Hicimos un más que merecido break en Virginia. Eso me salvó de pillar un catarrazo de los buenos. Eso y la bendita Couldina C. Pienso comprar acciones suyas cuando tenga pasta. La cosa es que estábamos ya en Norfolk. No es que no fuera la zona más bonita en la que hubieramos estado jamás, es que no lo era ni de lejos. Allí la gente no tiene aceras. Todo se hace con coche. Solo así se explican los tremendos culazos que se gastas algunos/as. Marco, que después de haberse comido 16 hamburguesas más grandes que su cabeza, quería ir de sano y de guay y le preguntó a Dave por hacer footing en su barrio. Hacerlo se puede hacer, pero en realidad tendría que ir pisando el césped de muchos vecinos, entre los cuales, por pura probabilidad, alguno podría pegarle un tiro por pisar su propiedad sin permiso. Estaría completamente en su derecho. Aún así lo hizo, pero me juego el cuello a que iba por la calle esquivando rancheras.
En Norfolk no sólo me salvé de caer malo, sino que cumplí dos de mis grandes sueños. Los dos el mismo día. Los dos Daves nos llevaron a ver tiendas de guitarras para ponernos los dientes largos. No le encuentro ninguna otra razón. La primera en visitar fue la Boulevard Guitars, una tienda de instrumentos de segunda mano regentada por un tipo muy particular al que todo le parecía una «piece of shit«. Bueno, casi todo. Para él, Jimmy Page es Dios en la tierra. Cualquiera que diga lo contrario es una «piece of shit«.
De esa tienda fuimos a desayunar/comer a un sitio que no conocía, pero que los Daves sabían que me iba a encantar ¿por qué? Desde que supe que iba a ir a Estados Unidos, mi vena gorda se activó y revisioné todos los capítulos de Crónicas Carnivoras en busca de la cosa más guarra y rica que pudiera existir. Topé con una que a lo mejor no era la más guarra ni la más rica, pero sí que formó parte de mis sueños húmedos desde entonces: el gofre con pollo. Cuando me senté en ese sitio y vi la foto en la carta, casi me da algo. Por fin iba a cumplir el sueño de desayunar algo que mi madre jamás aprobaría. Dios bendiga a América. Gracias a Elora por hacerlo posible.
Continuamos de tiendas y casi me sale una úlcera de mirar guitarras a precios más que interesantes. Estuve pensando en atracar un banco, cosa no muy difícil, ya que había una tienda de armas justo al lado. La vuelta de reconocimiento siguió hasta que me puse pesado para poder cumplir mi segundo sueño del día. A través de las redes sociales vi como mucha gente posteaba que se había puesto a la venta cierto artículo del universo Star Wars que quería tener a toda costa. Miré por curiosidad si era factible hacerme con uno de ellos y resulta que había uno al lado de donde estábamos, pero no era cosa fácil conseguir que estos 4 maromos dejaran de mirar guitarras para acompañarme a comprar esto:
Una vez finalizamos la gira instrumental, nos fuimos a casa corriendo porque Dave tenía que ver sí o sí el partido de los Royals (ver comienzo de la parte 1).
Al día siguiente me desayuné unos cereales de Star Wars que había comprado el día antes. El parecido de los cereales a lo que pretendía ser era de risa. Me he sacado pelusillas del ombligo más parecidas a un Stormtrooper que esto, pero en fin. Formo parte de ese porcentaje de idiotas que compran cosas de Star Wars sin pensar.
Antes de ponernos el mono de trabajo pasamos por casa de Dave Dembitsky para seleccionar los pedales que íbamos a usar en el resto de conciertos. Yo lo tenía fácil. Con una buena distorsión iba apañado, pero Marco tuvo que sudar lo suyo para decantarse por unos cuantos pedales de la colección de 120 que tiene Dave. Yo aproveché para hacer unas cuantas fotos de su casa, que era como un museo de la «frikez».
Esa día nos tocábamos en Pancho & Luigi’s. Una mezcla de restaurante italiano y mexicano con un escenario gigante para hacer conciertos. Allí han tocado bandas como Greenday. La cosa es que es el puto peor sitio en el que he tocado con diferencia. Supongo que está en sus horas más bajas. Nos pusieron unos tacos que olían al agua sucia de fregar. Me cobraron 3 dólares por un café que me hizo ir 4 veces al baño en media hora.
Tras el concierto hice un amigo. Un ex adicto a la heroína que ahora era carpintero y no paraba de abrazar a todo el mundo. Decía que tenía 28 años, pero aparentaba 50 y pico. También aparentaba no haber dejado aún la heroína, pero esa es otra historia.
Una chica me dijo que quería haber tocado con su banda esa noche, pero no tenían hueco. Su banda se llama Arms Bizarre y suenan muy muy bien. Una lástima, pero las bandas que tocaron esa noche con nosotros tampoco estaban mal. Un chaval orquesta que cantaba, tocaba percusiones con los pies, el acordeón y un mini teclado en los momentos en los que el pobre podía. Le siguió una banda de cuyo nombre no me acuerdo. Tan solo recuerdo de ellos que el cantante soltaba muchas coñas entre canción y canción, que la batería era transexual y que un amigo de Dave dejó a su mujer para irse con ella. Cerraron la noche Twin, unos hermanos canadienses que hacían folk muy campestre. Ella tocaba el violín y él la guitarra acústica. Los dos se descalzaban y se subían los pantalones como si fueran a pescar salmones con sus propias manos y soltaban griticos muy de redneck. Eso molaba. Esa noche nos enteramos de que tocarían con nosotros en Nueva York con Richard Lloyd.
A la mañana siguiente nos tocaba pillar la furgoneta para emprender la segunda parte de la gira. Dani S. (nuestro batería) aprovechó esa mañana para comprarle a Dave alguno de los vinilos repetidos que tiene en su colección de 12.000 ejemplares. Tenía vinilos por todas partes. Yo preferí no mirar.
Ese día teníamos una cita en Winston Salem en la sala The Garage, posiblemente el sitio más cool en el que hemos tocado en toda la gira. La decoración molaba un huevo y el público se acercó en buen número. Tocamos agustísimo y muy fuerte. «Como nos gusta a nosotros de hacer«. Tocamos con una chica que jugueteaba con el loop station haciendo mil voces y que lo hacía con elegancia. Tras nosotros tocaron dos bandas más. Una que tenía un toque muy The Cure. Bueno, tanto que el cantante era Robert Smith, pero sin estar gordo como un contenedor de vidrio. Cerraron la noche unos chavales muy majos que tocaban muy bien, pero que por desgracia tocaron para nosotros y poco más, porque todo el mundo se había ido ya. El problema de tocar entre semana.
Recogimos cagando leches. Hicimos la parada de rigor en una gasolinera para comprar nuestra ración de comida basura de antes de dormir y al hotel.
Al despertarnos nos tocó esperar a los Daves en el aparcamiento y nos dimos cuenta de una extraña situación. El Hotel compartía parking con un gran sex shop. Cada vez que un hombre aparcaba allí y se dirigía al sex shop, una chica de color bastante apañada y vestida de ejecutiva salía de su coche y les llamaba. Los tíos corrían hacia la tienda como si les fueran a disparar en la cara. La verdad es que nos parecía muy raro. Un hombre se paró a hablar con ella durante unos 10 o 15 minutos y al final nada. Nosotros pensábamos que le daba vergüenza entrar a comprar y que pedía que alguien lo hiciera por ella. Cuando finalmente los Daves salieron de allí nos despejaron las dudas. Ella era una prostituta y se iba a la puerta del sex shop a buscar clientes. Como estar de pindongueo por allí está penado, ella hacía como que estaba simplemente esperando en su coche.
Salimos de allí enseguida para irnos a Greenville, Carolina del sur. Fuimos directos al hotel. Normalmente lo hoteles rancios de carretera no tienen servicio de habitaciones propio y tiran de los restaurantes más cercanos. Como estábamos en el país de la guarrada, era obvio que el servicio de habitaciones iba a estar a cargo del Pizza Hut. Como podéis apreciar en la foto, uno de los anteriores inquilinos no podía esperar a que llegara su pizza y empezó a comerse el propio cartón con los precios.
En cuanto dejamos todos los bártulos en el hotel nos fuimos a la sala. Un garito típico de película con motacas aparcadas en la puerta y un billar hecho mierda dentro. Realmente, el bar era una casa prefabricada a las afueras del pueblo. Un sitio «mágico». El camarero presumía orgulloso de haber ido a 71 conciertos de Kiss. ¡Enhorabuena, campeón!
Nosotros fuimos a cenar algo antes del concierto y paramos en un restaurante americano como pocos. Con los asientos de cuero rojo hechos polvo. Una camarera sin dientes nos atendió y mientras iba preparando nuestro pedido hablaba por teléfono con su abogado.
El concierto fue muy bien y nosotros ya íbamos poniendo más violentos en el escenario. A veces, Marco y yo, nos dábamos topazos en las partes instrumentales. No sé cómo, pero en una de esas me tuve que llevar un bocado en el dedo.
Al día siguiente nos tocaba parar en Charlotte. Dave nos presentó el Tommy’s Pub como un sitio pequeño en el que se podía hacer mucho ruido. Cuando llegamos a allí nos encontramos con un bar irlandés sucio, lleno de posters y fotos de Nascar y otros campeonatos como fórmula 500 o cosas así. ¡Ahh sí! También habían pegatinas de la bandera confederada (sí, esa que representaba a los que no querían abolir la esclavitud) y otras en las que podías leer mensajes como: «Esto no es Burger King, no puedes hacerlo a tu manera» o «Si no te gusta esta bandera, fuera de aquí«. Pura amabilidad irlandesa. Nada más llegar la camarera nos dijo que el otro grupo se había separado esa misma tarde. Nos quedamos allí con cara de tontos con la duda de tocar o no esa noche. Dave se quedó pegado a la tele porque los Royals seguían imparables hacia la final del campeonato.
Nosotros nos fuimos a cenar por ahí. Paramos en una pizzería de aspecto pijo y me levantaron en peso. Me dió por pedir una ensalada para contrarrestar la cantidad de mierda que me había metido en el cuerpo. Esa gente es la culpable de que siguiera comiendo hamburguesas hasta el final de la gira. Me cobraron 9 dólares por un puñado de canónigos con queso en polvo y salsa césar dentro de un comedero metálico de perro. No es país para veganos.
Al volver al Tommy’s y ver el «ambientazo» que allí reinaba, decidimos no tocar e irnos, pero forzaron la prórroga en el partido de béisbol y aún nos quedaban por lo menos dos horas más allí. Por suerte estuve hablando con Rachel, una amable chica de color que siempre iba a tomarse algo a ese bar cuando salía del trabajo. Yo le pregunté que por qué iba a un bar en el que tenían la bandera confederada. Ella dijo que en el fondo son buena gente. Total, que nos dijo de ir a un bar en el que sí que había gente de nuestra edad.
Resulta que había un bar a dos manzanas hasta arriba de juventud y en el que estaban dando un concierto. Nos cogimos unas cervezas y el dependiente nos dijo que no podíamos comprar bebidas alcohólicas allí sin autorización o pasaporte. Como es normal, el pasaporte lo guardaba en la maleta para cosas más importantes como volver a mi país. Al final, el gerente se conformó con nuestros carnets de conducir y nos puso una pulserica de globos de colores, como si fueramos menores autorizados a estar allí por un mayor de edad. Parecíamos tonticos. Lo somos, pero esa gente no tenía por qué saberlo.
Rachel nos explicó que allí el racismo todavía seguía con bastante fuerza y que los propios jóvenes hipsters pueden mirarle por encima del hombro y preguntarle qué hace una negra en un concierto de rock. EEUU tiene mucha mierda encima aún. Al final vino Dave más feliz que unas castañuelas porque los Royals estaban en la final y nos llevó al hotel. Mención de honor al espectáculo de striptease con enanas que encontramos en un periódico gratuito de la ciudad.
Nuestra próxima parada era Knoxville, nuestra primera incursión en Tennessee. Ese día tocamos en una mega sala de conciertos de tres plantas. Nos tocó en la segunda y teníamos que tocar hora y media. Nosotros decidíamos si en uno o dos pases. Nada más llegar, el técnico de sonido nos dijo que esperáramos un poco, porque no tenía las cosas preparadas aún. Tras esperar un poco, la cosa empezó y nosotros decidimos en ese mismo momento tirar de improvisaciones y temas que no habíamos tocado aún para llegar a la hora y media en un solo pase. Se nos fue la cabeza un rato y la gente se vino arriba con nosotros. Se nos acercó un hombre mayor que había impreso una foto de nuestro facebook para que se la firmáramos.
En el bar nos invitaron justo después a unas pizzas y allí estábamos tan frescos cuando de pronto llega el gerente del local preguntándonos si Dave venía con nosotros. Le dijimos que sí, que era nuestro manager. Nos contestó que nosotros podíamos seguir tomándonos nuestras cervezas y nuestra pizza, pero que él se tenía que ir a la puta calle. No pude evitar partirme el culo, aunque la cosa pintaba mal. Dave intentaba explicarse y el tío cortó la conversación con un sonoro: ¡Señor, nadie me llama gilipollas!
Nos quedamos los 5 petrificados. Nos miramos entre nosotros y yo tuve que darme la vuelta para que no me volvieran a ver partiéndome la caja. Estaba seguro de la inocencia de Dave, pero me pilló la risa tonta. Nosotros miramos a la camareras y nos miraban con cara de no tener ni idea de qué estaba pasando. Total, que decidimos irnos todos a una y salir pitando por el callejón de atrás sin saber muy bien por qué. Una vez en el coche Dave nos explicó que el tipo estaba intentando no pagarnos lo que había pactado porque habíamos empezado más tarde de lo que estaba estipulado. Dave le explicó que fue por culpa del técnico de sonido, que no había preparado el equipo. El tipo seguía en sus trece y Dave le dijo que no se comportara como un gilipollas, que veníamos de muy lejos y que no se podía negar a pagarnos. Esa fue la chispa. A todo esto, Dave ya había cobrado a manos de una de las camareras, así que, sin que el gerente se diera cuenta, nos habíamos ido con nuestro dinerico.
Al llegar al hotel flipé con la cantidad de publicidad de espectáculos que había en recepción. Me llevé algo así como 50 ó 60. Desde magos con pinta de puteros hasta espectáculos de humor para los más garrulos de casa, pero mi favorito entre todos aquellos era el de «Goats on the Roof«, una especie de parque de atracciones familiar en el que hay cabras en el tejado. Eso es todo. Como mucho puedes pedalear en unas bicis que tienen allí para subirle comida a las cabras. Jolgorio. Dembitsky nos explicó que USA es el país perfecto para hacerte rico a costa de los tontos. Nos habló del fenómeno Pet Rock. Tela…
Dave nos dijo al llegar al hotel que el concierto de Alabama se había cancelado por problemas del local y nosequé más. Nos jodió, pero también nos daba la posibilidad de estar dos días en Nashville, así que nos callamos la boquica y empezamos a mirar cosas que podíamos ver en todo un día por allí.
Nada más llegar fuimos derechos a la calle del country. Una avenida larga repleta de bares en los que estaban tocando country a todo volumen. En todos y cada uno de los locales estaban las puertas y las ventanas abiertas de par en par y en la calle se escuchaba una mezcla extraña. También destacaban las tiendas de sombreros y botas vaqueras. En algunos ofrecían incluso un 2×1, pero no nos animamos ninguno a caer en la tentación. Pasamos por el museo de Johnny Cash y su tienda, en la que te podías dar cuenta de cómo sacan «cash» de los muertos con cualquier excusa. ¿Por qué si no iban a vender el café de comercio justo, Folsom Prison?
Tras pasear un poco por allí fuimos testigos de otra escena de violencia gratuita. Había un tipo agachado con tres paquetes de comida china y el que parecía ser su perro. De pronto se les acercó un tipo con un peto vaquero e hizo amago de darle una patada a la comida china, pero en plan broma. Naturalmente no lo hizo. Pues el que estaba agachado agarró los paquetes de comida y se los estampó en la cara. El otro retrocedió, pero no se quedó la cosa en eso solo, sino que el tipo arrancó un poste de publicidad y se lo lanzó. Golpeándole a él y a dos chicas que pasaban por ahí. El del peto vaquero entró en el juego y se le encaró. El otro se metió en plena calle cortándo el tráfico y se sacó una navaja. La gente observaba esa escena como si fuera lo típico. El del peto vaquero pasó del tema en cuanto apareció la navaja y se fue. Todo el mundo volvió a hacer sus cosas como si nada. Parecía una escena propia del GTA. Se lía y se olvida en 2 minutos.
A la mañana siguiente nos despertamos tempranico para inspeccionar todas las tiendas de instrumentos golosas de Nashville. Evidentemente no pudimos verlas todas, pero fue suficiente. La primera fue Gruhn Guitars. Una legendaria tienda cuyo dueño, George Gruhn, fue diseñador de Tacoma y Guild y entre sus clientes se encuentran músicos como Eric Clapton, Neil Young, Johnny Cash, Lyle Lovett, Vince Gill, George Harrison, y Paul McCartney. Una eminencia en el mundo de las guitarras vintage. Ignoro qué relación tiene con Dave, pero ese hombre, el señor Miyagi de las guitarras, nos hizo una visita guiada por toda su tienda (las 3 plantas) en plena hora punta. Nos enseñó desde guitarras que no están a la venta para todos los públicos, como un prototipo inacabado del propio Leo Fender, a su colección privada de serpientes, las cuales tiene en su despacho. Nos contó que Steven Seagal era uno de sus mejores clientes y que es uno de los hombres con más Stratocasters que hay en todo el mundo. Después pasamos por Carter Vintage Guitars. A mí me entraba la depresión por ver tanta guitarra con precio asequible y yo sin tener dinero. La más cara que vi fue una Fender Stratocaster de 52.000 que había pertenecido a varios guitarristas de blues de los que no había oído hablar en mi puta vida.
Tras salir de allí tuve que ponerme firme, porque se nos echaba la tarde encima e iban a cerrar Third Man Records. La tienda del sello discográfico de Jack White, líder de White Stripes, Raconteurs y Dead Weather. Yo tenía antojo de ir porque sabía que había una cabina para grabar una canción en vinilo en tiempo real. Allí que me metí y grabé una de esas canciones que tengo en mi proyecto personal, el cual no sé si saldrá nunca a la luz. Lo hice sin ensayar ni nada. Eso es de cobardes. No sé si es que fue por estar en Nashville o por qué, pero me salió muy folk y con algún gazapo que otro. La cosa es que salió apañada y puedo decir que grabé una canción en Nashville Y TÚ NO, Pablo. ¿Dónde está tu calle ahora? Gilipolleces aparte, me lo pasé como un crío ese día.
Llegó la hora del concierto y de aterrizar en el Springwater Supper Club. Si te digo el nombre y lo ves crees que es un antro de mala muerte, pero con mucho encanto. Si te digo ahora que los Black Keys grabaron allí el videoclip de su Little Black Subamarines ¿Qué opinas? Pues eso, que sigue siendo un antro de mala muerte. En la entrada había un charco enorme sobre el que alguien había puesto una madera para pasar por encima y no mojarse hasta las rodillas. Glamour to kill. Tocamos con dos grupos que nos gustaron mucho y lo pasamos de vicio. Hicimos un fan muy muy afanado que se empeñó en invitarnos a cervezas cada vez que se cruzaba con nosotros.
¿Qué pasará con Elora? ¿Cuántos kilos engordaré al final comiendo tanta cochinada? ¿Marco volverá a pillar cacho? ¿Dani nos venderá los instrumentos para seguir con su afán de comprar vinilos? Todas estas preguntas y muchas más serán contestadas en la cuarta y última entrega del «American Garbeo» de Elora.