La odisea del SanSan para mí comenzó un día antes, ya que al ser del sur, no disponíamos de transporte oficial hacia el festival y las ofertas en Blablacar eran limitadas y caras. Así que decidí hacer relevo en Madrid y descansar para cargarme de fuerzas para el bus oficial del festival que nos llevaría hasta Gandía a las 8 de la mañana el jueves para disfrutar del SanSan Festival. O eso creíamos.
Nos convocaron el día previo con un email que nos anunciaba el número de bus asignado y la hora de convocatoria: las 7:15. Aún me estoy riendo. Nos recibieron en la entrada del bus unos chicos con gafas de sol amarillo fosforescente a pesar de la oscuridad que reinaba aún a esas horas inhumanas, yo apuesto a que venían de una rave, que nos dieron acceso al bus con sólo decir nuestro nombre, ya que tenía una larga lista y los coordinadores de los buses aún no habían llegado. Luego, nos enteramos que esos chicos irían en un coche delante de los tres buses, que se seguían en cadena, en teoría, hasta Gandía.
Nada más salir de Madrid, con su correspondiente retraso, pues a pesar de avisar que no se esperaría a impuntuales, esperamos varios largos minutos a unas chicas que habían comunicado que sólo subirían al bus a la vuelta, nos encontramos el atascazo del siglo. Posiblemente sea uno de los pocos testigos de esto, pues la hora y el silencio que reinaba, a excepción de las innumerables y chirriantes llamadas que recibió la coordinadora del bus hasta que la batería de su móvil decidió morir y darnos un respiro, ayudaban a echar una cabezadita, pese a lo incómodo del bus. En dos horas de transcurso no habíamos recorrido aún ni lo previsto para una hora de viaje.
Poco antes de las 12, previa pérdida de dignidad al tener que mancillar nuestras muñecas con una pulsera del color de las gafas de los chicos ‘organizadores’ que rezaban“VIAJES LOCOS UNIVERSITARIOS” y un logo con un avión que nos hizo creer estar ante el día de la gran broma final, el bus pilló un desvío y nos anunció que íbamos a realizar
una parada de 45 minutazos. A pesar del retraso, sí, porque aún andábamos por algún lugar de La Mancha. En un área de servicio abarrotada, en el que debía haber varios
cientos de grupos de boy scouts y la mitad del IMSERSO, repusimos fuerzas lo
más rápido que nos permitieron las largas colas y al ir al baño nos encontramos
aquello peor que la puerta de un recinto cuatro días antes de un concierto de
Pablo Alborán. En dos palabras: im posible. Familias rodeaban el área de servicio para buscar algún hueco en el
que vaciar sus vegijas y nosotros nos disponíamos a hacer lo mismo hasta que la
megafonía anunció que el bus estaba a punto de partir. Vuelta al viaje, con
más de 2h por delante y sin baño a bordo. ¡Yuju! No sé si será legal transportar en autobús a pasajeros tantas horas sin wc siquiera, pero desde luego sería digno de mirar. ¡Podemos, apunta!
consiguiente tapón, el conductor debía estar recordando a Ylenia de Gandía
Shore y lo poco que se asemejaban nuestros ánimos a sus ganas de fiesta y optó
por tomar el camino más largo y un desvío hacia nosedonde. Consecuencia: más
retraso y arrastrar, además, al bus de detrás. Bueno, esto debemos decir que
sólo nos da pena por los pasajeros que sufrían como nosotros, porque el
conductor lo tenía bien merecido por torturarlos con electrolatino. Como leen.
conductores preguntaban al del bus en el que íbamos dónde iba, dónde estaban
los campings, dónde se paraba, y un sinfín de preguntas que no encontraron
respuestas, otro giro de guion hizo que el bus se adentrase por un camino entre
campos de naranjos en el que difícilmente cabían dos coches en direcciones
opuestas, imaginaros un autobús. A esto
es lo que llaman la Valencia profunda, creo.
parecía alejarse más y más a golpe de despiste, nuestro adorado conductor
recibió una llamada de uno de los buses que parecían estar ya en Gandía pero
que tenía retenidos a los pasajeros porque el respectivo chofer no conocía las
paradas que debían hacerse una vez en Gandía ni la localización de estas. Nuestro
pésame también para esas criaturitas.
previstas, y nos bajamos en la primera parada en plan manada con absoluto
pavor. Numerosas eran nuestras dudas al llegar a Gandía, por fin, pero ninguna
de ellas logró ser respondida. Ni las referentes a lanzaderas, ni a taxis, ni a
las taquillas, sólo obtuvimos balones fuera.