Se termina Mad Men. Se va Don Draper. El que haya sido el galán de la televisión en esta época dorada de las series que estamos teniendo el lujo de vivir, se despide en la séptima y última temporada amparado por los suspiros de sus más fieles seguidores, y seguidoras. Mad Men se estrenó en julio 2007 en la cadena de cable AMC, que hasta ese momento había sido un canal de cine clásico que buscaba darle un giro a su programación. Y anda que si lo hizo. La serie ha ganado quince premios Emmy y cuatro Globos de Oro.
La ficción se centraba en un grupo de trabajadores de una agencia de publicidad de Madison Avenue, Sterling Cooper, en los inicios de la década de los sesenta. Matthew Weiner, creador de la serie, nos brindaba la oportunidad de navegar por los entresijos del mundo de la publicidad a la antigua usanza, cuando los creativos dibujaban, no existía Photoshop y el coñac corría entre los despachos envueltos en humo y testosterona. Nos introducía asimismo en la vida de su protagonista, Don Draper: en su familia, su matrimonio y su infidelidad compulsiva, en su identidad.
Mad men está considerada una serie de culto y uno de los estandartes de esta golden age, y eso que desde 2012, momento de su máximo pico de audiencia -3,5 millones-, ha ido perdiendo espectadores paulatinamente y nunca ha sido un fenómeno de masas que haya alcanzado cifras astronómicas como Breaking Bad o The Walking Dead, los otros dos pilares de la cadena AMC. Pero qué narices, a Mad Men no le hace falta una audiencia desorbitada, porque tiene detrás a la crítica y a los entendidos, que ya decidieron años atrás que este grupo de publicistas era un punto de referencia en la ficción televisiva y que iba a marcar la historia de la misma. Y a mí me parece fetén que Mad Men se les metiera entre ceja y ceja, porque creo que el público no ha sabido encontrarle el regustillo a esta serie porque no han hurgado lo suficiente y se han quedado en la capa exterior, nadando en la superficialidad del oficio y la estética que a simple vista plantea Mad Men. Precisamente porque hace falta bucear y dotar de un sentido aquello que se muestra ante nuestros ojos de una manera, todo hay que decirlo, lenta, no han sido muchos los que han estado dispuestos a poner toda la carne en el asador para llegar a la dermis de la trama, allí donde la serie se convierte en testigo de una época, y con ello, de la humanidad.
Temporada tras temporada, vivimos esa transición que supusieron los años 60 a través de los usos y costumbres de los personajes. A medida que las faldas se acortan, las chaquetas se estampan y los colores empiezan a invadir las oficinas, Don Draper y su troupe cambian y evolucionan en la medida que lo hace la sociedad. Asistimos a grandes acontecimientos políticos y culturales de una forma soslayada, siempre a través de la perspectiva de los personajes, observando en ellos la consecuencia de dichos cambios, nunca presenciando los acontecimientos como parte fundamental de la trama. Así, se tratan temas como la lucha por los derechos de los negros, el feminismo, la homosexualidad, el alcoholismo y el tabaquismo o el sexismo; y asistimos a eventos como la popularización de la televisión, la introducción del ordenador, el nacimiento del fenómeno fan de mano de los Beatles o la llegada de la contracultura, así como la del hombre a la luna.
Mad men es una reflexión sobre nuestro pasado y la vigencia del mismo en la sociedad actual. Utiliza el tiempo pretérito para tratar ciertos temas que a día de hoy están lejos de ser agua pasada, aunque ya no sean el epicentro del debate social. La serie es un cuadro sobre todos nosotros que nos obliga a contemplarnos y analizarnos como individuos y como grupo. Pero sobre todo, Mad Men es sus personajes. Son ellos los que patrocinan los temas y suscitan los debates, los que vehiculan las reflexiones y permiten que se desarrolle la historia.
Peggy (Elisabeth Moss) y Joan (Christina Hendricks) son las dos figuras femeninas que representan la lucha contra el sexismo, la pugna por la igualdad laboral y personal de la mujer. Ambas son fuertes, conscientes de su valía y labran su camino en un mundo machista que se resiste a verlas como profesionales, e incluso como personas, y continúa viéndolas simplemente como “mujeres”, con todo lo que ello implica. La evolución de la sociedad en materia de derechos raciales se plasma en las oficinas de Sterling Cooper a través de la inclusión de secretarias negras, cuestión que causa bastante polémica en el capítulo en que deciden poner a una chica de raza negra en la recepción de entrada de la agencia. Y suma y sigue, porque son infinidad los personajes que completan el lienzo con sus personalidades multidimensionales y caracteres ambiguos que no nos dejan decidir si un personaje termina de ser de nuestro agrado o no. Digamos que están tan bien desarrollados que, más que personajes, son personas; y Don Draper es, por supuesto, el máximo exponente. Sombrío a la par que elegante, adusto, pero infinitamente seductor. Nuestro Don es un antihéroe típico de la posmodernidad: un caballero andante borracho y adúltero cuya armadura de telas exquisitas esconde una identidad que él mismo se esfuerza por olvidar. El personaje de John Hamm es la ilusión del marido perfecto, una figura que rebosa masculinidad y encanto envuelta en un halo de misterio y hermetismo que lo hace más atractivo si cabe. Sin embargo, Don es un infiel incorregible marcado por su pasado, encerrado en su propia armadura, donde vive protegido de sí mismo y de todos los que lo rodean.
Es innegable que Mad Men ha marcado tendencia. Su estilista y diseñadora de vestuario, Janie Bryant, ha visto como su trabajo traspasaba las fronteras de la pequeña pantalla para convertirse en punto de referencia en el mundo de la moda, promoviendo una vuelta al estilo clásico vintage. No es extraño ver diferentes personajes de Mad Men posando para revistas y siendo considerados iconos estilísticos, tanto para atuendos femeninos como masculinos. El gran trabajo de documentación llevado a cabo por los encargados de arte, peluquería y vestuario ha sido intensamente alabado, considerándose una de las claves del éxito de la serie. Bien es cierto que la elegancia, refinamiento y esmero que destila esta ficción la han elevado al Olimpo del “octavo arte” principalmente de la mano de la crítica, pero también de esos fieles seguidores que han sabido ver más allá de la perfección estética, captando la sublime elegancia, refinamiento y esmero con la que Mad Men presenta la condición humana.