Denis Villeneuve es uno de esos creadores que caminan sobre la delgada línea que separa, o en su caso une, el cine de autor y el comercial. Sus películas nos presentan historias comprometidas, psicológicas, de guiones intrincados, incluso opacos, pero siempre impregnadas de un fuerte carácter humano y reflexivo que termina por llegar al público, aunque lo haga a través de conexiones más complejas que la mayoría de las historias que se le presentan al espectador medio.
El director canadiense estrenó el mes pasado en Cannes su cuarto film, Sicario, que llegará a las pantallas USA en septiembre. Sicario es su película más “americana” y comercial hasta la fecha en términos temáticos, pero por lo que cuenta la crítica, se mantiene fiel al pulso independiente del director, a ese lenguaje intimista que cuestiona y nos cuestiona sin cesar acerca de los límites de la moralidad.
«En México, SICARIO significa asesino a sueldo [«hitman»]. En la zona fronteriza sin ley que se extiende entre Estados Unidos y México, una idealista agente del FBI [Emily Blunt] es reclutada por un oficial de una fuerza de élite gubernamental [Josh Brolin] para ayudar en la creciente guerra contra el narcotráfico. Liderados por un enigmático asesor de cuestionable pasado [Benicio del Toro], el equipo se embarca en un viaje clandestino que obliga a la mujer cuestionarse todo en lo que cree con el fin de sobrevivir.”
Traducción via Blogdecine/ Sinopsis oficial via Indiewire.
Hacemos rewind. El primer filme de Villeneuve, Incendies, rodado en francés entre Canadá y Oriente Medio, estuvo nominado a mejor película de habla no inglesa en los Oscars 2011. En mi opinión (a falta de ver Sicario), ésta es hasta la fecha su mejor película. De una potencia visual electrizante y con un guión duro, laberíntico y minucioso, sacude las bases de la naturaleza humana a través de la historia de dos gemelos, Jeanne y Simon, que se embarcan en la búsqueda de los orígenes de su familia tras la muerte de su madre. Pocas veces en mi vida una película me ha provocado un malestar tan fuerte, un desconcierto apabullante que se convierte en miedo, pero no del de las películas de terror no, un miedo existencial, repentino, un susto del alma y la razón ante aquello que está sucediendo y que te deja ahí planchado, con los esquemas emocionales y cerebrales hechos trizas y los pelos tan de punta que te estiran la piel.
En su segunda película, Prisoners, Villeneuve se lanzó al escenario internacional y star systematizado, aumentando así su cuota de pantalla potencial con caras como Hugh Jackman o Jake Gyllenhaal. El argumento, el secuestro de dos niñas y la búsqueda desesperada de un padre y un agente de policía es, en apariencia, más universal y mundano que el de Incendies. Sin embargo, el personaje de Hugh Jackman enciende esa mecha que arroja de nuevo luz sobre los límites, que pone encima de la mesa el debate sobre si el fin justifica los medios, sobre culpas y culpabilidades en relación a las acciones atroces que cometen los seres humanos. Es un thriller cuyo guión, al igual que el de Incendies, discurre serpenteante y preciso a un ritmo lento pero letal, como un martillo, aunque en este caso de una forma más previsible.
Enemy, el tercer filme del cineasta canadiense, es un thriller psicológico que cuenta la historia de un profesor de historia que, viendo una película, descubre a un actor cuyo físico es idéntico al suyo. Una buena amiga, tras haber visto también Incendies y Prisoners, me dijo al respecto: “En las dos primeras no entiendes nada durante toda la película, y al final se entiende todo. Pues en Enemy pasa justo al revés, lo estás entendiendo todo a la perfección justo hasta al final, que de repente, no se entiende nada.” Esta reflexión caló hondo en mi por su simpleza y certeza, pues resulta curioso como la película más hermética y cerebral de Villeneuve, y a su vez la más surrealista, transcurre con lógica en nuestras mentes y propone explicaciones muy tempranas que terminan por refutarse cuando deberían confirmarse a medida que se acerca el desenlace. Como el propio director dijo, la intención era “provocar al espectador con imágenes que tal vez no pueda procesar pero que, aun así, excitarán algo muy profundo en su interior”. Esas imágenes se tornan cada vez más conceptuales a la par que desconcertantes a medida que avanza la película y dejas de comprender, pero provocan un malestar similar a aquél que suscitaban las ásperas certezas de Incendies.
Al fin y al cabo, es curioso como el cine de Villeneuve se encarga de ir por ahí reventando conciencias, condenando al público a «no comprender», ya sea porque no hay una explicación clara o porque dicha explicación se escapa al entendimiento para el que estamos programados. De alguna forma, el malestar y el desasosiego definen su cine, recordando en este aspecto a la filmografía de David Lynch en películas como Mullholland Drive o Inland Empire. Además, Lynch también encajaría en esa categoría de directores-autores que han sabido llegar a una audiencia más amplia.
De todas formas, hay que ajustarse los machos y respirar hondo antes de ponerse ante una película de Villeneuve, porque sabes que te vas a encontrar con algo que te va a incomodar, que te va a dar miedo, y en muchas ocasiones sin saber a ciencia cierta el por qué de ese miedo hipnótico que te mantiene pegado a la silla y a la pantalla, con toda la congoja.
Recientemente se ha confirmado que la siguiente película del canadiense contará con Ryan Gosling y Harrison Ford en el reparto. La película es BLADE RUNNER 2. El rodaje comenzará en verano del 2016 y estará producida por Ridley Scott. No sé a vosotros pero a mí ya se me están poniendo los pelos como escarpias sólo de pensarlo.