Tenemos a uno de nuestros infiltrados haciendo las américas, Dani, bajista de Elora, nos relata de primera mano la experiencia de una gira americana presentando un nuevo disco. Una experiencia de las que jamás olvidas.
«Hoy es 19 de octubre, son las casi las nueve de la noche y estoy tirado en un sofá viendo un partido de béisbol que enfrenta a los Kansas City Royals y a los Toronto Blue Jays. Miro la tele como si fuera algo que me interesara. En realidad me parece unas de las mayores mierdas que ha podido inventar el ser humano. Prácticamente es de lo poco que he visto en televisión en los 13 días que llevo en Estados Unidos. El culpable es Dave Allison. Nuestro Manager aquí.
Es uno de los tipos más particulares que he conocido jamás. Un hombre vegetariano de 42 años que mide casi dos metros, no para de beber Pepsi Light y es capaz de sacarle conversación a una piedra. Es un fan loco de los Royals, de Kiss y de Star Wars. Hoy no había excusa, al ser nuestro anfitrión, así que nos ha tocado tragarnos el partido entero. Menos mal que acompañado de unas pizzas gigantes entra con facilidad.
Tampoco es que tuviera ganas de irme a dar una vuelta por ahí. Llevamos 11 conciertos en 10 días y estamos algo cansados. Sobre todo por los últimos días. Buses de 6-7 horas, taxis y metros a contrarreloj para poder llegar a los pubs a dejar toda nuestra mierda. Ya no solo nuestro equipaje. También teníamos que cargar con todos los instrumentos. Vamos, que tenemos los hombros en carne viva.
Estamos en Virginia Beach y fuera están a 7 grados. Hoy es uno de esos días de ponerse el pijama de tigre para aguantar el frío. Se nota cómo bajan las temperaturas conforme va pasando el mes. Empezamos con unos mas que acogedores 25 grados en Nueva York, pero hora estamos luchando por no morirnos de frío cada vez que salimos a la calle. Al menos yo, que vengo directo de Murcia con unos riquísimos 36 grados. ¿Estoy haciendo un resumen sobre mis días en Estados Unidos y acabo hablando sobre el tiempo? Definitivamente soy gilipollas. Vamos al grano.
La cosa empezó hace 13 días. Llegamos el martes 6 a las 6 de la tarde. No pudimos aprovechar mucho esa tarde, ya que tuvimos que ir corriendo a las tiendas de guitarras antes de que cerraran. No podíamos llegar de España con todo nuestro equipo por varias razones. La primera es, lógicamente, el coste de facturar todo eso; la segunda, que en la entrada a Estados Unidos no pueden tener la más mínima sospecha de que vas a trabajar a su país. Para tocar allí tienes que pedir un visado que suele costar unos 3.000 dólares por barba. Dave me ha prestado su bajo para la gira, pero Marco, guitarrista e italiano, estaba obsesionado con la idea de comprarse una guitarra aquí.
Ahí estábamos Marco y yo, corriendo como tontos con nuestro equipaje por la octava avenida de Manhattan, pero parándonos en cada escaparate que tuviera lucecicas para hacer fotos. No voy a entrar a hablar de lo que vimos en esas tiendas, porque me podría enrollar demasiado. Guitarras vintage el doble de viejas que yo con unos precios algo inflados al estar en Nueva York. Al final, después de tanto correr no encontramos nada que le hiciera verdadero tilín. Lo dejamos para el día siguiente, pero tampoco podíamos aplazarlo mucho, ya que Marco usa una extraña afinación y necesitaba el trabajo de un lutier para poder empezar con buen pie.
Decidí destinar mi segundo día en Nueva York para hacer algo de turismo con Daniel, batería y brasileño. El plan era el mismo: dejar la batería de móvil a 0 a base de fotos. Mientras, el pobre Marco se dejaba la paciencia y la salud para encontrar “LA” guitarra. Al final lo consiguió. Nos apareció con una que no había visto jamás: Una Fender Jaguar Thinline. Modelo raro entre los raros. Mierda de la buena.
Apuramos el poco tiempo que nos quedaba para hacer turismo antes de que empezara la gira como tal. La mitad del tiempo la invertí en ver dónde carajo comer. La oferta de restaurantes allí es enfermizamente exagerada. 6 o 7 restaurantes en cada calle. Todos diferentes. Luego puedes entrar a cualquier sitio mierdero y comerte una hamburguesa de 2 dólares. Quise aplazar esa opción al máximo.
El tiempo pasa extremadamente rápido en una ciudad como Nueva York y enseguida estábamos subidos al primer escenario de la gira. El del Otto’s Shrunken Head. Un local muy peculiar, decorado con motivos hawaianos. La asistencia de público fue bastante pobre, al igual que el resto de conciertos que dimos en la gran manzana. Eso sí, eran cuatro gatos muy muy motivados. La gente viene expresamente a ver un concierto y se nota.
El día siguiente hicimos doblete. El primero a media tarde en el Bowery Electric. Uno de los locales más longevos de la ciudad. Cuando salimos del bolo fue cuando me di realmente cuenta de que acabábamos de tocar en la calle donde estaba el mítico CBGB. La lástima es que ahora es una puta tienda de ropa y a cambio hay un mural de Johny Ramone a modo de homenaje en la calle de al lado.
El segundo bolo fue un acústico en un garito llamado Lovecraft. Una cafetería con 3 salas de conciertos subterráneas. Allí te montan un concierto en cualquier sitio. Quizás por eso se entiende la asistencia tan tibia que hemos tenido. Los músicos entran en fila india al local, tocan y se van. Quizás porque tienen más bolos por ahí. Es un ritmo muy loco.
El domingo nos tocó nuestra primera salida al estado de Pensilvania. Hicimos una visita de dos días a Allentown y Bethlehem. Nos quedamos encantados con la escena musical de aquella zona. Mucho rollo Underground y grupos con un talentazo de aúpa. En Allentown nos entró el primer canguelo. Era un pueblo propio de las películas del oeste y el taxista nos dejó en la puerta de un edificio abandonado. Dave no tardó ni 2 minutos en desaparecer y nosotros estábamos en mitad de la calle con 15 bultos. Enseguida apareció de la nada un chaval y nos dijo que el concierto era en el sótano de aquel edificio abandonado. Pensábamos que nos estaban tomando el pelo, pero cuando entramos allí entendimos que esta gente sabía lo que se hacía. Resulta que estaban allí medio de forma ilegal. Habían creado aquello por su cuenta y tenían allí un centro cultural para toda la chavalada de la zona que no sabía qué hacer con su vida. Estaba comido de mierda, pero me enamoré de aquel lugar.
Fue nuestro primer gran concierto. Ya estábamos enchufados con el sonido de la banda y se nos notaba un poco las tablas. La gente nos recibió con un entusiasmo poco común a lo que estaba acostumbrado a ver en España. Al principio pensé que era cosa de educación, que lo hacían por costumbre, pero esa gente se dejaba la pasta comprando cds y camisetas. Además de todo eso, el número de asistentes aumentó considerablemente y lo agradecimos bastante.
Como decía, en Allentown vivimos las primeras escenas de la América profunda. Estábamos dando una vuelta en busca de algún sitio para comer y nos metimos de lleno en una zona residencial aparentemente tranquila. De pronto nos encontramos un coche cruzado en medio de la calle y 5 personas cogiendo a un chaval que parecía tener una sobredosis de algo. Nosotros intentamos pasar del tema y preguntamos por algún restaurante a una mujer obesa que estaba observando inexpresivamente el incidente desde su porche. La mujer, sin decirnos ni media palabra, se levantó de la mecedora blanca en la que estaba sentada y se metió a su casa. Escuchamos cómo le gritaba a su marido “Cariño ¿Dónde está el bar?”. Tras dos minutos salió y nos dijo “Lo sentimos. No sabemos dónde hay ningún bar”. Con dos cojones. No sé si era cuestión de miedo a los forasteros o que esa gente vive demasiado ensimismada.
Encontramos 3 bares a una sola manzana de su casa, así que imaginaos el empanamiento de esa gente. Nos decantamos por el RED BARN. Un bar que me hizo transportarme a mil películas a la vez. Fue abrir la puerta y encontrarme un bar forrado en madera con carteles luminosos de Budweiser, Pilsner y otras marcas del estilo. La clientela estaba formada por 3 camioneros en la barra, uno de ellos sin dientes, y dos gangstas en el billar. Un camarero de unos 200 kg y una camarera a la que quizás le quedaban 5 o 6 dientes. Todo eso amenizado con buen Hard Rock de los 80. Estaba 50% maravillado y 50% cagadico de miedo. Todo el mundo allí era bastante intimidante. Una vez que nos comimos las hamburguesas ya parecíamos de la familia. Nos faltó abrazar al cocinero.
Al día siguiente fuimos a Bethlehem, el pueblo de al lado. Allí actuamos en el programa de radio de unos chavales de allí: Tap Swap Radio. Pronto podréis ver el vídeo que hicimos en su estudio. Los chavales que lo llevan se ganan la vida como pintores y además tienen una banda en común: Voir Voir. Un grupo muy recomendable. Este año han teloneado incluso a los Flaming Lips. Ese día lo redondeamos presenciando una escena de violencia callejera al más puro estilo Grand Theft Auto. Un hombre de unos 60 años estaba descargando cosas en su ranchera, que estaba aparcada en medio de la calle. Unos chavales intentaron entrar en la calle con su coche y le pitaron para que apartara la ranchera. El tipo se metió a su casa sin decir ni media y salió con un bate de béisbol. Cuando estaba a punto de destrozar el capó del coche salió su mujer y le quitó el bate de las manos. 30 segundos después parecía que no había pasado nada. Esa gente está acostumbrada a ese tipo de jaleos.
Hasta aquí la primera parte, que me enrollo mucho y tan solo voy por el día 4 de gira. Un abrazo yankee.»
Un comentario en «Tocando para el Tío Sam»