El esperado nuevo y séptimo album de estudio de Christina Rosenvinge, Lo Nuestro, patrocinado por Son Estrella Galicia, fue presentado en directo el pasado jueves en el Teatro Lara.
Tuvimos la gran oportunidad de disfrutar del directo de una consolidada voz en el panorama nacional que ha cabalgado desde el pop de los 80 hasta el actual género indie. Este reciente disco tiene en común con el anterior que no son muy bailables, prueba de ello fue la actuación más propia de admirar desde el asiento que desde una pista de baile. La magia de sus susurros y la madurez artística que tiene Christina no necesita de nada más.
La radiante presencia de la cantante al salir al escenario, dejó embelesados a todos los asistentes que se encontraban sentados en sus butacas. Una sonrisa carmesí escoltada por tres hombres, Juan Diego Gosálvez, David T. Ginzo y Emilio Saiz, emanaba agradecimiento a los aplausos de acogida.
Alguien tendrá la culpa fue la primera en sonar (crítica social incluída), seguida del repertorio de las canciones que componen Lo Nuestro intercaladas con éxitos de sus anteriores trabajos: Las horas, Anoche, Debut, La distancia adecuada, Tok tok y A liar to love interpretada en inglés.
Cuando creíamos que Rosenvinge estaba entregada a su setlist y no había articulado palabra aún, en la cuarta canción, pronunció un discreto «Gracias por venir, Bienvenidos».
El complejo último disco de la cantante contiene letras tan ambiciosas que Christina necesitó en su noche de presentación estar muy concentrada a la hora de tocar y cantar, por ello apenas pronunció palabra en su concierto. No es de extrañar, ya que La Joven Dolores (2011) rebosa de arduas letras.
Sólo en los últimos temas de bises en los que apareció sola en el escenario, confesó haber estado nerviosa.
Con La muy puta seguida de La Tejedora, Christina se soltó la melena, y con las manos libres de guitarra y teclado, sacó todo el descaro, la canallez y la actitud que contiene la letra de esta canción en sí misma. A estas alturas, raro es no seguir cuestionando el espléndido físico de la rockera y su delicada capacidad para entonar melodías capaces de estremecer al público sin moverse de sus asientos.
El cierre de actuación se colmó con la última del disco, Balada Obscena, un tema lento y sensual que Rosenvinge interpretó al teclado sola y abandonada a sus espectadores. Público enloquecido de pie en el teatro y múltiples e incesantes aplausos, despidieron a la diva y su banda en un concierto sublime, un repertorio sutilmente seleccionado y una puesta en escena imponente. Sin duda, ella sabe lo que hace y se reinventa en cada nuevo lanzamiento en su carrera, convirtiéndola en una figura establecida en la música de nuestro país.
» Mis pies serán centellas rasgando la ciudad…»