Cuando empieza la temporada de festivales de verano y en el aire se respira ese olor que mezcla bronceador de coco y mar, en la Costa del Sol se anuncia que es tiempo de Ojeando. Como viene siendo costumbre en Málaga, los amantes del indie se dan cita cada primer fin de semana de julio para vivir una experiencia supramusical, y…¡si! Nosotros hemos sobrevivido para contarla.
A primera vista, cuando uno llega a Ojén se da cuenta de que no va a vivir un festival al estilo convencional: el pueblo (uno de esos pueblecitos blancos encaramados a una montaña), se abre a todos los visitantes a modo de fiesta y cada rincón se convierten en parte del espectáculo. Las calles se visten con banderolas y destellos de purpurina que deletrean el nombre del festival con esa tipografía, ya tan característica, que hace que más de uno se quede pensando en qué demonios se anuncia relamente. Una ristra de puestos de comida, tiendas, chupitos, merchandising, etc…acompañan al viandante por el centro de la localidad y, mientras, los abuelos de Ojén toman el fresco en sus puertas sorprendidos ante el desfile de hipstéricos que inundan las calles. El Ojeando es como transportarse a la verbena del pueblo versión 2.0 y he de deciros que sabe demasiado bien.
Ahora sí, tras quedarse hipnotizado con la magia que rodea al lugar toca prestarle atención a todo lo demás que va a suceder, sobre todo a la música. Es cierto que quizás el Ojeando 2015 arrancaba con un cartel más «flojo» que en ediciones pasadas, y la organización intentó que no se notara reduciendo el espacio dedicado al público dentro del recinto del escenario patio. Desde mi punto de vista, la combinación fue brutal.
El festival, que une durante dos noches seguidas un aluvión de conciertos y sesiones, se reparten en 3 escenarios diferentes: el escenario molino, donde tiene lugar la parte más electrónica del Ojeando, con diferentes sesiones de DJs (el escenario es una antigua almazara que alberga sesiones desde las 00:00 a las 06:00 de la mañana); el escenario plaza, donde tocan los grupos ganadores del concurso de talentos, entre los que cabe destacar a los sevillanos Hi Corea!, The Wives o Denyse y los histéricos, quienes pusieron la plaza patas arriba con su Glam Rock enérgico; y por último, está el escenario patio, que es donde confluyen los grupos de renombre y para el único de los espacios que hay que pagar entrada, aunque a un precio más que asequible (tan solo 22 euros el abono).
Si bien el Ojeando reúne un halo de perfección para los amantes de las cosas pequeñas, al hablar de música quizás hemos de ir a lo grande y centrarnos en lo acontecido en el escenario patio las noches de viernes y sábado:
– Viernes 03 julio: el pistoletazo de salida lo daban, aun con la luz del día, el grupo malagueño The Loud Residents que a pesar de emanar frescura y ganas no consiguieron ser un gran reclamo para el exigente público, quizás porque eran los grandes desconocidos de la noche o porque aun era temprano y a esas horas siempre cuesta arrancar; seguidamente, casi sin hacernos esperar, continuaron con el despegue los potentes Guadalupe Plata quienes pusieron al público a bailar con sus melodías oscuras, tañiendo raros instrumentos que no sabríamos ni renombrar.
La noche empezó a brillar cuando salió al escenario The New Raemon, no sabemos si fue la claridad del sonido, que saliera la luna llena entre las nubes negras de Ojén, o que sonara un reiterado «es mejor no volver a verse», pero lo cierto es que Ramón se convirtió en mi caballo ganador de la noche, merecedor de salir a hombros de ese ruedo que parecíamos formar en el patio del colegio y, todo ello, a pesar de que la extrema puntualidad le obligara a reducir repertorio y se despidiera dejándonos a deber un baile. A continuación, el centro de atención no fue otro que Ángel Stanich. El artista, que viene siendo revelación desde la temporada pasada, deleitó al público con su Camino Ácido haciendo ver que el eléctrico también es lo suyo , todo un derroche de energía y autenticidad que puso al público a disfrutar como enanos aunque hemos de advertir que esto del Ojeando no es, para nada, un juego de niños; y así lo demostraron los Mutantes, que no defraudaron (como siempre) y nos hicieron bailar (como nunca), ¡es lo que tiene que seamos seguidores de los indies de la vieja escuela!. La noche acababa con el directo de los murcianos Perro quienes demostraron ser un gran descubrimiento y el guateque yeyé de Carlito Brigante DJ
– Sábado 4 julio: Abrieron la noche los grupos locales Stone Pillow y Airbag, aún sin mucho público en el patio pero, eso sí, un público entregado y acérrimo que no dejó de corear las canciones de ambas bandas, que demostraron madurez y que se dejaron la piel en el escenario. Continuaba la velada con el concierto de Sr. Chinarro que calentaba motores y nos ponía a punto con esas letras canallas cosidas a intensas melodías.
El gran esperado de la noche fue Xoel López; a eso de las 00:30 todas las miradas se centraban en la escenografía colorista que colgaba del peine del escenario patio en las que podíamos leer su nombre. El artista, que viene estrenando su nuevo trabajo: Paramales, del que interpretó varios temas incluido «a serea e o mariñeiro» (canción interpretada en gallego) nos puso a movernos con gran parte de su disco anterior: Atlántico, pero no sin pasar por la esperada «Que no».
La velada dio un giro cuando les tocó el turno a los jovencísimos Belako. Nos da igual si se clasifican como indie-rock, punk-rock o post punk, lo cierto es que se coronaron como la gran actuación del Ojeando, probablemente la mejor desde hacía años. Energía, potencia, sencillez, descaro y un sinfín de epítetos reiterativos son los que adornan el espectáculo de los de Mungía, que nos regalaron un concierto de 10 y nos dejaron con ganas de más.
La noche, y con ella el festival, acababa con la actuación del Columpio Asesino (viejos conocidos del Ojeando) y We are not Djs, que nos despertaban de la resaca del huracán Belako e hicieron lo propio del fin de fiesta de nuestra particular verbena indie.
Todo lo demás: camping, abonos, acreditaciones, transporte,comida… se convirtió en lo de menos. Ojén te atrapa y durante todo un fin de semana casi te acabas creyendo que te quedaste a vivir.
Ahora, aunque nos dé pena decirlo, el Ojeando 2015 ya es historia; hemos deshecho las maletas, acompañado a alguna que otra extraña a casa y unas cuantas anécdotas más que, por ahora, se quedarán en Ojén para siempre. Partimos rumbo a casa, agradecidos porque nos adoptara «un pueblito bueno», como decía el sonado anuncio, sin quitar la vista del retrovisor esperando encontrarnos con toda esta magia de vuelta el año que viene.