abril 25, 2024

Alex O’Dogherty: un imbécil muy dócil.

Escenario del Teatro Circo Price. Cientos de palomas vuelan sobre la cabeza de Alex O’Dogherty, que hace su aparición en escena con un traje sacado de un cuento de fantasía. Se sienta a los pies de su piano de cola y nos canta con una melodía alegre y ligera sobre lo imbécil y petardo que es. Probablemente con algún retraso, pero con la suerte de que todo le da igual. 
Disparo final de confeti. Nos despierta de nuestra ensoñación. Es probable que ahora te caiga más mal que bien: él mismo se ha llamado idiota. Pero para evitar que lleguemos a juicios de valor erróneos, nos eleva a la categoría de los guays, de los hijos del rock and roll, de los que gritan «bienvenidos«. 
Alex decide tirar por el humor basado en la reiteración de una realidad evidente: primero canta sobre lo mala que es una canción de la que ya nos ha prevenido que es mala (muy mala), para luego cantar «Una canción muy bonita«. Solo tres acordes, porque si la propia canción dice que es bonita, para qué más. Alex tiene la suerte de que nos lo creemos todo de él. 
Estribillos sencillos y repetitivos, que tiran del «lalalalalala» como compleja elaboración métrica… Ojo. Con esto no debemos cuestionar la capacidad compositiva del artista. Si lo sabes mirar bien, es la forma de tenernos a todos cantando. Somos un personaje más dentro de su imaginario.
«Me dicen que no podéis hacer fotos ni sacar vídeos… ¡Podéis hacer lo que os salga de los huevos, ya que no me dejan a mí!…«. Es la primera vez que Alex se sale del guión. Ya nos había avisado de que pasaba de todo. Y no hay nada que nos guste más que pasarnos las normas por nuestra zona más escatológica. Eso y el confeti. 
Alex no puede parar. Va a cien. Su compañero Miguel le aconseja que se deje llevar. Pero Alex no es de la opinión de Pucho: «dejarse llevar solo sirve para librarte de un marrón. Puedes empezar dejándote llevar y acabar con alguien que te la chupe mal«. Chupar está bien. Chuparlo todo menos la energía. La energía de uno mismo no se toca. 
«Mi energía es mía«. Alex se arma con la guitarra acústica, a cuya voz acompañan más guitarras, el cajón y las palmas. Se convierte en el camarón de la isla, en palabras de Miguel. Y así hacen un despliegue de su lado más flamenquito. 
De nuevo al piano, Alex canta sobre lo maravillosa que puede ser la vida, cuando los abucheos de un chico le obligan a parar: «…y también muy perra (la vida)«. Alex deja de tocar y se levanta para buscar al autor de tal desesperanza humana. Dani Rovira sube al escenario. Ya entendemos…
Dani cuenta la vez en que no pudo terminar estando con una chica. Y así los dos cantan una balada sobre este hecho traumático. Al acabar, Alex intenta salvar a su amigo «podéis pensar que es autobiográfica la letra, y eso dejaría muy mal a mi amigo. No lo penséis«. Dani se defiende y pasa el marrón, lo cual ofende a Alex más de la cuenta: «Ah, claro, y eso si me hubiera pasado (que no) os lo creeríais. Pero si canto sobre que me tiré a veinte… eso ya no os lo creéis«. 
Y así Dani y Alex hacen un recuento de todas esas grandes canciones de amor que nos han marcado, poniendo en duda su literalidad: «Te amo con el ímpetu del viento«… Si esto fuera así te hubiera reventado; «Te lloré todo un río«…. Pues como no sea el de Murcia.; «La fruta de la pasión«… Es claramente el higo; «Ave María cuándo serás mía«… ¡No apuntes tan alto chaval!; y el «Te voy a escribir la canción más bonita del mundo«…. ¿Y a qué esperas Amaia? 
«Podía elegir entre pagar a un psicólogo o que la gente pague por escucharme. Obviamente tiré por la segunda, que no soy tonto»
Después del sexo, Alex se pone romántico con «Venveteven«: «Aléjate un poco más cerca… No quiere verte nunca más lejos de mí«.  A estas alturas Alex nos tiene ya dentro del juego. Todo o nada. Nos la jugamos. 
«Yo y mi imaginación«: La canción que da título al espectáculo, en la que Alex aprovecha para confesarnos que como artista le encanta que tarareemos y hagamos palmas para acompañar. Como público lo odia. Otra vez consigue que no podamos decirle que no. 
Las luces se apagan y lo que ocurre aquí es el equivalente a la ceremonia que precede el pedir una canción más cuando el concierto ha acabado. Pero Alex no juega así. De entre el público, cruzando la sala en dirección al escenario, corre entre la gente simulando el vuelo de un pájaro con su ostentosa capa de plumas negras. 
Es su momento. Alex, en la oscuridad, intima con su piano. El resto de músicos, que también estaban ausentes, suben de uno en uno. Tres trompetistas se unen al espectáculo. 
Y de repente las plumas mudan, y el Ave Fénix resurge de sus cenizas para asistir a una gran fiesta. «Que suban los niños«. Nadie que entienda mejor el espíritu de la juventud que la propia juventud. Alex se las sabe todas. Suben Mafalda, con su tutú azul y su boa, y Telmo, dos amigos de la familia, a bailar con los músicos. «Pues parece que al final me ha quedado un disco para niños«. 
«Mis mejores deseos para todos. Que os follen«. Alex y su orquesta se pierden entre el público como si fueran una txaranga que solo existió durante unas horas en nuestra imaginación. 

        Fotos by: Hugo Nakamura. 

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