente gratis porque el personal de la aerolínea se tragó que en la funda de guitarra realmente iba un traje de Giorgio Armani. Lo típico, vamos.
Al volver a casa tardé una semana en volver a ser persona. Menos mal que me traje un pequeño alijo de Froot Loops para sentirme cada mañana como un gordo de allí.